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sábado, 30 de mayo de 2020



 Los términos de mi rendición. Bunbury (click para el vídeo)

Su último disco se publicó completo este viernes, pero ya se habían difundido cinco cortes. Voy a elegir uno: Los términos de mi rendición. El video inicia con una cita de Thoreau. En la cita, Thoreau cuenta que se va a vivir a un bosque para aprender a vivir, para aprehender lo que la vida tiene para enseñar y para no morirse sin haber vivido. El primer plano del video es de un cielo cubierto. Es hermoso. Sobre las nubes grises aparecen unas letras blancas que dan el título: Los términos de mi rendición. Abajo aparece el nombre del cantante, en color negro mientras un coro celestial ahoga el inicial ruido del viento y comienza la canción. Bunbury canta: Ahora que uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose. La melodía de la canción se vuelve de inmediato conocida. Es una melodía que ya escuchamos. Bunbury se repite. Es su intención, supongo. Bunbury está hace años escribiendo casi siempre la misma canción. Por eso es conocida. La métrica se adapta a la misma melodía y la asociación es inevitable. Esto que en los escritores puede ser considerado un estilo, una obra, un concepto, en un músico puede llevar al hastío de sus oyentes. En nuestros pagos, César Aira parece estar escribiendo un único libro, o dos, o tres, no muchos más: una autobiografía, una saga costumbrista (saga en el sentido que le da Borges: del alemán “decir”) y un juego meta literario que abarca cada extremo de lo lúdico. Quizás Bunbury haga lo mismo, pero a un cantante ese juego no le está permitido. O no está bien visto. (También Aira tiene sus detractores, aunque sus argumentos sean endebles) Es inevitable pensarlo: Bunbury se repite, se copia, se quedó sin ideas, sin inventiva. Hablo de la melodía. No de sus letras. Las letras de Bunbury se perfeccionan, como sin duda se deben perfeccionar sus lecturas. Se sabe, Bunbury siempre ha sido un buen lector. La línea inicial de la canción nos lleva inevitablemente al filósofo de referencia Byung-chul Han, ahora que Agamben y Zizek perdieron algo de terreno con casi todos sus escritos sobre la pandemia. La autoexplotación como mutación moderna de la esclavitud es cita repetida en Byung-chul Han. Y Bunbury lo sabe porque lo leyó. Bunbury interpreta correctamente al autor de La sociedad de la transparencia y lo usa para abrir esta canción. En ese sentido, Bunbury se ha perfeccionado: tiene claro el mensaje que quiere trasmitir y lo hace cada vez con mayor certeza. Y poesía. Su crítica social se extiende a las redes sociales. La siguiente línea lo dice: ahora que los extraños me tratan como a un amigo. Puede ser también que sea el precio de la fama (no lo conozco, solo lo pude ver en un recital del que salí con la migraña más intensa de mi vida y sin embargo siento que compartimos horas e ideas, que si lo tuviera enfrente podría hablar con él de cualquier tema, es decir: podría creerme amigo de alguien que no me conoce) o podría ser que Bunbury simplemente hable de las redes sociales: hoy, los extraños, con un click de inmediato pasan a recibir el estigma de “amigos”. En este sentido, son varias las líneas de la canción que se refieren a los tiempos actuales: Escribo con el desorden de la urgencia, o Ningún placer parece que dure lo suficiente. Son dos ejemplos de su pensamiento, de sus lecturas filósoficos. Pero quizás la frase más hermosa de la canción refleje su poesía característica dentro de esa variedad de lecturas: Sé que el romper de una ola no puede explicar todo el mar, canta Bunbury pero habla Nabokov. Entonces, la pregunta es ¿por qué Bunbury canta y no directamente escribe? ¿Por qué no deja la guitarra y se sienta a hacer un libro? En el vídeo, además un gato y un piano improbable hay una pequeña guía de lectura. Aparecen libros de Henry Miller, David Lynch, Leonard Cohen, y del propio Bunbury. Por qué, entonces, no sentarse a escribir, si claramente en su vida empieza a dominar la letra sobre la melodía. ¿Es ese su destino final y aún no lo acepta? No lo sabemos, sí sabemos que insiste en hacer una nueva canción. La respuesta ante su terquedad puede estar en la frustración. La frustración de no llegar a tanta gente. Un libro –salvo contadas excepciones– no tiene el recorrido y la difusión que puede tener una canción. Si quiero que un mensaje se extienda, la mejor forma es cantarlo. Ese parece ser el pensamiento que lleva a Bunbury a seguir escribiendo siempre la misma canción. De lo contrario su mensaje antisocial no se difundiría, o debería aspirar a ser como Thoreau en su lenta precisión, o como el Unabomber en su patológica y mesiánica desesperanza.
Bunbury se resigna y canta: Sin desviarse de la norma el progreso no puede avanzar y parece hacer un balance negativo de su obra: He renunciado a demasiado en los últimos años, realizando un esfuerzo total para un modesto resultado. Se adelanta a las críticas y expone su obra hasta la fecha, con todas sus mutaciones, para el repudio o la devoción. Su legado es la música, pero también las letras y sus lecturas. Su legado es la búsqueda, lo único que nunca podrá negársele: siempre en movimiento, siempre buscando.
Bunbury aparece en una casa solitaria. En el video apenas lo acompaña un gato y Bunbury elige, para terminar la canción, un riff de guitarra que no interpreta: sus manos se alzan al cielo mientras la digitación se desliza entre trastes y cuerdas. Las palabras se apagan y suena la guitarra, como hace mucho que no sonaban en sus canciones. En el riff hay algo embrionario, algo que parece contener la fuerza del final de aquella canción suya, Los habitantes, pero perfeccionado en la imposibilidad de concluir la escala. Cuando se apaga el riff, suena una música sintética que parece devolvernos a los años 80. Una música que parece decir: Lo intenté todo, pero ustedes seguirán encerrados en sus casas, con los ojos pegados a sus pantallas, esperando la siguiente temporada de Stranger Things.