Hace meses que hago el mismo
camino para ir a trabajar. Y cruzo sólo por una de las cuatro esquinas. No
importa que una variación de los semáforos me permita ganar tiempo. Prefiero
perder esos valiosos segundos antes que desafiar al destino. Cruzar por
cualquiera de las otras tres esquinas puede desatar una catástrofe. Una
variación de la rutina me puede destruir. Puede destruir todo mi mundo. Tiemblo
de sólo pensarlo. Como temblaba cada vez
que encontraba un libro usado en las mesas de saldos de las librerías, del
mercado de pulgas o de los parques donde se venden novelas entre música y
textos escolares. El libro elegido no podía tener palabras ajenas a la
expresión, no podía tener dedicatorias, ni el nombre del dueño que decidió
deshacerse de él. Mucho menos podía estar subrayado. Cualquier presencia del
paso de otro lector por el libro lo inhabilitaba, lo hacía irreparablemente
ajeno. Y sucio. Más sucio que si estuviera cubierto de polvo o amarillo por la
humedad que debió soportar durante su inexorable envejecimiento. Esa obsesión
maldita me hizo perder libros preciosos. Ediciones raras, novelas que no han
vuelto –y temo nunca lo hagan– a pasar por las imprentas. Pero el sufrimiento se
terminó cuando encontré una solución parcial aceptada por la maquinaria
infernal del pensamiento obsesivo: ya no pierdo esas oportunidades, ya no dejo
pasar esas joyas para que otros las atesoren; ahora puedo comprar esos libros,
sí, pero no puedo volverlos a abrir. Los amontono en casa, en las estanterías
donde quedan vedados a la lectura. Están ahí, quietos, muertos, pero son míos.
Y dónde están, qué lugar ocupan en la biblioteca también es parte de una
decisión a conciencia, una resolución que me costó encontrar. ¿Dónde ponerlos?
¿Dónde poner esos y los otros libros? ¿Cómo acomodarlos? Lo pude resolver,
pero, al igual que la necesidad de cruzar la calle por el mismo lugar, no puedo
contar cómo descubrí el sistema perfecto para ordenarlos. Si lo cuento dejará
de ser perfecto, y ese lujo, un obsesivo, no puede permitírselo.
Este escrito se podó por cuestión de espacio y caracteres y se publicó en la revista Casquivana 6, en este link los invito a ver la revista y las obsesiones de otros escritores: http://www.casquivana.com.ar/
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