tag:blogger.com,1999:blog-74826849650485700402024-03-13T07:51:06.390-07:00FALANSTERIOBlog de un empecinado lectorUnknownnoreply@blogger.comBlogger283125tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-7542054507765777262023-05-17T19:16:00.001-07:002023-05-17T19:16:12.903-07:00<p> </p><p></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Ya
en las primeras páginas, Berlanga usa una frase de Rodrigo Fresán que funciona
como absolución de cualquier culpa: “Nada más obsceno y vano que intentar
contener la vida y la obra de un hombre en un puñado de líneas invocadas en el
tiempo y la distancia”. Berlanga aclara que la cita podría ser epígrafe de su
libro. En realidad, podría aplicarse a cualquier biografía, novelada o no,
extensa o breve: a cualquiera de los textos en que buscamos contar la vida de
los demás. La vida de Soriano está en este libro. Esta es la historia. Y la
vida de un hombre es también la vida de un país. De un momento del país, de la
suma de momentos en una república donde cada década trae alguna sorpresa y una
no tan sorpresiva crisis económica. Por eso los nombres que acompañan a Soriano
nos suenan a los nombres de los padres de personajes actuales o a personajes
actuales que son viejos y respetables, o viejos y despreciados: este es el
destino dual e indisoluble de todas las personas. En el libro está la magia del
exiliado que no se siente un legítimo exiliado, del amante de todos los gatos,
del hombre fanático de San Lorenzo que pasa los mejores años de su vida en el
barrio de La Boca, del hombre aún adolescente que inventa una crónica sobre el
Vía Crucis de Tandil para salir del pueblo y llegar a la Capital y las
redacciones de los diarios, del hombre que perfecciona sus historias de jugador
de fútbol de tal manera que ya nadie puede saber qué es verdad y qué mentira, del
hombre que viaja a Turquía y en ese mismo termina en Los Angeles buscando los
lugares y los héroes de tantas novelas y películas policiales y solo encuentra
la desilusión. En ese viaje también busca los escenarios de su primera novela <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Triste, Solitario y Final</i> y lo abruma no
encontrar anda de lo que construyó en la novela: le parece un horror no haber
pegado una, pero se consuela pensando que había creado un espacio literario
autónomo que funcionaba. Berlanga dice que en esa época no había colectivos en
Los Ángeles y los personajes de Soriano esperaban el micro en la parada de la
esquina.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Voy
a detenerme en la primera novela de Soriano. Berlanga nos cuenta que <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Triste, solitario y final</i> ganó el Premio
Casa de las Américas cuando un desahuciado jurado chileno, Ariel Dorfman,
cansado de leer tantas porquerías, se encontró con el libro de Soriano entre
los participantes. Soriano —nos dice Berlanga— era fanático del humor de Laurel
y Hardy, el Gordo y el Flaco, dos cómicos que se burlaron de la sociedad a la
que pertenecían y murieron en la pobreza: nadie se burla de la propiedad
privada y la autoridad en EEUU. Berlanga encuentra un texto del propio Soriano que
nos da las claves para leer esta novela. Y también el resto de la narrativa de
Soriano: Chaplin era golpeado y humillado, pero al final se elevaba sobre sí
mismo, vencía a sus rivales, rescataba a la dama en apuros y triunfaba. El
Gordo y el Flaco nunca hicieron justicia, ni la recibieron. “Sabían que eso era
imposible en la sociedad norteamericana donde los fracasados son seres
despreciables. Chaplin vendía ilusiones y tuvo su Oscar, su reencuentro con
Estados Unidos (en el mismo momento en que Nixon arreciaba sus bombardeos sobre
Vietnam); también tendrá su monumento. El hombre más grande de este siglo es
aquel hombrecito que ( ) triunfaba sobre la injusticia. En el fondo, la
ideología de la seguridad”. Andrés Barba, en un capítulo de su ensayo <i style="mso-bidi-font-style: normal;">La risa caníbal</i>, exonera nuestro humor
del pasado: ¿Éramos, cuando nos reíamos, de verdad tan <i style="mso-bidi-font-style: normal;">insensibles</i>, homófobos, sexistas, racistas?, se pregunta y
enseguida se responde: Tal vez sí, tal vez no tanto. ¿Somos verdaderamente
mejores ahora que tememos reír? El autor español aborda el hecho histórico de
que Hitler miró dos veces seguidas la película de Chaplin, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">El gran dictador</i>. Y en algún punto parece coincidir con la mirada
que Berlanga nos cuenta tenía Soriano del cómico norteamericano: No parece
posible —escribe Andrés Barba— hacer una imitación de Hitler como la que hace
Chaplin en <i style="mso-bidi-font-style: normal;">El gran dictador</i> teniendo
(sólo) un bigote (postizo) en común. Chaplin tuvo que <i style="mso-bidi-font-style: normal;">entender</i> algo al mirarse en el espejo, algo no solo sobre Hitler
sino también, y necesariamente, sobre sí mismo.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><span style="mso-spacerun: yes;"></span></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHdhkfekVKsQ2KAUHaM6ldrqayR_KbsF5YJ1ZwKevJXzvzKTRMaAATZqUBvjhu_kaNlWl3ljwxqnneG9pNc0T5PKpwj1UfCkbqzfc8Pz405voZ5BlBKp2VHA_Tpl1MMszcPcljmYr1zTAUmdO984m2Z5sSkc270j6frlYIwe2nwdmBLnmqF5DhH9MK/s272/soriano.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="272" data-original-width="185" height="272" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHdhkfekVKsQ2KAUHaM6ldrqayR_KbsF5YJ1ZwKevJXzvzKTRMaAATZqUBvjhu_kaNlWl3ljwxqnneG9pNc0T5PKpwj1UfCkbqzfc8Pz405voZ5BlBKp2VHA_Tpl1MMszcPcljmYr1zTAUmdO984m2Z5sSkc270j6frlYIwe2nwdmBLnmqF5DhH9MK/s1600/soriano.jpg" width="185" /></a></div><br /> <o:p></o:p><p></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Una
de las mayores virtudes del libro de Berlanga es generar la necesidad de la
lectura (o relectura) de las novelas de Soriano. Busqué en la biblioteca mi
ejemplar de la novela, una edición de 2003 de Seix Barral. Lo tengo en la mesa
de luz. El libro trae un acaso decepcionante prólogo de Eduardo Galeano y un
anexo sin título sobre la Génesis de la novela: entrevistas inéditas, notas,
una carta de Julio Cortázar. La novela está llena de diálogos que hacen avanzar
la lectura, pero, como toda novela iniciática, no funciona tan bien como lo
harán <i style="mso-bidi-font-style: normal;">No habrá más penas</i> o <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Cuarteles de invierno</i>. El libro —el
objeto libro— tiene además una particularidad: está mal cortado en su parte
inferior. Incluso falta la mitad de las palabras <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Biblioteca Soriano,</i> y el código de barras no alcanza a completarse
ni aparecen todos los números del ISBN. Por ese detalle, y por la letra que
parece fotocopiada, uno tiende a pensar que el libro corrió la suerte de tantos
otros best-seller de su época y es una edición pirata.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Berlanga
nos cuenta la relación de Soriano con su propia escritura y sus éxitos de
venta. Quizás los dos episodios más relevantes sean la crítica de Charlie
Feiling en <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Babel</i> y un artículo del
propio Soriano en el año 1991 titulado con la pregunta ¿Cuánto vale un
escritor? La crítica de Feiling puede parecer exagerada o no, pero de cualquier
manera resulta impiadosa para el tipo de crítica que circula en el ambiente
literario. En cuanto al artículo, Soriano defiende su literatura y parece
decirle a la crítica que hay lectores que parecen odiar que en sus novelas haya
personajes, acción, un argumento. En su artículo enumera ganancias que al día
de hoy parecen inalcanzables, y también sostiene que no lo escribió solo por
él. O para él. Lo hizo casi por una cuestión de hermandad, de solidaridad
gremial en un mundo solitario.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">En
el libro está todo lo que tiene que estar. Quizás la parte más emotiva —más
allá de la muerte del propio personaje— está en la muerte del padre de Soriano
en 1974 y la historia de su reloj. El reloj y la muerte son una metáfora para
alguien que nunca llegaba tarde a un encuentro. En el libro también está el
lugar para las peleas de redacción, las críticas y la autocrítica. Pasada la
dictadura Soriano dice “Aquí estamos, festejando sin victorias sin heroísmo y velando
muertos de pobre sepultura. ¿Qué hacíamos mientras los matábamos? La respuesta
es tan simple como dramática: alentábamos a San Lorenzo y a la Selección,
viajábamos a Miami y a Europa, no exiliábamos por miedo o por necesidad, nos
creíamos derechos y humanos mientras festejábamos con José María Muñoz a los
campeones del mundo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Soriano
pasó el Alfonsinismo y llegó a la década de 1990. Ahí aparecen sus contratapas
desde donde recobramos un país perdido que muchos prefieren olvidar: Cavallo
era canciller, Erman Gonzales, ministro de economía, resuenan los apellidos
como Alsogaray, Yoma, María Kodama pierde un juicio contra Fanny la empleada
doméstica de Borges, y vienen las privatizaciones: desaparece Entel, desaparecen
los trenes y el mundo. Los periodistas referentes son Mariano Grondona y
Neustadt y Lanata irrumpe en la televisión. Durante todo este tiempo, Soriano
encuentra a su compañera en Francia, vive en La Boca y vuelve a Francia. Ahí
enferma. Ahí se apura a poner sus papeles en orden, sus contratos editoriales y
sus deudas por pagar. Como un gato, Soriano sabe que sus vidas populares se
gastaron. En el libro de Berlanga hay poco espacio para la muerte de Soriano y
eso se agradece: los días finales de cualquier persona son apenas unas gotas de
agua en el mar de una vida.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><br /></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><br /></p><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-24844695034367256592022-04-02T20:46:00.001-07:002022-04-23T05:34:48.857-07:00<p><br /></p><p><br /></p><p></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; line-height: 200%;"><span style="font-size: medium;">Qué
reseña será más apreciada por el autor, cuál más válida. La académica o la
informal. Qué puede decir alguien sin formación en letras sobre una novela. Qué
puede sumarle, restarle, aportar. De qué sirve una opinión, o mejor dicho ¿en
qué se basa la opinión? Se opina desde la ignorancia pero no desde la
ingenuidad. Se opina desde la propia experiencia. Pero la propia experiencia,
en medicina, se llama opinión de expertos. Y en los grados de recomendación
para indicar un fármaco, estudio o tratamiento la opinión de expertos es lo que
tiene menos valor: Evidencia IV, recomendación D. Opinión de expertos. Ojo
clínico. Intuición. Por debajo solo está la opinión informal. La vox populi, la
vox Dei. Todo esto viene a ser parte de la lectura de Falsa familia, la última
novela de Carlos Ríos. ¿Y por qué esta introducción? Porque hay varias cosas
externas al libro que atravesaron mi experiencia de lectura y que me exigen una
relectura a futuro, más calma, menos cercana, que no empujen tanto esta reseña
hasta nublarla. La historia en Falsa Familia es así: un coordinador de talleres
literarios en las cárceles de Olmos y Romero escribe un libro de esa
experiencia. El libro se divide en partes. La primera parte cuenta el inicio de
la relación del profesor y una mujer a la que le confiesa su mayor temor: la
cárcel se mete en su vida, la fagocita, la replica; las rejas que adentro son
de metal afuera son más sólidas y todo el tiempo lo rodean. Tanto lo rodean que
dan origen a la segunda parte de la novela: los alumnos escriben a cambio de
mandados que el profesor cumple en el mundo exterior. La tercera parte es un
diario, un diario de escritura y de viaje, un diario escrito a bordo de la
línea de colectivos Oeste de la ciudad de La Plata, un diario que se escribe
rumbo a Olmos, rumbo a Romero, desde Olmos a Romero, pero también es un diario estático:
se escribe en las paradas de colectivo, en una estación de Servicio de Nafta de
marca Shell, en la cama, en todas partes donde un escritor puede escribir. La
cuarta parte es conclusiva: el amor, la libertad, el trabajo, el encierro. ¿Dónde
está la dificultad de la reseña, entonces? En la propia experiencia. En haber
vivido en La Plata como estudiante de medicina, en haber visitado la cárcel
para dar charlas literarias, y comprender años después -en una conversación
sobre Falsa Familia- la transformación: haber entrado a la cárcel de Batán como
el escritor que da una charla y haber salido como el médico que no tiene más
respuestas que la curación por medio de la palabra. Todas esas sensaciones
volvieron durante la lectura de la novela de Carlos Ríos. Si la memoria es inmanejable,
benditas sean las cosas que llegan desde el recuerdo: encaré Falsa Familia de
una manera y al poco de la lectura -no más de un tercio- la autobiografía, mi
propio desorden, invadió la narración. Tanto es así que me contacté con Roque, un
viejo amigo de la facultad de medicina que todavía vive en La Plata. Él tenía
una novia en Olmos -no en la cárcel- y ella vivía en uno de los últimos chalets
antes del cruce de Etcheverry, al lado de un cabaret que hoy es un aserradero.
