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sábado, 4 de agosto de 2018

In memoriam




Asistí a una charla sobre médicos y mala praxis. Sobre la medicina y los juicios. El disertante inició la reunión con una cita de Cyril Chantler publicada en la revista Lancet en el último año del milenio anterior: “La medicina solía ser simple, inefectiva y relativamente segura, ahora es compleja efectiva y potencialmente peligrosa”. Pero quiero escribir de otra cosa. La charla, dirigida a un público específico –los médicos– debía transcurrir sin sobresaltos. Los chistes habituales, las sorpresas, los efectos bien distribuidos, dosificados en su justa medida, aseguraban un buen resultado. Se sabe, nada es casual: somos seres de consumos poco refinados y el auge del “Coaching y Marketing Estratégico” ocupa un lugar importante en la vida de los profesionales de la salud. En mitad, un poco más, de la charla, entre otros ejemplos, el disertante expuso el caso de Betsy Lehman: una mujer que murió a causa de una sobredosis de ciclofosfamida en su tratamiento de quimioterapia. El disertante dijo que Betsy Lehman, incluso, era la mujer de un escritor norteamericano. Usó esas exactas palabras: “incluso, era la mujer de un escritor norteamericano”. La primera impresión me llevó a reflexionar por qué todavía ser escritor da un lugar de prestigio, porque el tono en que el disertante pronunció “escritor” decía que claramente la tarea del escriba se debe considerar como algo sagrado, magnífico, noble, más que humano: divino. La segunda impresión fue inmediata, acorde a los tiempos que corren, y pensé: qué elección equivocadas de palabra, salvo para esta reunión. “...incluso, era la mujer de un escritor norteamericano”. La tercera impresión me llegó mucho más tarde. Cuando busqué en el bendito Internet artículos relacionados con Betsy Lehman y, además de descubrir cuál había sido el error médico: una prescripción médica confusa, pude leer que Betsy Lehman no era la esposa de un escritor: ella era la escritora.