Asistí a una charla sobre médicos y mala
praxis. Sobre la medicina y los juicios. El disertante inició la reunión con una
cita de Cyril Chantler publicada en la revista Lancet en el último año del milenio
anterior: “La medicina solía ser simple, inefectiva y relativamente segura,
ahora es compleja efectiva y potencialmente peligrosa”. Pero quiero escribir de
otra cosa. La charla, dirigida a un público específico –los médicos– debía transcurrir
sin sobresaltos. Los chistes habituales, las sorpresas, los efectos bien
distribuidos, dosificados en su justa medida, aseguraban un buen resultado. Se
sabe, nada es casual: somos seres de consumos poco refinados y el auge del “Coaching
y Marketing Estratégico” ocupa un lugar importante en la vida de los
profesionales de la salud. En mitad, un poco más, de la charla, entre otros
ejemplos, el disertante expuso el caso de Betsy Lehman: una mujer que murió a
causa de una sobredosis de ciclofosfamida en su tratamiento de quimioterapia.
El disertante dijo que Betsy Lehman, incluso, era la mujer de un escritor
norteamericano. Usó esas exactas palabras: “incluso, era la mujer de un
escritor norteamericano”. La primera impresión me llevó a reflexionar por qué todavía
ser escritor da un lugar de prestigio, porque el tono en que el disertante pronunció
“escritor” decía que claramente la tarea del escriba se debe considerar como
algo sagrado, magnífico, noble, más que humano: divino. La segunda impresión
fue inmediata, acorde a los tiempos que corren, y pensé: qué elección equivocadas de
palabra, salvo para esta reunión. “...incluso, era la mujer de un
escritor norteamericano”. La tercera impresión me llegó mucho más tarde. Cuando
busqué en el bendito Internet artículos relacionados con Betsy Lehman y, además
de descubrir cuál había sido el error médico: una prescripción médica confusa,
pude leer que Betsy Lehman no era la esposa de un escritor: ella era la escritora.