Con Roque hablamos de aquella vieja época. Recuerdo viajar en colectivo para
ese lado a comer un asado en la casa de su novia cuando los colectivos Oeste
recién empezaban a llamarse así. Antes las líneas de colectivos tenían número, era
la época de la intendencia de Julio Alak, si mal no recuerdo, cuando las paredes
tenían grafitis que decían Bruera es agosto. Era ¿1997? ¿1998? y empezaba a
entender que la política se vive en la calle, algo que al menos yo ignoraba de
mi adolescente vida marplatense. Recuerdo que una comida gratis, en mi caso, y
el amor, en caso de Roque, bien valía ese viaje de casi una hora por la eterna
calle 44 hasta Olmos. Claro que ese recorrido también lo hacía como salida
obligada hacia la ruta 2. Y ahí veía siempre a la cárcel a un
costado, gris, enorme, lejana, imposible. En cambio a Melchor Romero -Romero la llama
Carlos Ríos- íbamos a cursar psicología, Introducción a la psicología o Salud
Mental. Debería buscar mi libreta de estudiante en alguna caja para poner el
nombre exacto de las materias, pero ¿quién resiste un viaje así al pasado? Supongo
que solo un escritor como Carlos Ríos que al corregir su propio diario corrige
una novela, la inventa, la recrea. </span></span><i style="font-family: "Times New Roman", "serif"; font-size: large;">Escenario</i><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; font-size: large;">:
el profesor y una presa en el patio, al sol. El taller literario a veces se
puede dar al sol. Hablan. Ella fuma. No sabremos nunca como se llama, el
escritor nombra a sus personajes con la primera letra inicial en minúscula y un
punto. La página es la 99. Apenas hemos pasado la mitad del libro:</span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; line-height: 200%;"><o:p><span style="font-size: medium;"> </span></o:p></span></p><blockquote style="border: none; margin: 0px 0px 0px 40px; padding: 0px; text-align: left;"><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; line-height: 200%;"><o:p><span style="font-size: medium;"><i>A v. le vienen ganas de recitar poemas de amor. Le encantan los poemas de m., dice. Son todos de amor. Leemos algunos, al cuarto poema se aburre. Pide permiso para ir al baño y vuelve con un cigarrilllo. Hace calor, ella se saca la campera deportiva.</i></span></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; line-height: 200%;"><o:p><span style="font-size: medium;"><i>Al sol sus veinte cicatrices horizontales en el brazo izquierdo.</i></span></o:p></span></p></blockquote>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%;"><br /></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; font-size: large;">Este
es un fragmento del diario. El único que citaré. Uno de los tantos que son
breves, directos, desestabilizadores. Poemas de amor, cortes en un brazo. Más
adelante sabremos que la madre la reta: nadie va a quererte con esas marcas en
los brazos.</span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; font-size: large;"><br /></span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; font-size: large;">Hay una sensación como lector que sentí hace un año o dos con En
el estanque (diario de un nadador) de Al Alvarez y que encuentro en este libro:
hay un paralelismo a trazar entre aquel relato del viejo escritor que se mete
en el agua para aliviar los dolores de su cuerpo y entre el personaje de Falsa Familia que llega
a la cárcel en busca de esa droga, la que define el taxista que lo lleva una
vez y le confiesa que él también trabajó en la cárcel. Que pudo dejarla atrás,
que nada se acuerda, como un nadador que se mete en el agua y se olvida de los
dolores de su cuerpo. Así hay que hacer con las rejas, dejarlas en la cárcel.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; line-height: 200%;"><o:p><span style="font-size: medium;"> </span></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; line-height: 200%;"><span style="font-size: medium;">Hay
recuerdos que encontré en Falsa Familia. Míos. Que había perdido. Encontré la
humedad de La Plata. La niebla a la mañana. La humedad que se levanta en la
calle, en el asfalto y el cielo iluminado aún de madrugada, hacia Ensenada y la
Petroquímica. Recordé las ambulancias a toda velocidad en la noche y los
caballos por la 44, cerca del cruce de Etcheverry donde íbamos a hacer dedo
para volver a Mar del Plata por la ruta 2. Recordé los pastizales quemados, las calles
de tierra, las cucarachas que siempre temíamos se nos metieran en el pelo, en
las orejas. Hay recuerdos que son míos de esa vida, otros que son prestados de
mi vida posterior, cuando como escritor visité la cárcel. No hay nostalgia, la
nostalgia es un lujo, una comodidad que se permite la clase media, nos explica
el personaje de la novela Falsa Familia. No hay nostalgia cuando le ofrecen al
escritor si quiere quedarse encerrado en una celda “para ver que se siente”. No hay nostalgia, hay un juego de dominio, de límites, de poder y sometimiento. ¿Te animás o
tenés miedo? De eso se trata todo. En una de las primeras escenas el profesor
le cuenta a la mujer con la que comparte la noche que vio un mural de Maradona
pintado en la cárcel y que concluyó que lo había pintado de espaldas porque no
les debía salir bien la cara. La mujer lo corrige: Maradona está de espalda
porque se está yendo. Es libre. La mujer le dirá también que escriba un libro,
para sacarse la cárcel de adentro. <o:p></o:p></span></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%;"><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; line-height: 200%;"><o:p><span style="font-size: medium;"> </span></o:p></span></p><br /><p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhrfboOGHIRnpd06raoQHL1T46dNjWqtgT8CaacQSpV9RjpdeJQBkneQfsK-p-QOUZNyW8Q6gR32ix8CWdupH6k9q806UsFzmpmCM8t0HY5ANqRXvqSFkxFqE5xSdPsDA8VqB6LZDJm1TPI71EcS3sGKpA1inBWu3HoVwlaJBVNycpTCnmc-BLztY5Z/s2540/TAPA-FALSA-FAMILIA-solo-tapa-01.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2540" data-original-width="1595" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhrfboOGHIRnpd06raoQHL1T46dNjWqtgT8CaacQSpV9RjpdeJQBkneQfsK-p-QOUZNyW8Q6gR32ix8CWdupH6k9q806UsFzmpmCM8t0HY5ANqRXvqSFkxFqE5xSdPsDA8VqB6LZDJm1TPI71EcS3sGKpA1inBWu3HoVwlaJBVNycpTCnmc-BLztY5Z/w402-h640/TAPA-FALSA-FAMILIA-solo-tapa-01.jpg" width="402" /></a></div><br />Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-69102694227440643352022-03-13T05:13:00.001-07:002022-03-13T05:28:13.444-07:00La noche más larga<p> </p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="background: white; color: #050505; font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="background: white; color: #050505; font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 200%;">No me gustó <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Yoga</i>
de Emmanuel Carrère. O quizás deba escribir: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Yoga</i> es el libro que menos me gustó de</span><span style="background: white; color: #4b4b4b; font-family: "Open Sans","serif";"> </span><span style="background: white; color: #050505; font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 200%;">Carrère. Y eso que disfrutó su escritura. Decir
que en una época esperaba su próximo libro con devoción debería ser
representativo, pero suelo hacer lo mismo con todos mis descubrimientos
pasajeros. Ya no lo hago, al menos con Carrère. Pero (el pero mueve esta
escritura) muchas veces un libro se justifica en unas pocas páginas. Y es raro
que un escritor profesional no haga algo digno o brillante en 320 páginas. ¿No
es eso la literatura? Un destello, un instante. No lo sé. Pero qué importa.
Como poco importa mi relación con <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Yoga</i>.
Acaso lo leí mal predispuesto, en mal momento. Quizás había dormido poco,
quizás otras lecturas me reclamaban. Coincide que había leído demasiados libros
de Anagrama para tolerar uno más. A veces, como lectores, debemos repartir
nuestro dinero en varias editoriales y evitar que la biblioteca sea
monocromática, ictérica. Debo decirlo: había leído que la escritura de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Yoga</i> fue atravesada por el
divorcio de Emmanuel Carrère y</span> <span style="background: white; color: #050505; font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 200%;">Hélène
Devync y una parte del libro se suprimió. Entonces lo leí de ese modo: como
un libro remendado. Mi conclusión improbable: Hélène Devync se vengó de su ex
marido y se quedó con el alma del libro. Nada es más indiferente que el amor
cuando se termina. Pero, a pesar de todo, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Yoga</i>
tiene un momento único. Son tres páginas. Empieza en la 274 de la edición
española y termina poco después. El instante de Carrère curiosamente es una
expulsión de la literatura: invita a mirar la sonrisa de la pianista Martha
Argerich mientras toca la <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Polonesa
Heroica</i>. Lo que nos invita es a mirar la sonrisa de esa mujer, poseída por
la música, por la infancia. Curiosamente hace poco creí descubrir algo similar
a lo que Carrère menciona. Curiosamente o no, si tomamos en cuenta que las lecturas
nos condicionan en nuestra visión del mundo; lo que vemos lo vemos como leemos:
caóticos, centrados, perdidos, tolerantes, embelesados. Ólafur Arnalds </span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 200%;">es
un músico islandés. Llegué a él por algoritmos que predicen el gusto. Basta seleccionar
dos o tres canciones y la magia se suena los dedos -chasquea, podría escribir influenciado
por los libros Anagrama- para que la música se asemeje. En Netflix la
imposición es más evidente, en YouTube si bien no es sutil al menos se hace
tolerable. De Max Richter -<i style="mso-bidi-font-style: normal;">The departure</i>-
y James Howard Newton -<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Hidden life</i>-
hay un paso, un click, digamos, hasta Ólafur Arnalds. Y resulta que durante el
solsticio del 2020 a este buen músico islandés se le ocurrió tocar y filmar tres
temas en tres momentos diferentes del día más corto del año. Y lo volvió a
repetir en 2021. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Sunrise sesión II</i>: Es
en este año, en 2021, donde sucede la misma magia que vio Carrère en el video
de Martha Argerich. O parecida. El tema se llama <i style="mso-bidi-font-style: normal;">The bottom line</i> e inicia a las 11.14 am hora de Reykjavík, capital
de Islandia. El lugar donde tocan tiene vista al mar, y también a la ciudad; a
una ruta costera que en un primer momento se llena de autos con las luces
encendidas, aunque ya debería ser de día. Josin es la cantante invitada. Josin
tiene el pelo atado y usa una remera de mangas largas color piel. En sus rasgos
hay tantas etnias como tonos hay en su voz. A primera vista su espalda parece
desnuda, pero es el color de su ropa. Sus omóplatos se marcan, se pronuncian y
tensa. La voz que vibra despierta sus manos, las mueve, las guía. Tiene una
pollera gris que cae recta, que juega con su cintura: la sube, la oculta, la
olvida. Canta enfrente de Ólafur Arnalds, sentado al piano. Ólafur Arnalds tiene
un pulóver color arena en el frente pero que en la espalda lleva un gran,
desproporcionado, recuadro azul. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">The sun
always rises</i>, dicen las letras negras en el recuadro. Las letras no
empiezan a la altura de sus omóplatos, hubiera sido una linda simetría para
esta ficción, pero están más abajo, a la altura dorsal, un poco antes de las
apófisis lumbares y el cuadrado de los lomos. Ólafur Arnalds lleva el pelo
rubio y en algunas imágenes, por el brillo, parece colorado; tiene una barba
breve, desprolija, sus dientes se esconden bajo sonrisas fugaces y sus labios
finos; cuando toca se lateraliza ligeramente a su izquierda; tiene una pequeña
giba que nunca corrige por la posición: cae sobre su teclado como si fuera a
desmoronarse: son sus brazos y la luz aquello que lo sostiene pare hacer su
música. La cámara da vueltas alrededor de ellos dos y de la orquesta de Reykjavík.
Hay 13 músicos junto a su director Viktor Orri Árnason. Y en el minuto 5 con 41
segundos sucede lo que Carrère escribe de Argerich. Somos segundos, instantes,
latidos de un universo que nos ignora. Josin acaba de alcanzar su nota más conmovedora,
la orquesta la acompaña hacia el éxtasis de la canción y la cámara se pone a su
espalda y gira a la derecha. Ahí sucede. Ahí está. En el minuto 5.42 ya pasó.
Fue una mirada furtiva, pero menos de un segundo basta para una historia. Ella
mira a su compañera. La mira y sus ojos rápidamente huyen al suelo. La mira
¿con culpa? ¿Acaso pide perdón? ¿Acaso no puede contener sus ojos? Quiere
verla, necesita verla. No mira al director de la orquesta, está claro, solo la
mira a ella. Y ella, con el violín sobre el hombro, con la mano pendiente, con
sus grandes rulos y sus anteojos enormes parece concentrada solo en la voz de
Josin, en el tono, en la abstracción. No es más que un segundo, pero basta para
crear un mundo, para entender de fantasmas, para escuchar como la música se desvanece
de la forma más hermosa y para esperar que el video vuelva a mostrarlas, que
aparezcan otra vez, que se hablen, que lloren, rían, se abracen, se odien, se
feliciten, y todo en pocos gestos. O ninguno. Es la amistad, el amor, la
circunstancia: ojalá fuera Carrère quien incluyera esa mirada en un libro, él
sabría darle un sentido y no solo mirar una y otra vez la escena buscando su
significado a una mirada que no estaba escrita en ningún guión. Ojalá fuera
Carrère, él no necesita de sus lectores para completar los textos que escribe.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 200%;"><br /></span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="312" src="https://www.youtube.com/embed/pAiZWYV4YKw" width="375" youtube-src-id="pAiZWYV4YKw"></iframe></div><br /><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 200%;"><br /></span><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-68979907347456395482021-10-23T14:12:00.005-07:002021-10-24T05:43:19.540-07:00<p><br /></p><p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-cPwJL069ReE/YXR6QB-LJDI/AAAAAAAAA9M/EQImDQ_K5xILqm3XDT0BdKacRLLo2-KGQCLcBGAsYHQ/s1280/WhatsApp%2BImage%2B2021-10-23%2Bat%2B16.58.11.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="960" data-original-width="1280" height="300" src="https://1.bp.blogspot.com/-cPwJL069ReE/YXR6QB-LJDI/AAAAAAAAA9M/EQImDQ_K5xILqm3XDT0BdKacRLLo2-KGQCLcBGAsYHQ/w400-h300/WhatsApp%2BImage%2B2021-10-23%2Bat%2B16.58.11.jpeg" width="400" /></a></div><br /> <p></p><p></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">En
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Kaddish por el hijo no nacido</i>, Kertész
deja ver de manera clara y luminosa para sus lectores </span><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; font-size: 16px;">–</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">diáfana en
contraposición con la narración</span><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; font-size: 16px;">–</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;"> quién fue uno de sus maestros literarios, o
por decirlo de una manera más directa: deja ver a quien </span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 150%; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">–</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">me parece que
claramente</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 150%; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">–</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">
imita, perfecciona, homenajea como suele decirse. El primer impulso mental es
volver a leer todo o al menos algo de Kertész desde esa perspectiva: acaso
tenga tiempo de releer <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Sin destino</i>, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Diario de la galera</i>, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">etc.</i> pensando en el estilo del maestro
que se detecta entre las líneas de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Kaddish
por el hijo no nacido</i> y que debería modificar una segunda lectura del resto
de su obra. El siguiente impulso mental es precautorio: ¿y si la percepción es
errónea? No puede ser. No puede ser </span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 150%; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">–</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">es casi un deseo</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 150%; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">–</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;"> aunque puede ser porque
el estilo es tan similar que solo cambia una locación por otra: el cautiverio
en un <i>lager </i>para el adolescente judío que fue Kertész es trastocado por un frío
hospital para tuberculosos para el que el que creo fue su maestro y guía
alemán. Aun así dudo. ¿Cómo salir de la duda? Acaso buscar una reseña en
internet sea útil, acaso cruzar los dos apellidos en un buscador y que los
algoritmos hagan su trabajo. Sí, puede ser, pero la pereza digital me salva: la
computadora tarda en encender, el teléfono está cargando, lejos, en la cocina
junto al té que se enfría porque he vuelto a leer en la cama.</span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Sigo
leyendo. Sigo. Seguiría toda la vida. También en la otra. Aunque quizás el
paraíso sea un lugar donde finalmente no se tenga la necesidad de leer, como lo
es para el guerrero ya no tiene la necesidad de matar. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">En
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Kaddish por el hijo no nacido</i> no hay
casi puntos aparte, hay ideas que se enrulan y dentro del rulo nacen otras
ideas que se enrulan y se estiran y... sigo leyendo y ¡al fin! El eureka de
Arquímedes está en la página número 58 de esta edición de bolsillo: Kertész
nombra a quien sospecho le dio su estilo. Lo nombra y antes de escribir su
apellido lo califica, "el erudito" lo llama. Ese es su insulto, ese
es su elogio, su reconocimiento, su rendición total a los pies de la estatua y
el maestro.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">En
la mesa de luz, al tope del lugar común de una pila interminable de libros por leer, tengo el segundo de los libros que consulto esta mañana en la cama, consciente del té ya frío en la cocina y de la respiración superficial del gato que aprovecha ausencias para acostarse del
otro de la cama, gato al que acaso su color negro rojizo salva del segundo lugar común de los escritores: el gato al alcance de la mano.</span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><br /></i></span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;">La mano del teñidor</i>
se llama el libro </span><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; font-size: 16px;">–</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">sería un nombre muy largo para el gato</span><span style="font-family: "Times New Roman", "serif"; font-size: 16px;">–</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;"> y a medida que avanzo en
la lectura, el libro se llena de marcas hechas con pequeños señaladores que
funcionan como migajas de pan a las que conscientemente nunca voy a volver. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">La mano del teñidor</i> recopila ensayos
extraordinarios de un poeta extraordinario. W.H. Auden habla aquí de la literatura
y de la vida, de la música, de la religión, de la ciencia y el arte. Poetas, escribientes, consagrados y cobardes, todos deberían
leerlo, releerlo. Pero, ¿por qué mencionarlo en este texto? Porque hay un cruce que forzar.
Auden reconoce que escuchar música le enseñó a organizar un poema. Y a
continuación agrega "<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Cuánto más se
ama otro arte, menos inclinado se siente uno a invadir sus dominios</i>".
