Es argentino, y no quiere ser Messi. Quiere ser
Cristiano Ronaldo. A cualquier extranjero le puede sonar extraño, pero no lo
es. Si eligiera ser tenista nunca sería Del Potro, el escritor, nuestro
escritor, sería Federer. Y no sólo el apellido, sería Roger también. No
es difícil entenderlo, se crío alimentado por las leyendas de quienes vivieron la
época de la plata dulce y a él mismo le tocó ser adolescente durante todo el
Menemato. Por eso el escritor no quiere ser Messi. Quiere ser Cristiano Ronaldo. Por eso asiste
a todos los eventos literarios de su ciudad. Él tiene que jugar siempre. No
importa si está sentado en la mesa de presentación o entre el público. Él
hablará. Si está entre el público esperará paciente la hora de las preguntas y
nunca, pero nunca, hablará sin micrófono; sabe que la atención que se genera
hasta que el micrófono llega a manos del espectador es lo suficientemente
generosa como para hacer que hasta el más aburrido se de vuelta a mirar al que pregunta.
Pero claro, él no pregunta. Él opina, él diserta o genera una polémica; nunca
pregunta. Eso es devolverle el brillo a quién le corresponde, y el no está para
tirar centros, él está para cabecear al arco desde el borde del área menor. Por
eso se siente más cómodo cuando presenta un libro suyo. Y ni que hablar cuando este
que quiere ser Cristiano Ronaldo presenta un libro ajeno. Siempre se las
arregla para salir perfecto en todas las fotos. Sonríe a todas las cámaras, y a
veces hace el amague de firmar los libros ajenos y se excusa rápida y diabólicamente
diciendo algo así como perdón, es la costumbre. Cuando presenta las novelas ajenas
busca la cámara de foto o la de video y si hubiera pantallas miraría la
repetición de sus comentarios. Si habla de libros ajenos siempre termina comparándolos
con alguna idea suya o remitiendo a algún artículo suyo publicado en una
revista inexistente. Así, también, disfruta contando anécdotas junto a
escritores ya muertos que no pueden contradecirlo. Así nuestro Cristiano
Ronaldo nos dice que Borges le enseñó a hacer una finta o que Soriano le explicó
que a veces hay que dejar pasar la pelota para ir a buscar la pared. Nuestro
escritor tiene un manual de citas que copia de la columna de la revista Ñ donde
semanalmente se ponen breves comentarios de grandes autores. Y si el manual le
falla, tiene la habilidad para mencionar a autores que nadie nunca leyó pero
que poseen el renombre suficiente como para silenciar cualquier intento de
refutación. Nuestro escritor que quiere ser Cristiano Ronaldo no ganó ningún
premio, todavía, pero está siempre por ganarlo. Como a la entrega del balón de
oro, nuestro escritor se pone su mejor traje, se acomoda el jopo con gel y se
mira una o dos horas al espejo buscando imperfecciones. Ensaya su mejor sonrisa
falsa y asiste a la entrega de premios donde nunca gana, donde algún enano
subdesarrollado, favorecido por las vitaminas que le dio algún plan del
gobierno tercermundista de donde salió, se lleva el mejor premio en su cuerpo
enjuto de rata de biblioteca, mientras él, alto y esbelto le sonríe a las cámaras
que lo enfocan más tiempo, porque siempre vende más encontrar el gesto de fastidio en la sonrisa del perdedor.
Bueno, creo que casi todos los que escribimos conocemos uno o dos casos de escritores que quieren ser Cristiano. Así como varios más que quieren ser Messi y no saben ni como empezar un texto.
ResponderEliminarYo vuelvo un poco más bajo, yo siempre quiero ser yo mismo y nada más.
Saludos
J.
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