Esta historia, sin título y modificada después del granizo, se quedó afuera de "Las reglas de Burroughs". Era una de las historias que Marcos le contaba a la pequeña Ada en la carpa para entretenerla y describirle el mar. También tiene que ver con el nacimiento de Agustín. Falta darle un título para ser prolijo:
Historias del agua para una niña
Se pasa la
mano por el cuello. Siente el líquido entre los dedos. Ni es viscoso ni se le
pega. Se mira la mano. Agua. Por la frente no necesita pasar la mano. Casi no
lo deja ver, la obliga a pestañear como si recién hubiese sacado la cabeza del fondo del mar frente al que está parada. Pero no se metió en el mar, no todavía.
La sensación
es tan asquerosa como las palabras que se usan para describir cuando una
persona pierde agua del cuerpo por calor. Sudor, o transpiración, a cuál de los
dos términos más horrendos. Perspiración es un poco mejor, pero no tanto, y “pérdida
insensible de agua” es mejor dejarlas para las historias clínicas donde los médicos
que no podrían explicar desde la racionalidad científica la situación que ella
está viviendo. Podrán decir, sí, que el cuerpo está compuesto de un 70 % de
agua. Y no mucho más. Y ella ahora, como una pileta pinchada, como un balde con
un agujero, como un lavatorio lleno al que alguien le sacó el tapón, como una
canaleta perforada por el granizo, como una comparación llena de letras pero
que no tiene ningún sustento, ella ahora se está quedando sin agua en el cuerpo.
No sólo transpira, suda o como quieran llamarlo, ni siquiera se deshidrata: ella
pierde todo su líquido. Se hace más chiquita. Lo nota en la altura. Lo nota en
los pies que se están doblando hacia adentro y en los colgajos de arrugas secas
que tiene ahora como brazos.
Por suerte
está en la playa. Pero ella aún no entiende que eso sea una suerte. Como
tampoco entiende por qué le pasa eso. Si ni siquiera hay sol, si está nublado y
es el marzo más frío que recuerda.
Ella salió
a caminar por la costa, a pasear al perro y, para variar, decidió contravenir
algunas disposiciones municipales que nadie cumple y se metió en la arena de la
playa.
Ahora no
puede moverse. Su perro le ladra y ella lo mira. Se está secando. Pronto será
una fruta deshidratada, un orejón. Desesperada, usa sus pocas fuerzas para
caminar al mar. El agua debe estar helada. La toca con el pie. Se equivoca. Está
tibia. Hermosa. Y ella nota como el pie revive. Como el agua del mar se mete
por la piel y la llena de aquello que en la tierra pierde. Se quedaría todo el
día mirando ese detalle, pero el resto del cuerpo se seca y entonces ella
entiende. Da un paso más, y otro. Espera la ola y entra al mar. Se deja caer.
Deja que el agua entre en el cuerpo y ya no pierda más líquido. Al contrario,
lo recupera. En algún lugar leyó que el cuerpo está compuesto por un 70 % de
agua. En algún lugar leyó que el hombre desciende del mar. Que la vida nació en
el mar y después conquistó la tierra. Ella es la primera en volver, pero no será
la única.
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