El diálogo transcrito a continuación pertenece a la novela breve "La casa de Papel" de Carlos María Domínguez, la cual estuve a punto de perderme por leer rápido el nombre del autor y pensar que en vez de Carlos era "Claudio" lo cuál me llevó a un largo monólogo interior sobre el auge de los gurús televisivos que nos invaden desde sus libros preformados de papel. Por suerte en una segunda mirada entendí que no era ese vendedor de una vida mejor y compré esta historia que cualquier escritor/lector amante de coleccionar libros/objetos tiene que leer. Amén, hermanos.
–Yo no marco los libros. Hago anotaciones
aparte y las introduzco en las páginas mientras trabajo. Luego las saco y las
arrojo al canasto.
–¿Por qué no las conserva? –pregunté
asombrado.
–Mire. No escribe cualquiera. Es decir:
no debería hacerlo. Apunto las cosas que me interesan. Asociaciones. Las
indicaciones que me llevan a otros libro y alguna que otra reflexión. Son las
notas de un lector. Por ejemplo: esta metáfora de Quevedo pide compararse, por
su forma, con la de Ben-Quzmán en la antología del arábigo Andaluz (Consultar
la edición de Gredos), y por la figura de los pájaros, que le concierne, con la
simbología de las aves en la obra de Lope de Vega. ¿A quién podría interesarle
algo como eso?
Un lector es un viajero por un paisaje que ya ha sido hecho. Y es infinito. El árbol ha sido escrito, y la piedra, y el viento en la rama, la nostalgia por esa rama y el amor al que prestó su sombra. Y no encuentro una dicha mayor que recorrer, en pocas horas diarias, un tiempo humano que, de otro modo, me sería ajeno. No alcanza una vida para recorrerlo. Le robo la mitad de una frase a Borges: una biblioteca es una puerta en el tiempo.
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