Personalmente aplicaría esta frase para con los escritores que amamos: cuánto
más disfruto a un autor o a una escritora más debería evitar copiar <i style="mso-bidi-font-style: normal;">ese</i> estilo. Parece imposible. Creo que
debe serlo </span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 150%; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">–</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">hablo
de la imposibilidad</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12pt; line-height: 150%; mso-fareast-font-family: "Times New Roman";">–</span><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">
y si lo es, si es imposible evitarlo, entonces al menos deberíamos no escribir
sus nombres. No deberíamos hacer como hizo Kertész en la página 58. Y si lo
hacemos, deberíamos eliminar esa mención en la primera corrección, en la
segunda, tercera, aún en las pruebas de galeras si solo entonces lo detectáramos. Pero, ¿es posible? Citar es
querer ponerse a la altura, es decir desde el ego “yo también puedo escribir
así”. Es decirle al lector: “Si no te diste cuenta, te lo voy a decir
directamente: ojo que yo imito este estilo, no me subestimes, no me
menosprecies”. Es difícil. Si parece casi imposible no homenajear a los que
honramos, ¿deberíamos contenernos? ¿Reprimirnos? ¿Dejar que el lector lo descubra por sí solo? Quizás sí, quizás deberíamos callarnos, aunque este silencio se compare a
primera vista con esa relación amorosa donde nos prohibieron específicamente
pronunciar la palabra amor.</span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;"></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14pt; line-height: 150%;">Auden
escribe algo que queda perfecto para uno de los autores actuales que más celebro:
“La integridad de un escritor está más amenazada por los llamados de su
conciencia social y sus convicciones políticas o religiosas que por los
llamados de su codicia. Es moralmente menos desconcertante ser engañado por un
vendedor ambulante que por un obispo… Algunos autores confunden la
autenticidad, a la que siempre deberían apuntar, con la originalidad, por lo
que jamás deberían molestarse. Existe cierto tipo de persona tan dominada por
el deseo de que la estimen por sí misma que vive poniendo a prueba a los que la
rodean mediante una conducta inaguantable; lo que dice o hace debe ser admirado
no porque sea algo intrínsecamente admirable sino porque se trata de su
observación, su acción. ¿No explica esto en gran medida el arte vanguardista?”<o:p></o:p></span></p><br /><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-8472822835441540102021-07-02T12:56:00.002-07:002021-07-02T12:56:58.881-07:00Casa de hojas de Mark Z. Danielewski<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-r1pV0PIBtTA/YN9XnhJZGdI/AAAAAAAAA7I/ufCIoXqSV1QB50GDk4ZPD7WDzd9KV79oQCLcBGAsYHQ/s1080/210351943_10221448088284871_7619569161700362376_n.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1080" data-original-width="1080" height="400" src="https://1.bp.blogspot.com/-r1pV0PIBtTA/YN9XnhJZGdI/AAAAAAAAA7I/ufCIoXqSV1QB50GDk4ZPD7WDzd9KV79oQCLcBGAsYHQ/w400-h400/210351943_10221448088284871_7619569161700362376_n.jpg" width="400" /></a></div><div><br /></div><div><br /></div><p></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">¿Por dónde empezar si el libro mismo
es un laberinto? Quizás por la recomendación: No podés no haber leído este
libro, me dijo el buen vendedor. La doble negación en la frase, los tiempos verbales, toda
esa desprolijidad hermosa en boca de un librero, editor y lector avezado fue
tan tentadora como sostener el libro en la palma de la mano. El objeto
impresiona. Impresiona su peso, su tapa, sus innumerables citas al pasar las
hojas y la irregularidad ¿caótica? del texto; de los textos, porque varias son
las historias que se enlazan, se rozan, se recelan y huyen. Que ya en la tapa
de este libro con una circulación atípica diga Novena edición en castellano impresiona.
Que el libro sea tan voluminoso, con una letra por momentos pequeña -cuando no
de color rojo y <s><span style="color: red;">tachada</span></s>- se presenta como
un desafío. Y también como una duda. ¿Qué es esto? ¿Rayuela en el siglo XXI? Es
raro: lo primero que pensé fue en Rayuela cuando Casa de hojas claramente
menciona, retoma, corrige, admira y dimensiona una vez más a Borges. Como en un
laberinto magnífico, como en un “La casa de Asterión engordado”, es Jorge Luis
Borges una de las inspiraciones de este libro y no Cortázar. Y si<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Cortázar también lo es, está claramente mejorado:
este es un experimento donde la historia triunfa. Pero, aunque triunfa, voy a
decir que en un momento pensé en abandonar la lectura: esa mezcla de la narrativa habitual de Chuck
Palanhiuk y el proyecto Blair Witch, con homenaje a la vieja película
de Poltergeist de 1982 (y de Terror en Amityville de 1979, y de Lovecraft, y de
etc, etc) me invitaba a abandonar, a buscar un libro mejor, otra historia. Pero
no, no pude dejarlo. ¿Por qué? No sé decirlo. O sí, me arriesgo: con Casa de
hojas recuperé a uno de los lectores que fui. El que sentía miedo: miedo animal,
irracional, miedo en estado puro. Miedo causado por un libro. Eso me hizo
seguir, devorar. Entré en la historia y ya no quise salir, no quise dejar de
dar vueltas las hojas, no paré de leer de costado, hacia abajo, yendo a los
apéndices y volviendo. Le hice caso al autor, acepté su juego y quizá sea esta
la condición principal para leer Casa de Hojas. Jugar. Entrar en la historia despojarse,
librarse. Mi experiencia física de lectura fue sencilla: esperar que toda la
familia se durmiera, acostarme con una mínima luz apuntando al libro en un
silencio absoluto. No leí de día. Ni una línea. Todo fue en la oscuridad.
Quizás eso me permitió recobrar el miedo de un lector adolescente: miedo a
perderme, miedo a que un libro tenga la capacidad de meterse en el pensamiento,
en la realidad y modificarlo todo. Hasta tuve miedo de una presencia que me
pareció percibir en el pasillo de mi casa, mirándome, silenciosa, mientras leía.
¿Por qué leer esta novela de noche? Porque la noche tiene el mismo silencio que
está presente en Casa de hojas. No hay música en esta historia, apenas algunas
canciones infantiles que suenan casi como un eco y que se pierden en el
laberinto. (Nota: la comparación entre la leyenda de Eco y Narciso dimensionado
como eco de nostalgia y el eco del ultrasonido como algo material está entre
mis partes favoritas) Ahora, hoy, en este momento que escribo, terminado el
libro, no sé si volvería a leerlo. De hecho no encuentro motivos para volver a
abrir Casa de Hojas. Quizás la experiencia de lectura se agota en la primera
instancia, algo que está muy lejos de lo que sucede con Borges y su obra, a la
que uno vuelve de modo constante y necesario. ¿Qué libro es Casa de hojas? ¿Un
libro para recomendar? ¿Para regalar? ¿Uno de esos libros que uno desea
escribir? Titubeo a la primera pregunta y junto tres negaciones a las siguientes.
Llego tarde al libro. Su edición en inglés es del año 2000, en castellano del
2014. Querer compartir la lectura hoy es como haber hecho maratón de las siete temporadas de Lost
y buscar en las redes si el bueno de Jack Shepard está vivo o no. Me arriesgo
una vez más: es un libro para leer como un fenómeno de época, quizás debí llegar
a él hace unos años para disfrutarlo plenamente, quizás con el tiempo se vuelva
un libro de iniciación en el terror para adolescentes. Sé que lo viví como experiencia
física, emocional, sé que es uno de esos libros que me gusta haber leído, pero siento que no volveré a abrirlo, ya no volveré a esa casa en Virginia, ni a esos
pasillos, ni al pie de la escalera en espiral. Y si lo hago será como la última
incursión de Will Navidson al corazón de la casa: volveré para mejorar las
imágenes que otros nos pudieron tomar.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-GrWOC2DNW-0/YN9vRILf34I/AAAAAAAAA7Q/0-FgK7yifH0FMZKmr_PXa8U4Bg8zMvV3wCLcBGAsYHQ/s1080/212556202_10221448088244870_9047487792077893307_n.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1080" data-original-width="1080" height="400" src="https://1.bp.blogspot.com/-GrWOC2DNW-0/YN9vRILf34I/AAAAAAAAA7Q/0-FgK7yifH0FMZKmr_PXa8U4Bg8zMvV3wCLcBGAsYHQ/w400-h400/212556202_10221448088244870_9047487792077893307_n.jpg" width="400" /></a></div><br /><span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span><p></p><br /><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-42954447858157777792021-02-06T14:51:00.000-08:002021-02-06T14:51:56.941-08:00Juan Carrá y Los preparados<div><br /></div><div><br /></div><div><p class="MsoNormal" style="background: white; line-height: 200%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="color: #1c1e21; font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES-AR;">“…todos mentimos.
Yo también. Escribir es mentir y curar también, entonces no hay nada más
mentiroso que un médico escritor”. La frase le pertenece a Sebastián Chilano,
médico… escritor. Autor de Los preparados que salió recientemente por Obloshka editorial
y que según el catálogo se trata de una novela. Y quizás sea la frase citada la
explicación (si hiciera falta) de por qué este texto intimista, con la prosa
confesional propia de una crónica (o de la auto-ficción) y las reflexiones y
análisis que suelen ser más del ensayo, podría pensarse como una novela. Pero,
la verdad, poco importa esta disquisición sobre los géneros/etiquetas y en todo
caso podría ser una muestra de que para sobrevivir los géneros deben
hibridarse, trabajar en las fronteras hasta diluirse… Lo que no cabe duda es
que Los preparados es un texto que solo puede escribir un escritor que haya
sido o sea médico. No sé si un médico escritor podría hacerlo… porque si hay
algo que se desprende de esta prosa es la presencia de uno sobre el otro, puja
tan absurda como las ideas antedichas sobre si novela o ensayo o crónica… pero
que me interesa remarcar, porque Chilano es un gran escritor que usa bata y
cura (miente).</span></p>
<p class="MsoNormal" style="background: white; line-height: 200%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="color: #1c1e21; font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES-AR;">Muchas líneas de
análisis tendríamos para entrarle al libro. Yo elijo una que me parece la más
llamativa. Una novela es ante todo un andamiaje de recursos para narrar una
historia. Ese andamiaje puede ser, incluso, a veces, la novela misma. En este
caso el andamiaje es el soporte para que un puñado de páginas excelentemente
ubicadas sobre el final explote en sentido todo lo acumulado. Esto sin
pirotecnia, sin engaños, sin efectismo. Simplemente cada fragmento de relato
colocado en su lugar para que la historia sea todo lo que tiene que ser.
Entonces, hay una dinámica de lectura muy veloz, anclada en capítulos cortos,
que pueden devorarse pero mejor no, porque en cada uno podría haber una gema
que necesita tiempo para brillar y, por voraces podríamos perderla. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="background: white; line-height: 200%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="color: #1c1e21; font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES-AR;">Ahora, es cierto
que la velocidad de lectura no suele ser de por sí un valor positivo de un
texto, pero sí puede serlo cuando además de dinamismo propone profundidad,
acumulación de sentido, un mundo que se va desplegando a medida que el narrador
intimitas cuenta/piensa/reflexiona.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="background: white; line-height: 200%; margin-bottom: 3.75pt; text-align: justify;"><span style="color: #1c1e21; font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES-AR;">¿Qué hacemos con nuestras propias
historias? La pregunta para cualquier escritor es fácil de responder: las
escribimos. Pero ahí está la trampa, no siempre nuestras historias personales
son materia narrativa, no siempre lo autobiográfico excede la anécdota para
volverse relato. Hay ejemplos de sobra de la literatura de historias mínimas
que se vuelven algo más gracias al pulso narrativo de un autor o autora. Quizás
pase eso con Los preparados: un conjunto de historias mínimas que de repente ya
no son un simple regodeo del yo, sino que se amalgaman para componer algo más…
ese plus que lo hace un gran libro más allá del género en el que quieran
ubicarlo.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="background: white; line-height: 200%; margin-bottom: 3.75pt; text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-jME9iWVWCvE/YB8cPmdL_yI/AAAAAAAAA4E/IYAdpJil5JQN-gstRzgm8J1sP0CjqdiFACLcBGAsYHQ/s937/bodies.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="937" data-original-width="749" height="320" src="https://1.bp.blogspot.com/-jME9iWVWCvE/YB8cPmdL_yI/AAAAAAAAA4E/IYAdpJil5JQN-gstRzgm8J1sP0CjqdiFACLcBGAsYHQ/s320/bodies.jpeg" /></a></div><br /><span style="color: #1c1e21; font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%; mso-fareast-font-family: "Times New Roman"; mso-fareast-language: ES-AR;"><br /></span><p></p><br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-48580191175146178552020-11-29T05:39:00.001-08:002020-11-29T05:39:38.521-08:00<p> </p><p></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;"><span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 13.0pt; line-height: 200%;">Fue
en algún ateneo oncológico de los lunes a la mañana durante el año 2005. Ricardo
Bracco detuvo la exposición. Un residente de años superiores exponía un caso clínico
y al llegar al examen físico usó la expresión <i style="mso-bidi-font-style: normal;">bultoma</i> para referirse a un hallazgo. Bracco era un médico
experimentado, tenía un lenguaje preciso, y una pasión por los términos
correctos que remitía a otro tiempo. El motivo de su interrupción fue ese término.
Mucho se habla hoy del lenguaje, de la evolución, de los cambios: por algún
motivo en esos tiempos la palabra <i style="mso-bidi-font-style: normal;">bultoma</i>
se extendía y su uso preocupaba a médicos como Bracco. Bultoma, deriva de
abultamiento, una forma imprecisa de referirse a un hallazgo que un médico moderno
no puede determinar sin métodos complementarios. Recuerdo que Bracco fue tajante:
ese término no existe, nació como un chiste y ese chiste se pierde reemplazando
a palabras certeras: si hay rubor, se puede nombrar una <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>tumefacción. ¿Qué es un bultoma? Algo que lo
incluye todo y no es nada. Cualquier bulto bajo la piel puede denominarse así,
pero también puede ser una hernia inguinal, un ganglio, un lipoma ¿por qué entonces
no llamar a las cosas por su nombre en vez de generalizarlas en esa palabra? Qué
es un bultoma ¿Un bulto benigno? ¿Maligno? No hay indicio, hay simplificación. El
lenguaje médico trata de ser preciso, de decir más de lo que dice: bradilalia
deriva de unir lentitud y lenguaje en una palabra. ¿Qué une bultoma? Nada. Bulto
puede derivar del <i style="mso-bidi-font-style: normal;">vultus</i> (rostro) o de
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">bulla</i> (burbuja), deriva en la
imprecisión, algo que los buenos cirujanos no toleran. La última vez que lo vi,
Ricardo Bracco vino a El gran pez. En los pasillos de la clínica, en un
encuentro casual a fines del 2019, había prometido visitar la librería. Sentía,
en ese momento de su vida, que había llegado el momento de escribir sus memorias.
¿Y qué hace uno ante esa decisión? Empieza a leer biografías porque sabe que
necesita encontrar palabras precisas. Recuerdo el libro que eligió: Viaje al Río
de la Plata, de Ulrico Schmidl, la narración de un alemán durante la conquista
de América.<o:p></o:p></span></p><br /><p></p><p></p>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-47227487915567738032020-07-26T06:53:00.000-07:002020-07-26T06:59:18.523-07:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Antonio Tabucchi no lo recordó de
inmediato. La memoria es caprichosa, justifica. Más adelante lo recuperará,
pero antes Tabucchi elige otra palabra para hablar del sueño: lo convierte en
su evocación, su <i style="mso-bidi-font-style: normal;">ex vocare</i>, algo que
viene desde afuera, algo que él mismo traduce del latín como un llamar a la
memoria. Y cuando la memoria acude, distorsiona: nos hace entender que lo que
creíamos perfecto y completo está lleno de vacíos, de intervalos perdidos,
irrecuperables.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span>
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Esto es para los recuerdos, no para
los sueños. Los sueños, construidos de un material mezclado de vigilia y
perturbaciones, nunca son completos. ¿De qué está formado ese sueño, esa
alucinación, de Tabucchi? Del material que usará para su libro <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Réquiem</i>.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span>
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">En <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Réquiem</i>, el protagonista deambula por una Lisboa (que se parece a la
Lisboa que recorremos en libros los que nunca conocimos sus calles: la ciudad
de Pessoa, pero también a la que Ruffato nos lleva en uno de sus libros) y busca
a alguien. Es una certeza, para el lector y el escritor, aunque no tanto para
el protagonista: su busca es una elusión, una suma de episodios y personajes
que solo pueden desviarlo de ese hallazgo revelador. Eso es lo que quiere el
escritor: evitar, evadir un lenguaje común. Desde la prosa y desde la
construcción de la obra: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Réquiem</i> fue
pensado y escrito por Tabucchi en portugués, algo poco usual pero que hemos
visto otras veces: así lo hicieron Wilcock y Gombrowicz en nuestras tierras,
así lo hizo Pessoa con sus sonetos ingleses, por dar algunos ejemplos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span>
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">En el prólogo de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Réquiem</i> Tabucchi lo aclara: este libro debí haberlo escrito en
latín, dice. El latín es la lengua muerta, y muerta debería ser la lengua de
todos los libros: todos los libros –excepto los clásicos– mueren al cerrar las
páginas, apagan su idioma y se convierten en algo que no existe. La función del
libro se termina ahí, cuando se desprende de las manos de quién ya no lo lee.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">En <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Autobiografías ajenas</i>, Tabucchi, finalmente, cuenta el sueño. Y en
el sueño está el origen de su novela <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Réquiem</i>.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Desde el poema de Gilgamesh a la Biblia,
desde Calderón a Shakespeare o a Kafka, el derecho a soñar –según la definición
de Bachelard– acompaña a la escritura, dice Tabucchi. Ese derecho, que él mismo
cita, también lo camufla.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span>
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">El sueño no es el comienzo de la
historia. Aparece en la segunda mitad del capítulo 4. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Réquiem</i> se escribirá hacia adelante y hacia atrás, anclado en ese
sueño que es central pero que no tiene desarrollo en sí. Es un comienzo, pero
es como la primera hora del día: nos muestra en un cielo que poco tendrá que
ver con nosotros cuando el sol se ponga. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span>
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">La clave está en el sueño. Tabucchi
sueña con su padre, inesperadamente joven. Los roles podrían estar invertidos:
él podría ser padre de su padre; y el padre, su hijo. Su padre le hace una
pregunta, y a partir de la pregunta nace el mundo. Su padre –el real– había
muerto de cáncer de laringe. La enfermedad y sus tratamientos –dejaremos que
Tabucchi cuente esa historia en detalle– dejaron a su padre mudo durante sus últimos
dos años de vida. Se comunicaban por una tabla que los chicos usan para
escribir y borrar. La voz se apagó, la del hijo también. Por eso, Tabucchi hijo
encuentra llamativo que, en el sueño, lo primero que haga su padre es hablarle.
