Lecturas del festival Azabache 2014
Primera entrega
Lima. Un sábado más.
de Juan Carrá.
Periodista.
Escritor. Especialista en crónica policial. Autor de Criminis Causa, novela que
llegó a su segunda edición por Letra Sudaca, y Lima. Un sábado más. Novela
que es parte de la colección Opus Nigrum de la editorial
Vestales. Carrá tiene
varias habilidades y mucho oficio. Una de sus habilidades que más disfruto,
como lector, es presentarme mundos que desconozco. Eso que desde el pequeño
mundo burgués confortable apenas se puede intuir. Como un lazarillo en la niebla, Carrá puede mostrarnos a la perfección desparramando las tinieblas y enseñando lo que
hay que ver.
En esta novela nos presenta el mundo del boxeo y le suma la prostitución y unas cuantas perversiones. La mezcla
no es azarosa, es exacta, porque los marginales tienen dueño, y esos dueños,
cuanto más pasado marginal cargan, más duros son con sus iguales que quieren
crecer. Como en una entrevista que leí sobre la novela, es interesante pensar
que hay más legalidad en el ring que en todo lo que lo rodea.
La novela
está dividida en Rounds. El primer round pone a casi todos los protagonistas
arriba del cuadrilátero. Lima es protagonista, sí, pero si algo no puede hacer
es manejar su destino. El segundo round abre con un crimen. El tercero con el
regreso de un amor que estuvo preso. El cuarto, y último round, nos hará besar
la lona.
Si me apuraran, diría que esta es la historia de un boxeador, de Adalberto Lima, de su apogeo, que no fue tal y de su caída, que fue la peor: una deuda de dinero que pagar con honor.O podría decir que es la historia de Cristobal Duarte, el dueño una especie de Luna Park clandestino, una especie de Brictop, el personaje que Alan Ford interpreta en Snach, cerdos y diamantes.
Pero
también, y sobre todo, es la historia de las mujeres que se cruzan en estos
hombres. La historia de la Tota, la que saca literalmente a Lima del barro
recién parido y le da crianza, educación y una cara para curtir con golpes. De Cristina,
la amiga de la Tota que le envidia todo la suerte de regente del burdel y de
tener un hijo caído del cielo. Y de La Negra, que es su amor y su destino, el destino que lo
hace boxeador por cariño y por búsqueda, porque como casi todas las historias, al final del último round, esta novela también es una historia de amor.
Batán.
Débora Mundani.
El padre se hundió el mismo día que el Belgrano, piensa Paula y así comienza la historia que quiere contarnos. Lo que no dice con la misma claridad, porque lo va desglosando a medida que avanza la historia, es que el resto de la familia también naufragó. Como los soldados que debieron soportar el frío y el hambre en las precarias balsas que vimos fotografiadas en las revistas de la época de la guerra por las Malvinas, la familia de Paula se marchita en fotos sepias que no tienen un buen recuerdo. El hermano mayor fue adicto, la madre quedó suspendida en el tiempo, Gabriel ya no encontró un lugar de pertenencia y la protagonista misma no tuvo un deseo claro, así cómo encontró a un hombre que le diera seguridad, siguió buscando el riesgo y desarrolló, entre líneas, el personaje más llamativo: El Negro, el héroe de las mujeres que sueñan con el riesgo y lo prohibido y de los hombres que sueñan representar eso para una mujer.
La historia está en los detalles contados con una precisión obsesiva y en la certeza de saber que una familia incluye las mismas tragedias que los griegos vienen contando mucho antes del gran compendio de desgracias y tribulaciones que llamamos Biblia.
Chinardos
Fernando Del río.
Fiel a la sana costumbre, su escenario es Mar del Plata. Y la ciudad, fuera de temporada, es el mejor lugar para desarrollar una novela negra.
Entre sus aciertos hay un personaje que destaca: usa a Lucrecia (la Nana Osaki que tiene, como en una buena historia oriental, la capacidad de calentar hasta el hielo) para demostrar que los seres humanos somos animales expuestos solo a nuestras pulsiones, que logramos contener un poco con la ropa ortodoxa y otro poca con la represión del lenguaje, pero que cuando libramos de las ataduras y quedamos en pelotas y mudos, somos bestias con uno solo mensaje claro: el aparearnos. Pero la historia no trata de Nana, trata del chino Tsun. De su muerte, de los chinos y los gitanos, de las mafias y las idas y vueltas de la criminalidad más primitiva, como si matar, fuera una pulsión humana que también se contiene gracias a la ropa y la represión del lenguaje.
Entre sus aciertos hay un personaje que destaca: usa a Lucrecia (la Nana Osaki que tiene, como en una buena historia oriental, la capacidad de calentar hasta el hielo) para demostrar que los seres humanos somos animales expuestos solo a nuestras pulsiones, que logramos contener un poco con la ropa ortodoxa y otro poca con la represión del lenguaje, pero que cuando libramos de las ataduras y quedamos en pelotas y mudos, somos bestias con uno solo mensaje claro: el aparearnos. Pero la historia no trata de Nana, trata del chino Tsun. De su muerte, de los chinos y los gitanos, de las mafias y las idas y vueltas de la criminalidad más primitiva, como si matar, fuera una pulsión humana que también se contiene gracias a la ropa y la represión del lenguaje.
La soledad del mal
Horacio Convertini
La vida de Báez Ayala es todo lo horrible que puede ser. Viene de una infancia cruel, a adolescencia tardía y llega a un presente aséptico. Báez Ayala es el vecino que cualquiera de nosotros puede tener, que podemos cruzar en el ascensor, o en la oscuridad del pasillo cuando sacamos la basura, se apaga la luz, se cierra la puerta del departamento, y pensamos que esa puede ser la muerte. Y claro que puede ser la muerte si nuestro vecino es Báez Ayala.
Contada de forma prolija y tan aséptica como su personaje
No llores, hombre duro
Mariano Quirós
Quería escribir algo inteligente, astuto y rebuscado sobre esta excelente novela, pero es mejor decirle que no le bastó con ganar el premio Azabache, también ganó el premio Memorial Silverio Cañada a la mejor novela negra en la Semana Negra de Gijón 2014
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