Al
terminar de leer la colección –despareja– de cuentos, ideas y relatos que se
publicó con el título de Los casos del
comisario Croce, el lector encuentra una nota del autor. Piglia aclara que
compuso el libro usando un hardware que le permitía escribir con la mirada. Esa
nota se puede emparentar con una declaración de Sabato hecha en los finales de
la década del 80. Alguien le preguntó por su escritura y Sabato dijo que ya no
escribía tanto como quería por culpa de sus problemas en la vista. Enseguida,
Sabato aclaró que le habían traído una computadora especial que podía escribir
mediante la voz y que esperaba con eso concretar una novela que tenía pensada.
Piglia –en la nota– cuenta sus cambios de hábitos: la escritura a mano, el uso
de una Olivetti 22, una computadora Macintosh y finalmente el uso del hardware
Tobii. Al final del breve párrafo Piglia deja una inquietud para sus lectores:
“Siempre me interesó saber si los instrumentos técnicos dejaban su marca en la
literatura. ¿Qué cambia y cómo? Dejo abierta la cuestión”. La pregunta que
Piglia nos deja para la lectura de los cuentos de su comisario es, en realidad,
una pregunta que se aplicará siempre a la obra de Borges. Los cambios en la
escritura del Borges lector y del Borges no vidente los trató más de una vez el
mismo Borges. Y por supuesto lo estudiaron sus discípulos y parricidas. “Demócrito
de Abdera se arrancó los ojos para pensar; el tiempo ha sido mi Demócrito” escribe
Borges en Elogio de la sombra. Borges
es uno y otro, pero ¿quién es? Se convierte, sin quererlo, o con toda su fuerza,
en un personaje. Sábato tiene que esforzarse más para convertirse en un
personaje: por eso declara que ante la presencia de un ciego siente “como si
estuviera ante un abismo en medio de la oscuridad”, por eso se llena de
contradicciones y apela, finalmente, a ser recordado por ser el hombre de las
renuncias: renuncia al laboratorio Curie (renuncia a la ciencia) quema sus
obras por imperfectas (renuncia a escribir). En El escritor y sus fantasmas Sabato afirma que ante la presencia de
un ciego siente algo en la misma piel que no puede precisar ni explicar. Su
respuesta emula las descripciones imprecisas que usaba Lovecraft para
desdibujar el horror y magnificarlo en una representación imposible. Si alguien
adjetiva una cosa solo como “monstruosa” ya no necesita explicar nada más, pero
tampoco explica nada. Con el paso de los años, Sabato logrará alcanzar la
ceguera de Borges pero no la intemporalidad de su obra. Piglia no tuve ceguera.
Su cuerpo se paralizó por culpa de una enfermedad que afecta al sistema
nervioso central. ELA son las siglas de la Esclerosis Lateral Amiotrófica,
enfermedad neurodegenerativa de las neuronas motoras. Paralizante, en una
palabra. La ELA los músculos, incluido el diafragma, es cuestión de tiempo.
Tiempo que Piglia ya no disponía, pero que antes había usufructuado. El tiempo
lo será toda para cualquier escritor. Para el mejor, para el farsante. Por
cuestión de tiempo hay, quizás, una trampa en la pregunta que deja Piglia en su
libro póstumo de relatos policiales. El lector no puede saber cuándo el autor escribió
los relatos. Lo intuye, lo imagina, escribiendo desesperado por la quietud que
avanza en la cama de un hospital, en una silla mullida, en las horas de la
noche que tiene que robarle al sueño para concretar todo lo que quiere escribir
antes de la parálisis final. Pero quizás no fue así. Quizás algunos relatos estuvieron
años guardados en un cajón, en un archivo de computadora, en una copia mecanografiada
en la Olivetti. Quizás la pregunta es una trampa –una hermosa trampa– que lleve
a un incauto lector a contestar la pregunta por sí o por no, cuando lo que
importa es que la pregunta siga existiendo.