Por medio del sueño recupera algo perdido. Y, aunque la segunda extrañeza es la
pregunta absurda que le hace su padre, la tercera rareza es la fundamental: su
padre le habla en portugués. Idioma que en vida no conoció más que en una
palabra.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span>
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Es decir, Tabucchi, en un sueño,
recupera a su padre, recupera la voz de su padre, se enfrenta a una pregunta
absurda y lo hace en un idioma –para su padre– totalmente desconocido. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span>
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Tabucchi al final del texto escribe:<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12pt;">A mi padre siempre lo llamé mi’pa’, o
simplemente pa’, apócope de padre, como es costumbre en mi tierra ( ) Cuando en
la universidad empecé a estudiar portugués, le dije un día a mi padre que la
palabra portuguesa pá, con acento agudo, ( ) es contracción de la palabra
rapaz. Era la única palabra portuguesa que sabía mi padre. Y cuando yo lo
llamaba pa’, él me llamaba pá. Era un juego secreto ( ) que usábamos con
malicia infantil, cuando nos llamábamos recíprocamente con esta palabra, yo
sabía que mi padre, al pronunciar la suya, le ponía mentalmente un acento
agudo; y él sabía que yo, en la mía, ponía el apócope. Era el uso diferenciado
de dos palabras homófonas: yo lo llamaba padre, él me llamaba rapaz.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-25826939031591548602020-05-30T13:19:00.000-07:002020-05-31T06:13:10.017-07:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="line-height: 200%;"><o:p><span style="font-size: large;"> <a href="https://www.youtube.com/watch?v=gExOYDVqDsc" target="_blank">Los términos de mi rendición. Bunbury</a> </span><span style="font-size: xx-small;">(click para el vídeo)</span></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
Su último disco se publicó completo este viernes, pero ya se habían difundido cinco cortes. Voy a elegir uno: Los términos de mi rendición. El video inicia
con una cita de Thoreau. En la cita, Thoreau cuenta que se va a vivir a un bosque
para aprender a vivir, para aprehender lo que la vida tiene para enseñar y para
no morirse sin haber vivido. El primer plano del video es de un cielo cubierto.
Es hermoso. Sobre las nubes grises aparecen unas letras blancas que dan el
título: <b>Los términos de mi rendición</b>.
Abajo aparece el nombre del cantante, en color negro mientras un coro celestial
ahoga el inicial ruido del viento y comienza la canción. Bunbury canta: <b>Ahora que uno se explota a sí mismo y cree
que está realizándose. </b>La melodía de la canción se vuelve de inmediato
conocida. Es una melodía que ya escuchamos. Bunbury se repite. Es su intención,
supongo. Bunbury está hace años escribiendo casi siempre la misma canción. Por
eso es conocida. La métrica se adapta a la misma melodía y la asociación es
inevitable. Esto que en los escritores puede ser considerado un estilo, una
obra, un concepto, en un músico puede llevar al hastío de sus oyentes. En
nuestros pagos, César Aira parece estar escribiendo un único libro, o dos, o
tres, no muchos más: una autobiografía, una saga costumbrista (saga en el
sentido que le da Borges: del alemán “decir”) y un juego meta literario que
abarca cada extremo de lo lúdico. Quizás Bunbury haga lo mismo, pero a un
cantante ese juego no le está permitido. O no está bien visto. (También Aira
tiene sus detractores, aunque sus argumentos sean endebles) Es inevitable
pensarlo: Bunbury se repite, se copia, se quedó sin ideas, sin inventiva. Hablo
de la melodía. No de sus letras. Las letras de Bunbury se perfeccionan, como sin
duda se deben perfeccionar sus lecturas. Se sabe, Bunbury siempre ha sido un
buen lector. La línea inicial de la canción nos lleva inevitablemente al
filósofo de referencia Byung-chul Han, ahora que Agamben y Zizek perdieron algo
de terreno con casi todos sus escritos sobre la pandemia. La autoexplotación como
mutación moderna de la esclavitud es cita repetida en Byung-chul Han. Y Bunbury
lo sabe porque lo leyó. Bunbury interpreta correctamente al autor de La
sociedad de la transparencia y lo usa para abrir esta canción. En ese sentido,
Bunbury se ha perfeccionado: tiene claro el mensaje que quiere trasmitir y lo hace
cada vez con mayor certeza. Y poesía. Su crítica social se extiende a las redes
sociales. La siguiente línea lo dice: <b>ahora
que los extraños me tratan como a un amigo. </b>Puede ser también que sea el
precio de la fama (no lo conozco, solo lo pude ver en un recital del que salí
con la migraña más intensa de mi vida y sin embargo siento que compartimos
horas e ideas, que si lo tuviera enfrente podría hablar con él de cualquier tema,
es decir: podría creerme amigo de alguien que no me conoce) o podría ser que Bunbury
simplemente hable de las redes sociales: hoy, los extraños, con un click de
inmediato pasan a recibir el estigma de “amigos”. En este sentido, son varias
las líneas de la canción que se refieren a los tiempos actuales: <b>Escribo con el desorden de la urgencia</b>,
o <b>Ningún placer parece que dure lo
suficiente</b>. Son dos ejemplos de su pensamiento, de sus lecturas filósoficos.
Pero quizás la frase más hermosa de la canción refleje su poesía característica
dentro de esa variedad de lecturas: <b>Sé
que el romper de una ola no puede explicar todo el mar</b>, canta Bunbury pero
habla Nabokov. Entonces, la pregunta es ¿por qué Bunbury canta y no
directamente escribe? ¿Por qué no deja la guitarra y se sienta a hacer un
libro? En el vídeo, además un gato y un piano improbable hay una pequeña guía
de lectura. Aparecen libros de Henry Miller, David Lynch, Leonard Cohen, y del
propio Bunbury. Por qué, entonces, no sentarse a escribir, si claramente en su
vida empieza a dominar la letra sobre la melodía. ¿Es ese su destino final y
aún no lo acepta? No lo sabemos, sí sabemos que insiste en hacer una nueva canción.
La respuesta ante su terquedad puede estar en la frustración. La frustración de
no llegar a tanta gente. Un libro –salvo contadas excepciones– no tiene el
recorrido y la difusión que puede tener una canción. Si quiero que un mensaje
se extienda, la mejor forma es cantarlo. Ese parece ser el pensamiento que
lleva a Bunbury a seguir escribiendo siempre la misma canción. De lo contrario
su mensaje antisocial no se difundiría, o debería aspirar a ser como Thoreau en
su lenta precisión, o como el Unabomber en su patológica y mesiánica desesperanza.</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="line-height: 200%;">Bunbury se resigna y canta: <b>Sin desviarse de la norma el progreso no
puede avanzar</b> y parece hacer un balance negativo de su obra: <b>He renunciado a demasiado en los últimos
años, realizando un esfuerzo total para un modesto resultado</b>. Se adelanta a
las críticas y expone su obra hasta la fecha, con todas sus mutaciones, para el repudio o la devoción. Su legado es la música, pero también las letras
y sus lecturas. Su legado es la búsqueda, lo único que nunca podrá negársele: siempre en movimiento, siempre buscando.<br />Bunbury aparece en una casa solitaria. En el video apenas lo acompaña un
gato y Bunbury elige, para terminar la canción, un riff de guitarra que no interpreta: sus manos se alzan al cielo mientras la digitación se desliza entre trastes y cuerdas. Las palabras se apagan y suena la guitarra, como hace mucho que no sonaban en sus canciones. En el
riff hay algo embrionario, algo que parece contener la fuerza del final de aquella
canción suya, Los habitantes, pero perfeccionado en la imposibilidad de
concluir la escala. Cuando se apaga el riff, suena una música sintética que
parece devolvernos a los años 80. Una música que parece decir: Lo intenté todo, pero
ustedes seguirán encerrados en sus casas, con los ojos pegados a sus pantallas,
esperando la siguiente temporada de Stranger Things. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-29496007595347870422020-03-29T11:45:00.001-07:002020-04-01T11:02:20.062-07:00Un sueño<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Somos
tres. Vamos a caballo. No conozco a los otros, pero se nota que son más grandes
que yo. Uno parece tener 60 años. El otro no menos de 50. Aunque, pensándolo
bien, puede ser un engaño. La vida al aire libre, la piel curtida, las marcas
de un oficio tan duro –¿pero de qué oficio hablo si no los conozco?– puede
hacer que el de 60 tengo 100 o 30 años. Yo sé cuántos años tengo: 43.
Cabalgamos por una llanura hermosa, sin lomas. El campo es verde, interminable.
El cielo no tiene esa calma, es gris y nuboso, amenaza, cambia de colores.
Parece que en el límite del horizonte –quizá más cerca– está lloviendo. El de
60 años ve una casa y dice que ahí nos refugiaremos. Se viene un viento fuerte,
dice. Usa un nombre propio. No dice viento zonda, ni viento pampero. No
entiendo la palabra que usa. Entramos en la casa. Una mujer prepara café y
huevos. Casi no se da vuelta para saludarnos mientras nos sentamos en sillas de
madera con respaldo duro. Se nota –lo sé con una precisión pasada– que solo
viven ella y su hijo de unos dos años en esa casa. El niño está sentado en una
silla juntó a mí. Tiene puesto un babero verde y la silla para comer en la que
está sentado es demasiado moderna para el lugar. Tiene un color verde chillón
artificial. No podría decir qué colores artificiales son más nuevos, pero ese
sin duda lo es. La mujer no tiene miedo de nosotros. Conoce a los otros dos,
los llama por sus nombres que no puede entender. A mí no me conoce. No podemos
esperar el viento en su casa, nos dice. Así que después de desayunar café nos
vamos. No recuerdo el gusto del café, tampoco si estaba frío o caliente, fue un
acto mecánico: vaciar la taza y limpiarme con el dorso de la manga de una camisa sucia a cuadrillé. Sí
descubrí que tenía sueño y la pregunta, ahora, es ¿se puede tener sueño dentro
de un sueño? Salimos. El niño no nos despide. En realidad no sé si no era un
muñeco. No lo vi comer. No lloró. Afuera, en la llanura, el clima empeoró. Hay
viento fuerte y las nubes son increíblemente negras. Cabalgamos. Para nuestra
suerte aparecen unas montañas que antes no estaban y nos refugiamos
cubriéndonos con mantas que teníamos en las alforjas. Los caballos desaparecen,
como si el viento se los llevara, pero eso no sucede, simplemente los caballos
se borran de la escena. Ni a mi ni a los otros nos preocupa. El verosímil del
sueño no soporta caballos volando. Nos envolvemos en una tela. Arriba el viento
sopla, pero no siento nada. No hay dolor ni miedo. Es algo que tiene que pasar
y de lo que sabemos que no dejará ningún daño ni secuela. Cuando pasa la tormenta
me levanto y me despido de los otros dos. Muevo la mano. Adiós. Del otro lado
de la montaña –montaña que no es más alta que una duna– me espera la ciudad.
Ahora sé que yo conozco esa duna. Es la loma de arena que hay en la entrada a
la playa del puerto. No hablo de Punta Mogotes. Hablo de la verdadera playa del
puerto. La que está antes de seguir por el camino que lleva a la escollera sur
y al Cristo. En esa playa, a un costado de la entrada hay una construcción
abandonada, el esqueleto de hormigón de un edificio que nunca llegó a
concretarse, y del otro está la duna. Está esa duna que asciendo y desciendo y
que me permitirá después caminar hasta llegar a mi librería. O una de sus
sucursales. Porque no es mi verdadera librería. Una cosa es la lógica del
sueño, en la cual esa necesariamente debería ser la librería, y otra es la
lógica de este mundo: esa no es, por tanto debería ser una segunda librería:
una sucursal. Pero en el sueño no pensaba en sucursales. Era mi librería. Y
estaba en el mismo lugar donde mi padre tuvo su zapatería treinta años. Padre
Dutto 469. Calle y dirección. Alejandra, una de mis socias, estaba cerrando el
local. Poniendo las mismas rejas que ponemos en la librería que queda en el
centro de la ciudad. La ayudo mientras ella charla con unas amigas (que son
dos) y discuten cuál colectivo tomar cada una para ir a distintos lugares.
Están en el puerto y no conocen los recorridos de esos colectivos. 562. 563.
522. 525. Las escucho y descubro algo en el entramado: que todas las direcciones
que nombran quedan muy cerca las una de las otras. Me felicito, el
descubrimiento, la lógica resuelta me produce una verdadera felicidad. Desde
esa felicidad les propongo que tomemos un taxi. Y lo aceptan. También descubro
que adentro de la librería está Agustín, mi hijo. Por algún motivo no me
sorprende su presencia. Tiene 6 años, su edad real, y no tiene ningún libro en
la mano. Ya sé que todavía no le gusta leer. Quizás nunca le guste, pero se
obliga a pasar horas adentro de la librería. Escuchando música, como en casa.
Todo eso pienso en el taxi de camino a casa. En el que vamos solos con Agustín.
Supongo que Alejandra y sus amigas se bajaron ya, pero no puedo afirmar que se
hayan subido alguna vez. Al entrar a casa (que no es mi casa actual, que es un
departamento en el puerto, que quedaba a dos cuadras de la zapatería) no
recuerdo nada más del resto del día. Hasta que llega la noche, y estoy
desvelado mirando el techo. No repaso los hechos de un día tan extraño. Repaso
los datos de un cartel que vi pegado en la puerta del edificio. “Casino. Inauguración
total”. El cartel es un faro al que no puedo dejar de acudir. Me levanto de la
cama sin hacer ruido, para que Lili no se despierte. Me visto y bajo las
escaleras. El casino funciona en la planta baja del edificio. Entro, pero no
hay solución de continuidad: abro la puerta de mi departamento y al mismo
tiempo entro en el casino. El umbral ahorra muchos pasos, muchos gestos
innecesarios. El umbral de esa puerta –el umbral del sueño– funciona como
internet, que nos facilita el acceso al mundo eliminando pasos innecesarios. Son
las cuatro de la mañana y hay poca gente. Quedan algunos apostadores alrededor
de una mesa de ruleta y unos pocos jugadores más en mesas para dos personas
donde se reparten cartas españolas. Casi puedo jurar que juegan al truco, pero
piden cartas como jugaran al póker. Esto sí entiendo: la habitación es típica
de los casinos, tiene un alfombrado rojo que trepa por las paredes hasta la
mitad y creo –creo– percibir el olor de esas alfombras que acumulan tierra y
grasa. Creo, porque el recuerdo olfativo viene de la mano del visual. Sigo con
la descripción y las percepciones: hay sillas de cuero rojo, hermosas, sin uso,
que crujen cuando los cuerpos se mueven. Son incómodas. Lo veo en las caras
cada vez que los cuerpos de los jugadores se acomodan y hacen crujir el cuero.
