Cuando estoy cansado y
enojado (como ahora) cierro la puerta, tiemblo (como ahora) y puteo. A Dios
(¿dónde está tu apocalipsis prometido?) a los hombres (¿dónde quedó tu tercera
guerra mundial que nos hará desde tus
armas químicas?) a la revolución de las máquinas (¿dónde quedó tu ira que nos
borrará a todos como programas obsoletos de PC?) a los extraterrestres (¿no
están hartos de vivir entre nosotros esperando el día exacto en que puedan
enviar la señal de invasión a las naves nodrizas?) a los meteoros (¿por qué
carajo siguen desviándose de la órbita terrestre y se niegan a caer para
convertirnos primero en fósiles y más tarde en petróleo?) a Hollywood (¿cuánto
tiempo más tengo que esperar para ir al mercado chino de la vuelta de casa y descubrir
que llegaron los zombis?) a Kurt Cobain (¿por qué carajo te mataste? ¿Para no
decepcionar con un nuevo álbum igual a los anteriores? ¿Por que descubriste que
eras Cristo?)
En esos días (estos)
pienso en mis superhéroes de carne y hueso: en mi viejo que puteaba en todas
las esquinas cuando manejaba, en Lili que sabe entender mis silencios, y en los
amigos y amigas presentes y ausentes: y sobre todo hoy pienso en tres amigas: la
que me mandó una encomienda para mi cumpleaños llena de regalos para mi hijo,
en la que me contestó con sonrisas, alegría y diligencia cuando le pedí un
favor en el competitivo mundo de los escritores, y en la que siempre se enoja
conmigo de por vida y por suerte termina perdonándome.
Ahora tengo que dejar
de escribir, sigo cansado pero ya no estoy enojado. Enojado está Agustín porque
tardé bastante en darle cuerda a las abejitas que cuelgan sobre su cuna y dan
vueltas alrededor de su pequeño gran mundo. Pero su enojo, ya lo dije en el título, es el enojo más
lindo del mundo.
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