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martes, 24 de septiembre de 2013

Mañana para uñas de Yasunari Kawabata



Una muchacha pobre vivía en una habitación alquilada en el segundo piso de una casa miserable. Esperaba casarse con su prometido, pero todas las noches un hombre distinto pasaba por su habitación. El sol matinal no entraba en esa casa. La joven lavaba la ropa cruzando la puerta de atrás, calzada con unos zuecos masculinos de madera ya muy gastados.


Todas las noches los hombres hacían la misma pregunta:

–¿Qué pasa? ¿No hay mosquitero aquí?

–Lo siento. Me quedaré despierta toda la noche para espantarlos. Le ruego me disculpe.

La muchacha, con cierto nerviosismo, encendía un espiral verde contra los mosquitos, y luego apagaba la lámpara. Fijando la vista en el tenue resplandor, intentaba recordar su infancia. Nunca dejaba de apantallar el cuerpo de los hombres. Soñaba con agitar alguna vez un abanico.

Ya se iniciaba el otoño.

Un viejo subió a la habitación del segundo piso. Era un caso infrecuente.

–¿No vas a colocar un mosquitero?

–Lo siento. Me quedaré despierta toda la noche y los espantaré. Por favor, disculpe.

–Aguárdame un momento –dijo el viejo y se puso de pie.

La muchacha intentó retenerlo tirando de su manga.

–Mantendré alejados a los mosquitos hasta el amanecer. No dormiré.

–Ya vuelvo.

El viejo descendió la escalera. Con la llama de la lámpara, la joven encendió la espiral. Sola en la habitación demasiado iluminada, le resultó imposible rememorar la infancia.

El viejo volvió al cabo de una hora. La muchacha se incorporó de un salto.

–Qué suerte que por lo menos han quedado en el techo esos ganchos de red.

El viejo colgó una pieza de tul inmaculada en la miserable habitación. La muchacha se metió dentro de ella. Y al quitarse la ropa y extenderla fuera del mosquitero, se corazón latió agitado por un sentimiento refrescante.

–Sabía que usted regresaría, por eso lo esperaba con la lámpara encendida. Me gustaría observar este mosquetero tan blanco durante unos instantes más con esta luz.

Pero la muchacha cayó en un sueño muy profundo, algo que había necesitado durante meses. Ni siquiera se dio cuenta de en qué momento el viejo dejó la habitación.

Se despertó con el llamado de su prometido:

–Eh, eh…

–Después de tanto tiempo, finalmente podremos casarnos mañana… Qué hermoso es este mosquitero. Con sólo mirarlo me siento más ligero.

Lo descolgó mientras decía eso y le pidió que saliera de allí. Lo extendió y la hizo sentar encima.

–Siéntate sobre el tul. Se lo ve como un loto gigante resplandeciente. Y la habitación se vuelve límpida como tú.

El roce de la tela nueva la hizo sentirse como una novia.

–Voy a cortarme las uñas de los pies.

Sentada sobre el nuevo mosquitero que llenaba la habitación, la muchacha empezó a cortarse candorosamente las uñas tanto tiempo descuidadas.

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