Me paro frente a la mesa de la ruleta. El tirador hace girar la bola. No
apuesto. Cantan un número lateral, de esos que nadie juega (no recuerdo cual) y
el dueño del casino (sé que es el hijo del dueño, pero no sé por qué lo sé)
anuncia que por un rato se suspenden las actividades: va a empezar el concierto
acústico de Javier Calamaro. En la noche inaugural se dan ese gran gusto, dice
mientras los aplausos tapan su voz. Entra. Después se hace un silencio breve,
hasta que entra Javier Calamaro del brazo de una mujer joven, extremadamente
flaca, a la cual todos conocen menos yo. El cantante se siente y acomoda la
guitarra que la mujer le alcanza. Calamaro dice que por suerte, aunque la vean
delgada, Brenda está bien. Ya no es anoréxica. Brenda sonríe. Se nota –solo yo
noto– que hace un esfuerzo por sonreír y que ese esfuerzo le quita la poca
energía que le queda. Me entristezco. Sé lo que va a pasar y quiero irme, pero
no puedo. Sería una descortesía levantarme y salir justo cuando Calamaro canta
su primera canción. Espero que cante después Imágenes Paganas, pero no. No
conozco la primera segunda. Durante la tercera –que tampoco conozco– Brenda se
para y se va. El cantante la mira y sonríe. Están en trance los dos, Brenda y
Calamaro. A los pocos segundos, desde el baño, alguien grita que Brenda se
desmayó. Me paro. Me quiero ir. No quiero tener que ir al baño para ayudarla.
Por suerte nadie me conoce y no saben que soy médico. Camino hasta la puerta,
pero no puedo salir. Entra Lili. ¿Qué hacés acá? No hay reproche en su
pregunta. Realmente quiere saber qué hago en un casino a las cuatro de la
mañana. No me podía dormir, le contesto. Le explico del cartel y le juro que no
aposté. Solo bajé a ver. No me cree y me cree. Es difícil explicarlo: ella me
cree, pero quisiera no creerme; ella preferiría que hubiera apostado. Le digo
que nos vayamos pero ya no podemos salir. Afuera, en la calle, aparecen luces
azules y rojas. Policías y ambulancia. Le digo a Lili que una mujer se desmayó
en el baño. Creo que es la novia de Javier Calamaro, le digo. Y también creo
que sigue siendo anoréxica. Entonces me doy cuenta del verdadero problema: es
la cuarentena. Estamos en un casino durante la cuarentena. Las reuniones están
prohibidas, ¿cómo le explicamos a la policía que yo bajé a mirar y que Lili bajó
a buscarme? Todo se podría haber evitado si yo iba al baño y socorría esa
lipotimia insignificante de Brenda. Porque estaba seguro de eso. No podía tener
algo grave. Pero ahora sí pasaba algo grave, realmente grave. ¿Cómo les hacemos
entender a la policía que ni Lili es una bioquímica ludópata ni yo un médico
sin vocación? ¿Cómo evitamos los titulares del diario y los portales donde nos
juzguen y condenen? ¿Cómo evitamos el linchamiento público? ¿Y el escarnio? Y peor
aún ¿con quién se va a quedar Agustín si nos meten presos?<o:p></o:p></span></div>
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-16249341667394418292020-02-23T05:30:00.000-08:002020-02-23T05:30:59.572-08:00Barlovento<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<br />
<br />
<div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">1<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">El
escenario es la cubierta de un barco. Hay una cabina y dos palos, el mayor y otro
que tiene un canastillo, el carajo. Hay velas y amarras en esa gran cubierta
que se extiende hasta el borde del escenario, cerca de las imaginarias redes de
pesca, justo antes de la primera fila de butacas. El mar no existe. El mar somos
nosotros, los espectadores. Las luces se apagan y los gritos infantiles se
ahogan en los aplausos que marcan el inicio de la función. La primera escena
transcurre dentro de la cabina del timonel. Un hombre alto aparece en la
ventana de la cabina. Tiene un turbante que lo distingue como arabe y habla en
un idioma que no entendemos. A su lado hay otro hombre, es más bajo y habla en un
idioma que sí podemos reconocer: italiano. La escena es indescifrable desde el
lenguaje; como cadenas, las palabras solo se rozan sin dejar de ser monólogos.
La escena se termina de resolver desde la gestualidad: el capitán quiere callar
al marinero y no consigue silenciarlo. Entre gestos y palabras se distinguen
los nombres: el capitán se llama Abdul, y Marco es el marinero italiano. Marco
habla y habla y solo deja de hablar cuando el capitán, harto, lo zarandea.
Cansado de la perorata, Abdul empuja al marinero por la ventana. Marco cae
hacia adelante y golpea su frente contra una la chapa de la cabina. El golpe es
efectivo para la risa de la infancia. Abdul lo toma del pelo, lo levanta y lo
vuelve a soltar. Nuevo golpe, nuevas risas. La mitad del cuerpo de Marco cuelga
por fuera de la ventana mientras la frente choca por tercera vez contra la
chapa. El golpe es la forma de restaurar el orden que encuentra el capitán. Si
el capitán lo insultara en su lengua, el italiano no lo entendería. Por eso, el
golpe es la mejor manera que el capitán encuentra para insultar a su subordinado.
Ser insultado, etimológicamente, es ser arrojado al piso. Entre los romanos (casualmente
la tierra de origen del marinero) insultar quería decir golpear al otro. El
insulto es disminuir al otro, insulto es caer al piso, ser golpeado y reducido
a la ignominia física, ser un bulto que adopta la posición fetal para frenar el
castigo y las patadas. En castellano antiguo se decía que se iba a insultar una
puerta cuando alguien se preparaba para patear hasta derribarla. Pero insultar
también era brincar, saltar sobre el otro, es decir, también es bailar.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">2<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Cuatro
tripulantes tiene el barco: Abdul, el capitán; Marco, el marinero tan italiano
como charlatán y enamoradizo; Anik, una polizonte francesa escurridiza y
voluntariosa; y Krauft, un ruso que las redes de pesca confunden con un pescado
y que, luego de ser rescatado, aún conservará el uniforme militar y sus
botellas de vodka. El barco es la torre de Babel. Cada uno habla su idioma. El
barco es la plaza pública, el sitio donde todo sucede, el ágora. En la cubierta
bailan y juegan. En la cubierta enfrentan la tormenta y el hambre. En la
cubierta viven. Y nosotros, desde el mar, festejamos y reímos con sus proezas,
pero también miramos lo más importante del espectáculo: la danza. La danza se
desliza y ocupa toda la cubierta, más allá de los cuerpos que la ejecutan. La danza
nace de la música, de las piernas, de los brazos, de los ojos que se buscan. Para
los bailarines, cada paso es exacto, pero desde el mar, la danza no tiene
nombre. Es una danza etérea, sin arneses ni cables. Los cuerpos suben y bajan
por su propia fuerza. Los brazos y las piernas guían, acarician. Las cuerdas
sobre el escenario sostienen las velas y los mástiles, no los cuerpos. Los
bailarines son dos, Marco y Anik. El baile es un acto de amor. ¿Por qué se
atraen? ¿Acaso coinciden Marco y Anik porque el origen latino de sus idiomas
les permitió una comunicación más fluida que con los demás tripulantes? ¿Acaso en
la comprensión hay afinidad y en la afinidad anida el amor? O es que no hay
razones para el deseo. La música marca un ritmo que ayuda a sus cuerpos. El
éxtasis está en ellos. Marco y Anik bailan el uno para el otro (como si hubiera
otra posibilidad del baile que no sea para los demás), se aferran al mástil principal
del barco, suben y descienden, giran, se rozan y fusionan, y de pronto
caen hasta casi tocar la cubierta; se detienen a centímetros de las tablas, el
uno del otro. Ahí, únicos, los enamorados arquean el cuerpo alrededor del
mástil y se dejan estar, como si nacieran al amor. El mástil es el eje a partir
del cual el mundo existe, y como el mundo no puede existir sin la danza, la
danza es lo único que restablece, de manera cíclica, los signos, el lenguaje
universal en el que finalmente coincidimos.<o:p></o:p></span></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">3<o:p></o:p></span></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Barlovento
es la dirección desde donde sopla o golpea el viento. Navegar a barlovento es
navegar contra el adversario, contra el enemigo. Y el enemigo no es solo el
mar, también lo es el viento. Claro que ninguno de los dos, ni viento ni mar,
son completamente enemigos. Ni amigos. Adoptan cada actitud según la
circunstancias. La naturaleza es ambigua, cosa que los seres humanos muchas
veces no pueden ser.<o:p></o:p></span></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">
<br /></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: center;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">4<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Ryszard
Kapuscisnki en Ébano cuenta esta historia: una mujer africana tiene en su poder
un gramófono y un disco con uno de los tantos discursos que Winston Churchill dio
durante la Segunda Guerra Mundial. En el discurso –en inglés, idioma que la
mujer desconoce– Churchill arenga a su pueblo a soportar otra noche de
bombardeos. La voz le llega a la mujer desde Europa, un continente inabarcable,
y desde una guerra que para ella no tiene ningún sentido. La mujer no entiende
nada del discurso, el idioma es incompresible, pero lo escucha una y otra vez.
Tampoco lo entienden sus vecinos que se acercan intrigados. ¿Quién es?, le
preguntan. La mujer no contesta. Repite la grabación cuando el discurso termina
y más y más vecinos se acercan. Nadie entiende el lenguaje que poco a poco se
convierte en gruñidos, ruidos y cambios de humor que cada quien interpreta como
quiere. ¿Quién habla?, insisten en preguntarle. La mujer no entiende la
pregunta. ¿Quién va a ser? Dios, contesta la mujer. Para ella Dios es el único dueño
posible de los lenguajes que no entendemos. Siguiendo esta historia, mirando la
obra de teatro Barlovento donde cada actor representa una lengua particular que
en nada se esfuerza en combinarse con las otras, se puede creer que, para
justificar tanta diversidad de idiomas, la humanidad inventó a un ser supremo:
era necesario alguien que pudiera unir cada lengua, cada dialecto, para
compartir un origen único. Pero también, se puede, y es necesario decir, que al
mismo tiempo, y casi sin darse cuenta, la humanidad inventó formas de comunicarse
que no necesitan de ningún dios: los gestos, la danza, la música, el amor. <o:p></o:p></span></div>
<br />
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Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-71042241098353333462020-01-11T15:46:00.001-08:002020-01-11T15:51:49.767-08:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
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<div class="MsoBlockText" style="margin-left: 35.4pt; text-align: justify; text-indent: 21.3pt;">
<span lang="ES-TRAD"><span style="font-size: large;">En Entre Ríos, unos días después de la Noche Vieja y dos semanas
pasadas del solsticio, tres caballos entraron en el campo de mi suegra. Eran
las doce y poco más de la noche y la reunión que se prolongaba (como todo
siempre se enlentece y prolonga en Entre Ríos) se vio interrumpida por la furia
de los perros. Cuando nos asomamos del quincho no vimos ningún auto desandando
el camino, no vimos luces ni visitas, no había excusas para el ladrido y sin
embargo los perros ladraban enloquecidos bajo una luna creciente y la ausencia
del viento. Uno de nosotros vio los caballos y los señaló. Yo no vi nada. Otro confesó
que se había olvidado de cerrar el portón. Había que salir, sacarlos del campo
y cerrar la tranquera. Uno salió así, como estaba, rumbo a donde los perros
ladraban, otro se fue a buscar una linterna antes de meterse al monte y yo bajé
con las mujeres por el camino de pedregullo, alumbrando a la noche con esa mísera
luz que sale de la parte de atrás de los teléfonos modernos y que tiene el
descaro de llamarse linterna. Los perros se dispersaron, el que salió sin nada en
las manos se perdió en la oscuridad del monte y entonces los vi. Y fue hermoso.
Sinceramente pensé que nunca había visto algo tan hermoso y que nunca más
volvería a ver algo así. Tres siluetas perfectas recortadas en una loma, con la
luna detrás y el horizonte con un tono gris perfecto. Tres sombras cabalgando a
un compás antiguo, onduladas en el ritmo hipnótico que nunca tendrá esta
narración. Fueron segundos, después los caballos se perdieron en el monte y no
los volví a ver, pero la sensación de ver un mundo prohibido persistió. La
sangre de ancestros innombrables enloqueció. Si existe el aleph de Borges no es
un punto estático, está en esos movimientos repetitivos. En mí vivieron los
hombres monos que vieron correr a los caballos libres por el campo. No dije
nada cuando volvimos al quincho, sí, comenté, que tenía la sensación de haber
presenciado una escena antigua. Me sentía un privilegiado, alguien que se pudo
maravillar en tres segundos más que durante todo un año frente a la pantalla de
una computadora. Y que sentía que no me volvería a pasar algo así. Me equivoqué.
Al día siguiente los caballos no estaban y nuestras vacaciones a contramano
terminaban, viajamos de regreso a Mar del Plata un domingo, cuando en general
todos se vuelven de la ciudad Feliz. En Mar del Plata, para quienes no somos
turistas la rutina del verano nos suele aplastar. Para evitar ese peso inventamos
horarios medidos. Tenemos las horas justas para escapar al mar y llevar a
nuestros hijos pequeños para que se cansen y, en algún momento de la alta
noche, nos dejen leer, escribir, dormir, soñar nuestros propios sueños y no
siempre los suyos. La niñez es una tiranía hermosa: tiene el salvoconducto de
la inocencia. En una de esas primeras tardes de enero hice un lugar para llevar
a mi hijo a la playa, su madre tenía que trabajar de tarde y nosotros decidimos
estirar la permanencia en la orilla del mar el tiempo suficiente para pasarla a
buscar sin tener que volver a casa. Y estando ahí, sentado en una reposera
amarilla a orillas del mar y en medio de una muchedumbre, sucedió la segunda
magia del año. Mirando la misma escena que he visto mil veces: un mar lleno de
turistas, vigilando los movimientos de mi hijo entre las olas, con el
sufrimiento y la anticipación de los padres que respetan demasiado la furia de
las olas, tuve una segunda imagen que contradijo la primera. Lo que pensaba
hermoso no lo fue tanto, de pronto el recorte perfecto de los caballos en la
noche no tenía comparación con la silueta ya difusa de mi hijo saltando las
olas y cayendo, a veces en la espuma, a veces detrás. Mientras el atardecer se
volvía crepúsculo y los turistas pensaban dónde ir a comer yo pensaba que eso
podía ser el Tlalocan, el cielo nahual: ver a mi hijo saltar una y otra vez la
próxima ola, ver su felicidad, el horizonte recortado contra su cuerpo
inquieto, y al sol escondiéndose de nosotros, asombrado de no poder soportar
semejante resplandor. <o:p></o:p></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
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Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-87457089189421449522019-12-14T14:35:00.001-08:002019-12-14T14:35:10.104-08:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
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<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 150%;">Audio: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Boludo, se murió la rubia de Roxette, ¿y sabés qué me pasó? me acordé de
la vez que compramos un casete a medias, Look Sharp, de Roxette. ¿Te acordás?
Habíamos hecho un pacto: uno lo grababa y el otro se quedaba con el original.
El de la copia, que fuiste vos, conservaba los papeles de la tapa, el otro con
el casete. Creo que te cagué. Pero lo que te quería contar era otra cosa. Me
acuerdo que los títulos de las canciones estaban en castellano y que mi viejo
se acercó a mirar lo que escuchábamos. Habíamos comprado el casete en la
galería Brodway y fuimos directo para mi casa porque yo tenía grabador con
doble casetera y vos no. Como sea, me acuerdo de mi viejo leyendo los títulos
de las canciones y diciendo “Ay, miralos a ellos, vestiditos para el éxito”.
Que tipo cabrón. Te mando un abrazo, perdón por el audio de dos minutos.<o:p></o:p></i></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 150%;">Me acuerdo, cómo no voy a acordarme.
