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domingo, 24 de abril de 2011

Bálsamo: La tía, cuando papá nos dejó, no nos habló por dos días. Cuando nos dirigió la palabra otra vez fue para decir que se había ido por culpa nuestra. Y otra vez no nos volvió a hablar por dos días. El tercer día, cuando volvió del mercado, nos preparó una rica cena y dijo que nos quería leer un cuento antes de dormir. Entró a la pieza con un libro en la mano (creo que era “el pirata negro”) y nos ofreció té. Lo probamos. Estaba muy caliente y ella se ofreció a mezclarlo con agua. Se enfrió, sí, pero el gusto a limón era insoportable. Entonces lo mezcló con una miel muy fina traída desde la China. Asquerosa. Desahuciada, acaso también impaciente, agachó la cabeza y se puso a llorar sobre el vaso. Las lágrimas cayeron todas en el líquido y nos las dio a probar. El sabor era tan agradable que nos peleamos para ver quién terminaba el vaso. Con alivio nos dijo que ahora se sentía menos culpable de envenenarnos. Al menos le había dado un buen sabor a nuestra muerte. Abrió el libro y empezó a leer. Creo que nos dormimos antes de terminar el primer capítulo.

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