La Feliz. Novela de Camilo Sánchez
Fuegos
de artificio
Hay un contexto: la década del
noventa. Y cómo el autor parece señalar, la década no duró 10 años. Nació ese verano del 88, o quizás antes, quizás la muerte del Plan Austral dio
vida a la década que se extendió hasta el 2001 y eso da para decir Poca cosa,
13 años para una década que también terminaba con un pasado, con la época
donde los papeles para la salida de la cancha se cortaban de los diarios, donde
te dolían los dedos para llenar una bolsa de arpillera, donde Clemente era una
resistencia contra los papeles desordenados que la dictadura quería normalizar.
Hay una sensación, que la novela
gira en torno a una pregunta: qué sucedió en esas noches del verano del 88 en
la que perdimos la inocencia, en que todo se fue a la mierda. Pero también gira
en torno a la nostalgia, y sobre todo la tristeza. La tristeza del capocómico,
el Claun que quería cambiar de aire, la tristeza del boxeador, el Campeón que
ya no estaba en la gloria, retirado, vencido por los años, y la tristeza del
galán de moda, el Langa que unió las tragedias, el mal necesario.
Hay unas cuántas definiciones
hermosas en la novela. Está el origen de las expresiones: pipí cucú y
cartonero, una que desapareció, otra que marcó una condición social. Hay una
definición del cómico para las vacaciones: “Cuando descansas de vos, das un
paso atrás y aparece la belleza del mundo” Vacaciones es ir al lugar donde uno
descanse de sí mismo, algo relativamente sencillo para hombres comunes e
imposible para famosos. Otra: En la vida hay que tener tres P: parque, parrilla
y pileta. Una definición del cómico sobre el humor es sacar del tedio a una
caterva de boludos. Otra: lo que aplaude el público es el coraje para inventar
en el vacío, algo que puede aplicarse al campeón, a su soledad en el ring,
porque el campeón también tiraba buenas frases aunque no había pasado de tercer
grado y su mayor contacto con los libros fue arreglándolos en la cárcel, quizás
el secreto estaba en que los periodistas siempre se las ingeniaron para
arreglarle la jerga, como cuando dijo que con cada piña metía 10 vacas más en
el campo, o la vez que dijo que Venecia le hacía recordar al cementerio de la Chacharita, pero inundado (cementerio de agua imaginaria a donde irían a parar el
Claun después del asfalto y el Facha después de la fractura de cadera y todas
las complicaciones descriptas en el manual de medicina) como sucede en los
lugares deseados: nadie se siente exactamente reconocido.
Hay un narrador. Un gran narrador,
poeta él. Que parece no tener una obsesión por el reconocimiento, eso que
obsesiona a los personajes famosos. El narrador hace decir al cómico, a ese
rufián melancólico que entraba en combustión ante la mirada del público “Todos
mis personajes se parecen. Sobreviven como yo, condenados al reconocimiento del
otro”. Lo mismo puede decirse del campeón, de sus peleas, mezquinas, cuidadas,
se parecían todas. No hay lugar para dos corajes en el ring, dijo el campeón,
pero sí parece haberlos para esta novela. Y qué te puedo contar de El langa que
no sepas, es quizás una frase que el narrador extiende al resto de la novela,
donde todos los protagonistas son conocidos, pero hay muchas cosas que se
pueden contar y que ignoramos, y hay otras, la gran mayoría, y con esto no
descubro nada, que importa cómo se cuenten. Y en el cómo está el gran logro de
la novela, el narrador, que va en tercera pero que por momentos es la voz de
sus protagonistas, que se la juega con frases que valen la pena, que es,
quizás, el gran acierto de la novela.
Hay un desfile de personajes: Pepe
Parada, Enrique de Rosas, Alan Delon, Tito Lecture, Margarita Di tulio, Uby
Sacco, Fidel Pintos, Catulo Castillo, Miguel Briante, Ismael Alcalde, Oscar Znidar,
Claudio Levrino. Y hay novelas
dentro de la novela. Hay una imagen de eterno retorno: cada
vez que un turista mira hacia el balcón del piso once, el Claun vuelve a caer:
ese es su infierno, su hígado de Prometeo. Hay, para este cierre, una definición,
quizás, de todos nosotros, la máxima universal con mayúsculas: somos fuegos de artificio que se
dispararon antes de que llegue la noche.
Hay identificación: Es imposible no situarse en ese contexto. Decir “Yo tenía tantos año" o "Yo no había nacido”. Este segundo no es mi caso, porque ya había nacido, doy un ejemplo: la novela está el Centro de Residentes Marplatenses y lo recuerdo particularmente por los pasajes a La Plata al final de esa década. Recuerdo, también desde la identificación, ese verano del 88 donde las familias levantaban una pared, colgaban una cortina y de un lado se refugiaban dejándoles todo a los turistas: el mantel, la cuchara, el baño, la cama. Mi tío alquiló una casa cerca del final de la avenida Paso, cerca de Dorrego, o 20 de septiembre, y todavía me acuerdo de los dueños de casa y sus hijos, hacinados en el garaje, o parados en la puerta de calle al calor de la noche.
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