Aunque mi recuerdo es otro, complementario, casi un spin off. Recuerdo la
compra del casete porque yo había gastado todo en comprar Lies de Guns and
Roses y también quería tener el de Roxette. No tenía problemas en conservar la
copia, porque había una incompatibilidad entre las dos bandas que me permitía
sin problemas ocultar el deseo. Las letras de los Guns no tenían nada que ver
con las baladas de los suecos. Quizás, ahora que Marie Fredriksson murió, se
pueda decirlo con más calma: era increíble que cantaran todas frases
edulcoradas sin sonrojarse, sin sentir el mismo pudor que hoy sentimos con
algunas lecturas que venerábamos en la adolescencia. Que cada uno haga su
lista. Recuerdo, en particular, un tema posterior Almost unreal, banda sonora
de la película de Mario Bross. Habían pasado más de diez años entre el debut y
Roxette metía otro hit, esta vez gracias a una banda sonora. Lo curioso (cuándo
no para un grupo que no se conformó con llamar a una canción Crash Boom Bang y
terminaron llamando así a todo el albúm) estaba en la letra. I love when you do
that Hocus Pocus to me, cantaba Marie Fredriksson. Quizás era una mención a la novela
de Kurt Vonnegut, o quizás, como dice en los portales de internet, Warner Bross
había elegido la canción para la película homónima pero terminó siendo
descartada para formar parte de la adaptación del video juego que siempre se
renueva. Hocus Pocus fue una película de éxito, la canción de Roxette con un
estribillo para esa película fue un éxito pero en otro film. Eso era Roxette,
una máquina de hacer éxitos que un día se agotó. Aunque, releyendo lo que
escribí, quizás, por increíble que parezca, las letras de Roxette terminaron
envejeciendo mejor que las de los Guns: Axl cantaba I used to love her / but I
had to kill her. </span><span lang="EN-US" style="font-size: 12.0pt; line-height: 150%; mso-ansi-language: EN-US;">O, para superarse escribió One in a million. Pego la letra de esa canción que estaba en Lies, el casete que compré original: Immigrants and faggots
/ They make no sense to me / They come to our country / And think they’ll do as
they please / Like start some mini Iran / Or spread some fuckin’ disease / They
talk so many goddamn ways / It’s all Greek to me”<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 150%;">No le conté nada de esto a mi amigo del audio. Sí le hablé de otro recuerdo: un par de años después salió
Joyride. El tema se repetía una y otra vez en la radio lo que me permitió
grabarlo seguido de un lado y del otro de un casete virgen. La solución era
genial: no era necesario rebobinar y me permitía escucharlo una y otra vez. Por
ese entonces mis padres se estaban mudando por enésima vez y a mí me tocaba
sacar el empapelado del comedor. Tenía 13 o 14 años, no lo recuerdo, era
verano, eso sí es claro, y mi amigo me ayudaba a rasquetear las paredes
mientras rasqueteábamos las paredes escuchando el mismo tema en un loop que
duraba media hora hasta que había que dar vuelta el casete para escuchar el
lado B. Me acuerdo una de esas tardes, que entró mi viejo, fue directo al
grabado y apagó la música, puteando. Ese ruido a lata extranjera lo ponía
nervioso. Con mi amigo seguimos trabajando sin hablar. Mi viejo agarró una
espátula y también se puso a sacar el papel de las paredes dejando escapar, de
vez en cuando, una puteada.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<br /></div>
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-1731686641157318462019-11-03T15:16:00.001-08:002019-11-03T15:16:23.743-08:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
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<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-family: Times, Times New Roman, serif; font-size: large;"><span style="color: black; line-height: 150%;">Decir que la casualidad me llevó a este libro es falso. Casi todos
los libros </span>nos llegan por casualidad. O todos. Aun los que pedimos
que nos regalen. Aun los que nos recomiendan con fervor. Es casual <span style="line-height: 150%;">que
decidan hacernos caso en el regalo, y muchas cosas tienen que suceder para que
uno compre efectivamente el libro que le venden como una obra maestra. Ni que
hablar para que ese libro sea leído. Los libros en las mesas de saldo están
dentro de esa lógica. Todos los libros entran en esa lógica. Por eso es difícil
encontrar una respuesta. Por eso existe el lugar común: el libro me encontró.
Roberto Herrscher escribió Los viajes del <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Penélope</i>,
donde cuenta su experiencia personal a bordo de un velero, el más antiguo, que
participó de la guerra de Malvinas. Hace más de un año que trabajo en un ensayo
sobre el mar y tengo un capítulo inconcluso dedicado a otro barco, el Bahía
Buen Suceso, que aparece muchas veces mencionado en este libro. La casualidad,
entonces, vendría a enmendar las falencias de un torpe investigador (quizás
torpe no sea la palabra justa, podría ser perezoso, la pereza se hermana más
con la inexperiencia). Estas historias de Malvinas siempre parecen atravesadas
por la maldad. Un pueblo que vitorea al Ejército, que se suma a una gesta que
denomina Patriota y que llama héroes y cuenta una historia de jóvenes que van a
sufrir hambre y frío sin saber por qué. El sin saber por qué parece ser el
destino final que busca siempre Argentina. Opinar tanto de tantas cosas nos
lleva a un silencio que se hace inaguantable. Mejor opinar antes que pensar. La
historia de Roberto Herrscher es en parte la historia de un conscripto de 19
años no puede escapar al destino de las islas por su condición bilingüe: es de
los pocos que puede hablar inglés. Mientras leía el libro –la historia de un
barco, que es la historia de la Patagonia y la Argentina– pensaba en el
silencio de las islas, en el silencio de la narración. ¿Hasta qué punto los
autores silencian u omiten? ¿Hasta qué punto el verosímil de la historia es más
importante que la inverosímil concatenación de hechos reales? Los otros
personajes, los otros tripulantes del Penélope, tienen un pasado breve. ¿Ninguno
tuvo que ver con la represión, con los desaparecidos? Quizás no, probablemente
no, pero es una pregunta que me resulta inevitable al acercarme a los relatos
de la época. Se lee contra los prejuicios, se lee contra el azar. En un momento
de la narración Herrscher da voz a un isleño, y ese parece ser su primer
contacto con la década y represión de los 70. Herrscher le pregunta qué
prefiere, si ser argentino o inglés. El isleño –su apellido es (era) Cockwell– no
duda. Prefiere ser británico. La respuesta es obvia, pero lo que inquieta es la
explicación. El isleño le habla de las torturas, de los desaparecidos y ensayo
un reproche a futuro: si entre ustedes, que son conciudadanos, que dicen amar
la misma patria, se tratan así ¿qué nos harán a nosotros? <o:p></o:p></span></span></div>
<br /><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://periodistanarrativo.files.wordpress.com/2012/08/libro-los-viajes-del-penc3a9lope-e1343902006761.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="800" data-original-width="494" height="400" src="https://periodistanarrativo.files.wordpress.com/2012/08/libro-los-viajes-del-penc3a9lope-e1343902006761.jpg" width="246" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-15632150462802301282019-07-13T15:40:00.002-07:002019-07-13T15:40:15.924-07:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%;"><o:p><br /></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 107%;"><o:p><br /></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Al
terminar de leer la colección –despareja– de cuentos, ideas y relatos que se
publicó con el título de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Los casos del
comisario Croce</i>, el lector encuentra una nota del autor. Piglia aclara que
compuso el libro usando un hardware que le permitía escribir con la mirada. Esa
nota se puede emparentar con una declaración de Sabato hecha en los finales de
la década del 80. Alguien le preguntó por su escritura y Sabato dijo que ya no
escribía tanto como quería por culpa de sus problemas en la vista. Enseguida,
Sabato aclaró que le habían traído una computadora especial que podía escribir
mediante la voz y que esperaba con eso concretar una novela que tenía pensada.
Piglia –en la nota– cuenta sus cambios de hábitos: la escritura a mano, el uso
de una Olivetti 22, una computadora Macintosh y finalmente el uso del hardware
Tobii. Al final del breve párrafo Piglia deja una inquietud para sus lectores:
“Siempre me interesó saber si los instrumentos técnicos dejaban su marca en la
literatura. ¿Qué cambia y cómo? Dejo abierta la cuestión”. La pregunta que
Piglia nos deja para la lectura de los cuentos de su comisario es, en realidad,
una pregunta que se aplicará siempre a la obra de Borges. Los cambios en la
escritura del Borges lector y del Borges no vidente los trató más de una vez el
mismo Borges. Y por supuesto lo estudiaron sus discípulos y parricidas. “Demócrito
de Abdera se arrancó los ojos para pensar; el tiempo ha sido mi Demócrito” escribe
Borges en <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Elogio de la sombra</i>. Borges
es uno y otro, pero ¿quién es? Se convierte, sin quererlo, o con toda su fuerza,
en un personaje. Sábato tiene que esforzarse más para convertirse en un
personaje: por eso declara que ante la presencia de un ciego siente “como si
estuviera ante un abismo en medio de la oscuridad”, por eso se llena de
contradicciones y apela, finalmente, a ser recordado por ser el hombre de las
renuncias: renuncia al laboratorio Curie (renuncia a la ciencia) quema sus
obras por imperfectas (renuncia a escribir). En <i style="mso-bidi-font-style: normal;">El escritor y sus fantasmas</i> Sabato afirma que ante la presencia de
un ciego siente algo en la misma piel que no puede precisar ni explicar. Su
respuesta emula las descripciones imprecisas que usaba Lovecraft para
desdibujar el horror y magnificarlo en una representación imposible. Si alguien
adjetiva una cosa solo como “monstruosa” ya no necesita explicar nada más, pero
tampoco explica nada. Con el paso de los años, Sabato logrará alcanzar la
ceguera de Borges pero no la intemporalidad de su obra. Piglia no tuve ceguera.
Su cuerpo se paralizó por culpa de una enfermedad que afecta al sistema
nervioso central. ELA son las siglas de la Esclerosis Lateral Amiotrófica,
enfermedad neurodegenerativa de las neuronas motoras. Paralizante, en una
palabra. La ELA los músculos, incluido el diafragma, es cuestión de tiempo.
Tiempo que Piglia ya no disponía, pero que antes había usufructuado. El tiempo
lo será toda para cualquier escritor. Para el mejor, para el farsante. Por
cuestión de tiempo hay, quizás, una trampa en la pregunta que deja Piglia en su
libro póstumo de relatos policiales. El lector no puede saber cuándo el autor escribió
los relatos. Lo intuye, lo imagina, escribiendo desesperado por la quietud que
avanza en la cama de un hospital, en una silla mullida, en las horas de la
noche que tiene que robarle al sueño para concretar todo lo que quiere escribir
antes de la parálisis final. Pero quizás no fue así. Quizás algunos relatos estuvieron
años guardados en un cajón, en un archivo de computadora, en una copia mecanografiada
en la Olivetti. Quizás la pregunta es una trampa –una hermosa trampa– que lleve
a un incauto lector a contestar la pregunta por sí o por no, cuando lo que
importa es que la pregunta siga existiendo.<o:p></o:p></span></div>
<br /><br />
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-48290571082563729302019-06-08T07:25:00.000-07:002019-06-08T07:25:56.839-07:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<span style="font-family: "Times New Roman", serif; font-size: 12pt; text-align: justify;"><br /></span>
<br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Siempre
vuelvo a Amelie Nothomb. La novela se llama Frappe-toi le couer. Golpéate el
corazón. Me la recomendaron porque habla de una médica, del camino por el cuál
una persona hija de padres comunes termina estudiando medicina. La novela es
hermosa, casi no uso otra palabra cuando quiero decir que un texto me gusta. La
belleza es lo que más valoro en la literatura. La originalidad ya no existe, no
hay que perder tiempo buscándola. Y si existe, existe en estado bruto, casi
analfabeto. Toda formación, toda lectura, nos instruye y a la vez nos normatiza.
La originalidad la buscamos leyendo cuando precisamente la empezamos a perder con
el primer cuento del que disfrutamos la lectura. Volvamos –poco– a la novela de
Nothomb. Si bien podría ser la historia de “Cómo me hice médica” poco tiene de
medicina. Sí tiene mucho de psicología y posiblemente de conductivismo, mucho
de reflexión y soledad. Por momentos tiene continuidad con Metafísica de los
tubos, por momentos es como si el misógino Houellebecq se hubiera puesto
optimista, por momentos logra la intimidad que me gusta encontrar en las
novelas de Nothomb. Creo –con la misma fe que ella proclama para sus personajes–
que no es posible salir de sus novelas sin llevarse algo, un pensamiento, una
reflexión, una cierta incomodidad, un sensación de que el mundo no cambió de
manera significativa pero que, sin embargo, el laurel perdió una rama que no
debería haber perdido. Me explico: el mundo al que volvemos después de la
lectura es y no es el mismo, es como en esos dibujos duplicados donde el
entretenimiento obliga a encontrar las siete diferencias: algo es distinto al
cerrar el libro, solo que no es fácil encontrar la diferencia. No es necesario
aclararlo, pero lo hago una vez más: mi lectura es lúdica, no soy crítico y
siempre me vuelvo autoreferencial, cuando Nothomb escribe creo que escribe para
mí: soy su único lector en el mundo, todos los años ella publica para mí. Y
para nadie más. Creo en lo que ella dice: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Todos
los niños rezan sin que sepan forzosamente a quién se dirigen. Poseen un vago
instinto no ya de lo sagrado, pero sí de lo trascendente. </i>Creo en sus
sentencias universales: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">El infierno está
empedrado de buenas intenciones; de igual manera, las intenciones más mezquinas
pueden ser el origen de sinceras alegrías.</i> Creo que cuando habla, habla
para mí, un lector común y a la vez su único lector: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Tenía ese rasgo de la gente ordinaria que consiste en proclamar
auténticas barbaridades “Ya me conocen, trato de ser justa” o “Antepongo el
amor por mis hijos ante todo lo demás” creyendo realmente que lo que dice es
cierto.<o:p></o:p></i></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://1.bp.blogspot.com/-GbwPgkj7g-M/XPvFaV8MkQI/AAAAAAAAArc/RU_DT1gpbqcv6M4omOKiN34JcZ6a4Lh4QCLcBGAs/s1600/D06dvxsXgAEuRN3.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="440" data-original-width="880" height="160" src="https://1.bp.blogspot.com/-GbwPgkj7g-M/XPvFaV8MkQI/AAAAAAAAArc/RU_DT1gpbqcv6M4omOKiN34JcZ6a4Lh4QCLcBGAs/s320/D06dvxsXgAEuRN3.jpg" width="320" /></a></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><o:p><br /></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-23246700864249456542019-05-22T17:25:00.000-07:002019-05-22T17:35:46.024-07:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Las nieves de antaño. L occupation
américaine. <o:p></o:p></span></i></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Esta novela es la historia de dos jóvenes desamparados que se necesitan el uno al otro desde chicos. La historia de él y ella se cuenta, pero no es solo una historia que se cuenta, es una historia que se enumera, se enumera desde los afectos de los padres, de mayor a menor se dice qué es lo que los padres quieren. El padre de él amaba, primero, a su mujer, segundo a su profesión de
veterinario, tercero a su hijo. La madre de ella amaba primero a su libertad,
después a todo lo que sirviera para defender esa libertad y por último a su hija, por eso la abandona. Patrick y Marie-José son huérfanos desde chicos, desamparados por y para toda la vida.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">En
la ciudad que transcurre la novela (Meung-sur-Loire) hay un ciclo de inundación
anual. Como el Nilo, el Loira se apresuraba hacia Nantes antes de llegar al
mar. Y en ese ciclo de inundación repetida, Quignard elige recordar la escena
bíblica del diluvio: "aquella mortaja de las formas, aquel anhelo de la extensión,
aquel anegamiento de las cosas familiares regresaba, año tras año: la
destrucción acarrea una belleza impredecible". <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">La
historia se enumera por un principio alrededor de la ocupación norteamericana.
Los alemanes ya estuvieron, pero poco tiempo, en cambio los norteamericanos,
con su cultura, su música, sus militares, su gueto propio, se mantienen pegados
a la Francia, adheridos, en una simbiosis absurda. </span><br />
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span>
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Son los principios de la
década del 50, la libertad tras el nazismo se está transformando en otra forma
de dominación: la ocupación no es territorial, la ocupación se hace de otra
manera, quizás eso nos quiso decir el traductor que tituló la novela como “Las
nieves de antaño” cuando su título original es más sencillo “La ocupación
americana”.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">La
novela es una historia de amor y desamor. El destiempo de los grandes dramas,
de los grandes sueños. El destiempo de creer en la igualdad y descreer de las
religiones tradicionales, de repudiar a los gobiernos y de soñar que un
occidental puede entender plenamente el budismo. “El nirvana es el sueño que
sabe que nadie lo está soñando”. Quignard lo resume y resuelve todo: "La meta de los
esfuerzos que hacemos no es llegar a ser felices, envejecer a cubierto, morir
sin dolor. La meta de los esfuerzos que hacemos es llegar vivos a la noche".<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">Cuando
muere ella, Quignard escribe: “Recordó su voz desaparecida. Se estremeció de
dicha cuando la volvió a oír hablar dentro de él, repetir sus sueños dentro de
él, dar órdenes dentro de él. Ella era su conciencia. Ella era la energía de
sus aspiraciones, la fogosidad y la susceptibilidad de sus sentimientos. Ella
era quien lo construía y lo dirigía, quien, dentro de él, seguía eligiéndole la
ropa, quien desechaba las camisas de manga corta. Tenía los dientes pequeños.
Tenía un sexo estrecho y suave. Ella lo agarraba del brazo. Los labios de ella
quemaban. Aun le llegaba el olor. Hacía calor. Era verano, pero no era ya el
mismo verano. No volvería a haber verano. No volvería a haber estaciones porque
ya no las compartirían, porque ya no las descubrirían juntos, porque ya no se
asustarían de las avispas en la fruta recalentada, porque ya no se desbordarían
las crecidas, ya no se anegarían los campos, ya no se perdería la vista, porque
ya no protestarían, sentados juntos en el banco, del agua que los privaba de
sus mediocres abrazos cuando crecía y los cubría. Tenía unos huesos tan
delgados, tan frágiles. Tenía la piel blanca y aterciopelada,
extraordinariamente lisa. Se le desprendía de la piel un olor que para él
emanaba. Tenía los pechos pequeños y duros. Había en ella una costumbre de
estar sola tan tranquilizadora, tan afincada”. <o:p></o:p></span><br />
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">La
línea final es hermosa, es Quignard, es el amor que se ha perdido, que perdura en el amante que sobrevive solo para dar testimonio de quién ha muerto:
“En Ara lo conocí. Allí fue donde me contó esta historia. Por Ara pasa el Ganges.
Es la lágrima de Dios”.<o:p></o:p></span></div>
<br />
<br />
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-76515156735689483432019-05-15T14:49:00.000-07:002019-05-15T14:49:47.170-07:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="background: white; color: #1d2129; font-family: "Times New Roman","serif"; font-size: 14.0pt; line-height: 200%;">Le conté que estaba leyendo a Pascal Quignard
con ánimo de encontrar un hilo conductor en su obra enorme. Le hablé de Butes
(el argonauta que salta cuando escucha a las sirenas), de Rachord (el rey de
los frisones que antes de convertirse al cristianismo pregunta a dónde fueron a
parar todos sus antepasados muertos) y de Julio César (el que quizás no necesite
presentación) paralizado frente al Rubicón y, según Suetonio, consciente en su
inmovilidad de que todo habría de cambiar al atravesar ese río. Bernabé Tolosa,
a quién considero mi amigo y a la vez mi mayor rival en la búsqueda permanente
de libros usados y lecturas nuevas, me recordó una escena del Evangelio según
Jesucristo: José Saramago toma el pasaje bíblico de Jesús en la barca y lo pone
frente a Dios en un diálogo lleno de retórica y mentiras. El Diablo llega
nadando –me contó Bernabé Tolosa– y no me acuerdo si se sube a la barca o no,
creo que se queda con los brazos apoyados mientras Jesús le exige a Dios saber
qué pasará después de su muerte. El énfasis de su explicación me hizo maldecir
las horas por delante hasta llegar a casa para poder buscar el capítulo del libro.
En la espera del día, creí encontrar en esa exigencia del Jesús de Saramago un
reclamo similar al del rey Rachord que describe Quignard. El rey quiere saber
si sus antepasados, los que no conocieron esta religión nueva que viene a ser
el cristianismo, están en el infierno. La respuesta es sí. Jesús quiere saber
qué pasará después de su muerte. La respuesta es que vendrán más muertes, y
todas sin sentido. A la noche, por fin, leí el capítulo. Y esto es lo que
quiero contar: lo encontré tedioso, aburrido, muy distinto a la idea desde la
oralidad, desde la pasión con que me fue narrado por la mañana. Pienso que
muchas veces en la idea está la gracia de una historia, la maravilla, y no en
la ejecución. Muchas veces lo que pensamos no se adapta a la escritura, o
aquello que recordamos es mejor que lo que vamos a leer, sobre todo si se trata
de relecturas de otros tiempos. Cuando los libros eran otros, cuando nosotros
éramos otros lectores. No mejores, pero sí no tan inocentes. Pienso que las
primeras lecturas se parecen a la infancia: hay un contacto tan simple con las
historias que todo lo que tocamos se vuelve oro. Para los primeros libros
seremos el rey Midas extasiado por convertirlo todo en oro, para los últimos
estaremos hartos, muertos de hambre, encandilados de tanto oro, esperando un
libro que sea honesto, real. Le avisé a Bernabé Tolosa que no cometa el error
de releer el capítulo, que se quede con la imagen que su mente evocó, con la
idea que modificó y convirtió en el recuerdo de algo que no fue. No sé si me
hizo caso. No sé si lo hará. Me comentó que la historia le podía servir para actualizar su página <a href="https://www.0223.com.ar/el-escribiente" target="_blank">El Escribiente</a> y quizás sea mejor que lo hago, quizás no haya que resistirse a la tentación de volver a leer algo que consideramos hermoso. El desengaño es un ejercicio solitario, como la lectura. Lo que se
comparte, la idea, no siempre se puede hallar en el texto que nos recomienda.
Lo que está, incluso en los libros que leímos, es algo que cambia, como el río,
como Rachord, al entender que el pasado es lo único que no nos pertenece.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<br /><br />
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-14689728756984733002019-05-05T14:12:00.004-07:002019-05-05T14:14:20.425-07:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<b><br /></b>
<b><br /></b>
<b>La humanidad y los fármacos. Primera parte.</b><br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12pt;">Byung-Chul
Han escribe que la sociedad del cansancio se convierte paulatina e inevitablemente
en una sociedad del dopaje. Cita a profesionales que afirman que “Un cirujano
que opere con ayuda farmacológica cometerá menos errores y salvará más vidas.
El uso inteligente (aquí el traductor debió preferir el término médico
“racional”) de drogas no supone problemas. Solo hay que establecer cierta
equidad de modo que esté a disposición de todos”. El problema está en la justa
distribución de los fármacos, no en los efectos adversos. Más adelante el autor
concluye: “Si el dopaje estuviera permitido en el deporte, este se convertiría
en una competencia farmacéutica”. Dopaje (del inglés </span><i style="font-family: "Times New Roman", serif; font-size: 12pt;">to dope</i><span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12pt;">: drogar) es una palabra que se ajusta exclusivamente al
ámbito deportivo. No se utiliza para el resto de la sociedad, para el resto se
reserva el término Mejoramiento cognitivo (del inglés </span><i style="font-family: "Times New Roman", serif; font-size: 12pt;">Neuroenhacement</i><span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12pt;">) el que se podría traducir como “entrenamiento
farmacológico y por otras técnicas para mejorar la capacidad del pensamiento”. A
través de cierto fármaco y cierta dosis correcta seremos mejores. Ya existen
novelas y películas al respecto. Ya la vida real invade los ámbitos
universitarios y de posgrado donde se destaca, por ejemplo, el consumo del
fármaco llamado Modafilino.</span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12.0pt; line-height: 200%;">La
medicina está cambiando. Cambian los pacientes, las nuevas generaciones están
instruidas, tienen la información a mano (aunque mayor información no quiere
decir necesariamente “verdad”) y tienen nuevos hábitos: cambia la alimentación,
la relación con el cuerpo, la experiencia individual frente a la vacunación en
rebaño. Pero no solo cambia la sociedad de pacientes, también cambian los
médicos. Su forma de pensar, su compromiso, su cansancio ya no coincide con el
de sus mayores: los médicos que hoy forman médicos serán obsoletos en un futuro
muy cercano. Así la medicina que antes se limitaba a curar las enfermedades y las
heridas y a restituir la salud ahora se enfrenta a una nueva concepción:
mejorar lo que se pueda mejorar en una persona sana. Ya lo hizo el sildenafil,
en el caso de la erección masculina, ya lo hace el estanazol y los batidos,
quemadores de grasa, las proteínas y creatina en el cuerpo que se expone en
fotos para redes sociales; ya lo hacen las vitaminas con su efecto placebo en
“la vitalidad” y no sentir el cansancio que exige nuestra “sociedad del
rendimiento”; ya lo hacen los ansiolíticos para evitar el duelo, la tristeza,
el aburrimiento y el insomnio que invita a pensar; y ahora a esa lista de
beneficios para personas sanas se agregan los nootrópicos (como el modafilino)
que mejoran la concentración y el razonamiento, que permiten mantener la
lucidez frente a maratónicos exámenes multiplechoice y una resistencia invaluable
frente a tan largas horas de guardia. Los
espejos son la metadona del fisicoculturismo escribe Chuck Palahniuk después de
enumerar lo que sus amigos se inyectaban para mantener el físico: dianabol,
arginina, ortina, inosina, DHEA, serenoa, selenio, cromo. En su escritura hay
una admiración por el físico que en un momento parece imperecedero, hasta que
un día un médico le prescribe Anadrol para mejorar su propio cuerpo y el
escritor se sintió mejor, increíblemente mejor para el mecanicismo. Su
percepción del cuerpo cambia y entonces escribe: “Tienes orgasmos en el
deltoides, en los cuádriceps, pequeños orgasmos parecidos a calambres calurosos
y torrenciales. Te olvidas de tu pene. En cierta forma es una paz, una escapatoria
del sexo.” Al poco tiempo deja todo porque los efectos adversos aparecen,
porque entiende la perversidad de quienes ya tomaban la medicación haciendo
referencia a los efectos buenos y obviando mencionar las complicaciones a
mediano y largo plazo. El hombre se engaña para estar bien en un momento: para
dormir, para rendir sexualmente, para evitar una tristeza que no debería
evitar. Y ahora, también, para rendir más allá de lo que su pensamiento puede
rendir. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12pt;">El
origen de la palabra fármaco, o farmacología, es egipcio: ph-ar-maki “el que
protege”, ya los antiguos sabían que ese mismo remedio, aunque natural, aunque
proveniente de plantas podía ser un veneno: mal administrado, o en dosis altas,
podía matar. Andrzej Szczeklik escribe: “Durante milenios el hombre buscó la
piedra filosofal, la quinta esencia, el elixir de la vida. Fue buscada en todos
lados, hasta en China, antes de Cristo. Se suponía que limpiaría el cuerpo,
alargaría la vida y devolvería la salud a los ancianos. Todos los pueblos
indoeuropeos soñaban con una planta (un fármaco) milagroso: el secreto de una
vida conjurado en una piedra” conjurado en una píldora, podríamos traducir a
nuestro antojo.</span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<br /></div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-88488170982148105802019-03-31T05:56:00.006-07:002022-02-06T04:56:39.573-08:00¿Cómo organizar un libro de cuentos?<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: 12pt; text-align: justify;">Dejo
un nuevo intento de organizar el primer libro de cuentos. ¿Cuántas veces ya? Me
lamento de no haber numerado cada uno, pero esa cuantificación de un mundo
caótico no visibilizaría la dimensión real del problema. ¿Problema? La
ciudad se derrumba y yo cantando. ¿Se puede todavía citar a Silvio? ¿O ya es
anacrónico y le encontraron alguna dimensión de esas que las buenas costumbres
de hoy crucifican? Vuelvo al libro de cuentos. Podría poner un número
arbitrario, veinte, pero alguien podría pensar que fueron esos intentos en la misma
cantidad de días. Veinte días es una cifra irrisoria. Podría, entonces, pasarlo
a una unidad de tiempo. ¿Cuántos años ya? Es difícil recordar en qué momento
escribí por primera vez una cantidad de cuentos que creí suficientes para unir
en un libro. Esa es el primer inconveniente. La cantidad, no la calidad. Quizás
los primeros diez, doce cuentos me dieron la certeza de estar frente a algo
más, es decir: un libro. Pero fue evidente que no había nada más que un número,
no la calidad (calidad a la que uno aspira, lo que opinarán los demás es
indescifrable ¿por suerte?) y entonces los cuentos se empiezan a sumar. A los
primeros diez se les agregan otra decena y otros más. Algunos entran en una
antología, otros se esparcen por la web. Y así un día el problema es que son
demasiados, que los mejores ya salieron publicados y que los inéditos quizás
merezcan siempre vivir en esa categoría. Y después el gran problema: la
repetición. Algunos cuentos (no lo ves durante mucho tiempo: es la carta
robada, es la genialidad de Poe: todo está ahí, incluso el lector que somos y
que inventamos) algunos cuentos, decía, se repiten en estructura, otros en
personajes y rituales, otros en escenas, otros en deseos. Las obsesiones se hacen
presentes, se mezclan, se pierden en sus burdas máscaras. Las obsesiones
siempre han estado ahí: el astronauta en órbita lunar tiene las mismas
reacciones que la docente en el aula, el viejo jubilado contesta con la misma
expresión que un capitán chino herido de muerte por un desconocido soldado
ruso. Los tiempos se anulan, se unifican: nosotros somos el cuento que un día nos
cansamos de contar. Entonces, ¿cómo se arma un libro de cuentos? ¿Hay
una fórmula? ¿Todos iguales o todos distintos? ¿Los mejores primero y último y
el medio el relleno? ¿Los mejores primero y segundo? ¿En orden creciente? ¿Un
excelente cuento final puede salvar un libro mediocre? Hay un lugar que parece
común: así como se afirma que en una novela hay que abrir con un párrafo
contundente, en un libro de cuentos el primero debe compartir esa
característica. El resto es una incógnita que no pude resolver. Si lo pienso
ahora, al escribir este texto, apurado, la pregunta se parece (¿se parece?) al siguiente
interrogante: cuándo se debe dejar de corregir. Y si es así, tiene solución
porque en determinado momento se sabe que hay que abandonar el texto: la corrección
mínima es eterna, pero la mayor, la estructural, un día se termina. Si se
sigue, la historia se arruina, se pierde para siempre. Quizás no encontré el
lugar: un taller literario donde se corrija más allá de un texto y se trabaje
en el libro. Con un editor trabajamos hace un año, tal vez más, sobre los
cuentos e hicimos una selección. En ese momento el libro funcionó, para los
dos. Hoy, un año después, no funciona y claramente no funciona. Un libro de
cuentos es una mezcla de cartas que deben tener un orden (lo tienen que tener)
pero es esquivo: se las puede acomodar de tal manera que garanticen una buena
mano para el escritor, ¿pero no es eso hacer trampa? Un amigo, también escritor,
me dice que cuando llega la temporada de concurso, acumula cuentos dispares solo
para juntar las páginas necesarias para entrar en el concurso. Lo considera
casi como una antología. Eso es interesante. Una antología falsa. A cada cuento
asignarle un personaje que escribe, y a ese personaje crearle una biografía,
una vida, una foto, una familia (o su ausencia) una justificación en sus
experiencias para entender por qué cuenta lo que cuenta. Imagino el esfuerzo
para conseguir una editorial y después para falsificar las firmas. Imagino el trabajo de crearles una vida a esos escritores falsos en las redes sociales, con fotos robadas
de otras vidas, nombres de novelas y cuentas que no escribieron y todo para
lograr que esos personajes inexistentes cedan sus derechos de autor. Pero
quizás no sea necesario el esfuerzo. Todo libro de cuentos es una antología de
uno mismo. Los cuentos fueron escritos por alguien que uno ya no es. Y en eso
quizás esta la dificultad de elección. Si somos nuestras lecturas y las
lecturas nos hacen escribir lo que escribimos, es lógico que los cuentos sean
distintos. Y que no nos gusten. ¿Cuántos libros malos hay que leer para poder
disfrutar un libro bueno? ¿Cuántos cuentos malos hay que escribir para lograr
uno que valga la pena? ¿Cuántas veces hay que acomodar los cuentos para que
tengan un sentido? Por una vez, parece que la selección, el cumulo y el orden de los cuentos, no depende del autor. Depende de cada lector. Y para cada lector
debería existir un orden distinto, una vasta combinación, pero no
infinita, porque finalmente es el lector quien encontrará el índice correcto: los
cuentos que recuerde y el orden en que los recuerde serán el libro final, el
que debimos publicar.</span></div>
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-63987718383724596452019-03-17T10:22:00.001-07:002019-03-17T10:23:05.494-07:00El libro<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12pt; line-height: 200%; text-align: justify;">Borges
dice: “Un libro tiene que ir más allá de la intención de su autor. La intención
del autor es una pobre cosa humana, falible, pero en el libro tiene que haber
más”. La cita es de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Borges oral</i>, de
su conferencia sobre el objeto libro, que empieza con la acaso caduca
comparación de las herramientas como extensiones del cuerpo humano. Suzy Lee
abre su libro ilustrado <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Trilogía del
límite</i> contando que después de la publicación de otro de sus trabajos
llamado, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">La ola,</i> recibió el siguiente
correo electrónico enviado por una librería en representación de otras: “Estamos
un poco confundidos por las ilustraciones a doble página, parece como si
faltaran parte <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>de la niña y de las
gaviotas. ¿Es así?” La ilustración muestra en la página par a una niña que
extiende el brazo hacia la página impar, pero en la impar no vemos ni los dedos
ni vemos la mano. Le preguntan a la autora si es un fallo de imprenta. Y ella
también se lo pregunta. A partir de esa duda, decide saber qué su sucedería si
en lugar de ignorar el pliegue de la encuadernación decidiera aprovecharlo. Los
libros son un todo que nos influye, en su cubierta, su textura, sus espacios. </span><span lang="EN-US" style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12pt; line-height: 200%; text-align: justify;">Como Borges, Whitman habla del libro, de todos los
libros, también: “Camerado, this is no book / who touches this touches a man / (Is
it night? are we here together alone? /It is I you hold and who holds you /I
spring from the pages into your arms decease calls me forth”. </span><span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 12pt; line-height: 200%; text-align: justify;">Se
puede pensar que los libros encierran el significado de las cosas. Aún de las
cosas que sus autores desconocen. Su desaparición material no significa la
pérdida de este significado. Una biblioteca vacía, si aún conserva un recuerdo
de los libros que la habitaron (por ejemplo, una línea imperfecta que marca los
espacios donde el polvo se acumuló entre los márgenes de los ejemplares heterogéneos)
devuelve la memoria de esos libros y con suerte sus palabras; es decir,
devuelve un significado que se consideraba perdido. Pero, ¿qué son esas
palabras recuperadas o la proximidad a esas palabras? Borges se pregunta qué
son las palabras acostadas en un libro. “¿Qué son esos símbolos muertos? ¿Qué
es un libro si no lo abrimos?”. De inmediato se contesta: “Nada absolutamente”.
Se puede afirmar, entonces, que los libros son el silencio. No la muerte, pero
sí el silencio. Y son el silencio porque marcan el fracaso: los libros se
callan porque nos hacen creer que encierran el significado de las cosas, pero
eso no es cierto. El libro es la casa de un dios muerto, aún para los creyentes.
César Aira marca que entre el museo y el libro hay una relación de mutua
metáfora. “El libro puede ser museo imaginario tal como el museo puede ser el
libro que cuenta, en sus testimonios tangibles, la historia de un pueblo o de una
época o de un artista”. Para Borges, el libro es el río de Heráclito. Cada vez
que leemos un libro, el libro ha cambiado. Las palabras son otras. Los libros
están cargados de pasado. “Si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo
el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros”</span><br />
<br />
<br />
<br />
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-67603373659490864982019-02-26T14:02:00.003-08:002019-02-26T14:02:45.829-08:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 150%;">En alguna parte leí que no podemos
dejar de engendrar un contenido previsible si leemos lo mismo que todos leen. La ausencia del recuerdo, la imposibilidad de la evocación funcionan en este caso como una realidad y no un recurso literario. Desearía recordar dónde, en qué libro, en qué página leí esa afirmación tan incómoda. La colección Lectores, de editorial Ampersand, contiene libros que apuntan en
esa dirección: ser leídos por todos, en simultáneo, con urgencia, con placer. Son
libros sobre libros, sobre la lectura. Tienen el efecto que parecía solo
destinado a las series televisivas de moda, salen más de uno a la vez y aun así
ya esperamos la próxima entrega con ansiedad. Casi imagino una maratón de
lectura. Entre los títulos que ya leí –no los leí todos, ni los que sí
siguieron un orden lineal– quizás Los libros y la calle, de Edgardo Cozarinsky,
sea el que menos marqué. No por la calidad del libro, me apuro en aclarar, porque tiene puntos altísimos:</span><span style="font-size: 12pt; line-height: 150%;"> que valga por ejemplo el párrafo donde</span><span style="font-size: 16px;"> Cozarinsky recuerda que en los libros de su infancia estaba ausente la sexualidad.</span><span style="font-size: 12pt;"> No, el
motivo de la ausencia de marcas se debe más a la experiencia que se cuenta:
cada libro y cada librería es una anécdota y un instante de reflexión, cada
página es un parte de la vida perdida y de la obra del autor. Cozarinsky recuerda lo que yo no pude recordar al inicio de este párrafo. Es un libro de un autor para sí mismo y sin embargo,
este libro ajeno me lleva a la reflexión más importante con la que me enfrenta la colección hasta ahora. Cozarinsky recorre la Buenos Aires de su pasado –también
Londres– y al nombre de cada librería que visita le agrega, con el mismo grado
de importancia, el nombre de su dueño. Cada librería representaba una persona,
una vida, cada librería era una marca, un estilo, una forma. ¿Qué es entonces
El gran pez? En la librería que abrimos hace poco más de dos años trabajamos
cinco personas. Cuatro socios y una socia. Cinco estilos, formas, gustos y
preferencias totalmente diferentes. Los lectores que se formen hoy, que compren
ahí, ¿a quién de nosotros recordarán? ¿A todos? ¿A ninguno? ¿Será simplemente
el recuerdo de la librería? Un gran pez que da por nombre a un local pequeño,
abarrotado de libros, adaptado al clima de la ciudad: caluroso en verano, frío en
invierno, sosteniéndose en medio no solo de políticas que no favorecen a los
libros sino también de gustos que tienen más que ver con las pantallas de la
era digital. Y también, a riesgo de la elegía, a riesgo de no sonreír pensando "que lo mejor está por venir", acaso la pregunta más importante es cuál será El gran pez que
nosotros mismos recordaremos.</span><br />
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://4.bp.blogspot.com/-0oi-DNkd33M/XHW3bRXbx_I/AAAAAAAAApo/HE8LvQJnA_og-MqULkzyHrbBMgTs2WP3gCLcBGAs/s1600/39169612_2075344885830274_7664305075979812864_n.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="639" data-original-width="960" height="213" src="https://4.bp.blogspot.com/-0oi-DNkd33M/XHW3bRXbx_I/AAAAAAAAApo/HE8LvQJnA_og-MqULkzyHrbBMgTs2WP3gCLcBGAs/s320/39169612_2075344885830274_7664305075979812864_n.jpg" width="320" /></a></div>
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://1.bp.blogspot.com/-MDmR-uaB3yA/XHW3QvVMLuI/AAAAAAAAApk/S54U9RAYjiAh0UB5A1xufZ1GGLpYw0iWQCLcBGAs/s1600/53010689_2358856927479067_7722848297722839040_n.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="720" data-original-width="960" height="240" src="https://1.bp.blogspot.com/-MDmR-uaB3yA/XHW3QvVMLuI/AAAAAAAAApk/S54U9RAYjiAh0UB5A1xufZ1GGLpYw0iWQCLcBGAs/s320/53010689_2358856927479067_7722848297722839040_n.jpg" width="320" /></a></div>
<span style="font-size: 12pt;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 150%;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 12.0pt; line-height: 150%;"><br /></span></div>
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-77898613734496160412019-01-09T12:15:00.000-08:002019-01-09T12:17:00.243-08:00Frases cortas, diálogos filosos<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; font-size: large; line-height: 200%;"><b>En
las peluquerías agradezco la brevedad y el silencio; la primera instancia a
veces se da, la segunda es una ausencia constante. En Colón suelo ir, en viajes
relámpagos y esporádicos, alternativamente a dos peluqueros. Uno es rápido y
memorioso: sabe de dónde soy, recuerda qué auto tengo y la edad de mi hijo. El
otro es rápido, también, pero desmemoriado; o no le interesa recordarme. Cada
vez –el desmemoriado– inicia un diálogo breve que decae a medida que nota mi
poca cordialidad. Como dije, suelo ir a uno u otro. Están en la misma calle,
los separan tres cuadras. Si el primero está solo, entro. Si hay gente, sigo al
otro y generalmente quedó ahí. O también lo postergo para el día siguiente. El
desmemoriado fue al último que visité. Cuando, como todas las veces, me
preguntó de dónde era y le contesté “De Mar del Plata”, primero marcó con las
cejas esa duda clara, ese no entender cómo alguien que tiene todo el mar a su
disposición lo cambia por un río. Pero no dijo nada de eso, en cambio
sentenció: “Ah, Mar del Plata, donde tienen el intendente nazi”. Es Enero del
2019, vale aclarar. No hablamos mucho más, le conté alguna aventura de la
ciudad y su desdicha –el paro municipal, las paritarias y su ausencia, las
multas en la ciudad, los semáforos en las rotondas– y él cambió el tema por la
altura del río. De su río. Cuatro metros, me dijo. “Si sigue creciendo se
termina la temporada. Porque acá también, como en toda la bendita economía del
país, dependemos de Brasil. Si llueve en Brasil, nos ahogamos”. Para el otro
peluquero, para el que me recuerda sin esfuerzo, debo esforzarme más para
obtener sentencias y frases llenas de sentido y perfección. Frases cortas,
diálogos filosos: la premisa, la regla de oro de la literatura contemporánea. La
última conversación que recuerdo la logré citando –sin mencionar a su autor–
una idea de Pessoa: que el oficinista no sabe qué hacer si lo dejan salir una
hora antes de lo habitual de su lugar de trabajo. Pessoa habla algo así como de
la inseguridad que nos genera el mundo no conocido, y concluye que esa
inseguridad termina por ahogar al oficinista que incluso puede volver a
encerrarse en la oficina, a dejar pasar el tiempo que debería ser libre. El
peluquero memorioso se tomó un minuto, o dos: y aunque no dijo “Esas son cosas
de porteño” porque asume que por ser de Mar del Plata soy porteño, lo pensó. Sé
que lo pensó. En cambio dijo lo segundo que debió venir a su mente: que esa
frase, con todo respeto, le parecía una pavada: “Yo sé perfectamente lo que
haría, bajo las persianas, me voy a almacén, me compro una cerveza bien fría y
me voy para el río, o mejor, para donde quiera que estén los míos”.<o:p></o:p></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; line-height: 200%;"><b><br /></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; line-height: 200%;"><b><br /></b></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif; line-height: 200%;"><b><br /></b></span></div>
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-17327093374951805492018-11-23T11:36:00.002-08:002018-11-23T11:45:23.364-08:00<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<br />
<br />
<b><span style="font-size: large;">Los clásicos</span></b><br />
<br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 13.0pt; line-height: 200%;">Por cuestiones de mudanza los libros
están guardados en cajas. Las bibliotecas están desarmadas y las cajas las
apilamos desparramadas por toda la casa. No hay orden en el interior, lo que
primó fue que encajaran los libros según su tamaño. Cuando llegué el momento –que
nunca llega– se acomodarán. Quizás en un primer momento los ordenaremos por
colores, desafiando la lógica de acomodarlos por autor y por países que solemos
usar, y definitivamente ignorando el sistema de las librerías que agrupa los
libros por sus contenidos: narrativa, poesía, ciencia, filosofía y algún que
otro estante donde incluir los ejemplares imposibles de clasificar.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 13.0pt; line-height: 200%;">Ayer moví una pequeña e inocente caja
que en un rincón de la habitación tapaba una llave de luz. El miedo fue consecutivo
al esfuerzo, y no por el peso. El miedo vino con el tacto. Noté algo raro en el
cartón, algo tan previsible como indeseable: la caja estaba húmeda. Muy húmeda.
Casi mojada. De inmediato, y presa del pánico como el personaje de un autor
clásico, miré la pared detrás de la caja: ahí estaba la respuesta. Después me
arrodillé y toqué el piso y confirmé el diagnóstico: la humedad había invadido
ese rincón y por contigüidad la caja. Aún de rodillas, levanté la tapa y saqué
los libros con las manos temblorosas del personaje de autor clásico. El olor me
invadió, inconfundible. Vacié la caja. Los libros que estaban más abajo, en
contacto con el piso, fueron los que llevaron la peor parte. Tres libros de
José Camilo Cela hacían de soporte y uno de ellos, Gavilla de fábulas sin amor
con ilustraciones de Picasso, fue el que se llevó la peor parte. Me senté y
sentí una desolación absurda. La angustia no tenía justificación. Son, apenas,
libros. Son objetos coleccionables, el dinero que los acumula también los hace reemplazables.
Ni el más incunable de ellos lo será por siempre: existen las reediciones, las
modas, las casas de usados, los canjes, las bibliotecas que muertos sus dueños
pasan a otras manos. Y aun así, y aún ante el razonamiento y la certeza, sentí angustia.
Una explicación –la única que me queda después de una noche de insomnio
repasando la escena– es entender que los libros también morirán. Que no estarán
por siempre, que todo el tiempo que les dedicamos se perderá. Siempre pensé que
una de las pocas cosas que dejaría al morir sería mi biblioteca, que estaría
para siempre, no importa en qué lugar, en que familia, en qué lugar encerrado y
oscuro, siempre estaría. Y ahora, entender que no será así, entender que la
humedad o el tiempo destruirá cada uno de mis libros, hace desoladoramente inútil
la existencia, el efecto contrario al que experimentamos cuando leemos una historia que simplemente nos gusta.<o:p></o:p></span><br />
<span style="font-size: 13.0pt; line-height: 200%;"><br /></span>
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<span style="font-size: 13.0pt; line-height: 200%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 13.0pt; line-height: 200%;"><br /></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<span style="font-size: 13.0pt; line-height: 200%;"><br /></span></div>
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7482684965048570040.post-90357116381952983382018-08-04T15:00:00.001-07:002018-08-04T19:36:55.020-07:00In memoriam<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
<br />
<br />
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; text-align: justify;">
<b><span style="background: white; color: #1d2129; font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 13.0pt; line-height: 200%;">Asistí a una charla sobre médicos y mala
praxis. Sobre la medicina y los juicios. El disertante inició la reunión con una
cita de Cyril Chantler publicada en la revista Lancet en el último año del milenio
anterior: “La medicina solía ser simple, inefectiva y relativamente segura,
ahora es compleja efectiva y potencialmente peligrosa”. Pero quiero escribir de
otra cosa. La charla, dirigida a un público específico –los médicos– debía transcurrir
sin sobresaltos. Los chistes habituales, las sorpresas, los efectos bien
distribuidos, dosificados en su justa medida, aseguraban un buen resultado. Se
sabe, nada es casual: somos seres de consumos poco refinados y el auge del “Coaching
y Marketing Estratégico” ocupa un lugar importante en la vida de los
profesionales de la salud. En mitad, un poco más, de la charla, entre otros
ejemplos, el disertante expuso el caso de Betsy Lehman: una mujer que murió a
causa de una sobredosis de ciclofosfamida en su tratamiento de quimioterapia.
El disertante dijo que Betsy Lehman, incluso, era la mujer de un escritor
norteamericano. Usó esas exactas palabras: “incluso, era la mujer de un
escritor norteamericano”. La primera impresión me llevó a reflexionar por qué todavía
ser escritor da un lugar de prestigio, porque el tono en que el disertante pronunció
“escritor” decía que claramente la tarea del escriba se debe considerar como
algo sagrado, magnífico, noble, más que humano: divino. La segunda impresión
fue inmediata, acorde a los tiempos que corren, y pensé: qué elección equivocadas de
palabra, salvo para esta reunión. “...incluso, era la mujer de un
escritor norteamericano”. La tercera impresión me llegó mucho más tarde. Cuando
busqué en el bendito Internet artículos relacionados con Betsy Lehman y, además
de descubrir cuál había sido el error médico: una prescripción médica confusa,
pude leer que Betsy Lehman no era la esposa de un escritor: ella era la escritora.</span><span style="font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 13.0pt; line-height: 200%;"><o:p></o:p></span></b><br />
<b><span style="background: white; color: #1d2129; font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 13.0pt; line-height: 200%;"><br /></span></b>
<b><span style="background: white; color: #1d2129; font-family: "times new roman" , "serif"; font-size: 13.0pt; line-height: 200%;"><br /></span></b></div>
<br /></div>
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