El
camino que va de la ruta 2 a la ciudad es el mismo de True detective. Con más
pozos. Se respira el increíble aire de asesinato en una ciudad de provincia. De cuerpos mutilados en los sembradios al costado de la ruta. La
iglesia de Ayacucho es imponente. El hotel no. Tiene pileta, pero queda a dos
cuadras y sólo se puede usar de 20 a 22 hs, cuando la pileta cierra. El
casamiento es en la Sociedad Rural. Alguien fantasea que el cantor contratado
sorpresa está en el hotel, en alguna de las habitaciones. O en la pileta. No
hay otro diario que no sea Clarín. Lo hay, pero no conozco como se llama. Ni
siquiera me acerco. Busco la revista Ñ. No llega a la ciudad.
Los
autores que se quejan que la gente no lee. ¿Cuántos libros compran y leen por
mes? ¿Y por año? Los
escritores que reniegan de Tinelli: ¿Qué harían si aparece en Showmach con su libro y lo promociona? ¿Sería como Pedro negando a
Jesús? ¿Llorarían amargamente cuando cante el gallo y se agota la primera edición que creyeron inagotable?
Canta
Pocho La Pantera en el casamiento. En el primer tema se encarga de demostrar el
play back. Euforia. Adrenalina. Descontrol. Pocho pide que la gente se baje del
escenario, promete que las fotos serán al final. 7 minutos sin ningún tema propio.
Impecable. Cuello duro. Una toalla que le rodea los hombros. Los novios querían
contratar a Vilma Palma. Pocho anuncia que se tiene que ir porque toca en
Alvear. 13 minutos y hace más ruido el coro que el play back de Pocho. Saltos.
Alegría. Diversión. Vilma Palma cobraba 100 más hotel y comida. Pocho repite
que lo esperan en Alvear. 18 minutos y ningún tema propio. Anuncia los dos
últimos. Todos quieren su foto con él. Nombra por tercera vez al novio, la
última confunde el nombre y se olvida el nombre de la novia. 20 minutos. Canta “El
hijo de Cuca”. Exxxtasis. Avalanchas. Sofocones. El manager-seguridad-chofer se
sube al escenario y cubre con su mano y espalda la retirada intempestiva del
artista. Nadie pide un bis. Es como si
se hubieran llevado al jefe de la ONU por temor a un atentado. Pocho se olvidó
de las fotos. Queda el recuerdo del hijo de Cuca.
Pregunto en el hotel cómo ir a un librería. Me indican, y además me aclaran que es grande y voy a encontrar de todo. Error mío, emocionarme como ante Pocho. La librería es escolar. Doble error, preguntar si hay otra que venda libros "de leer" digo y hago un gesto que remarca mi insalvable condición de forastero, que no disimularé ni dejando de usar el cinturón de seguridad. Tengo biblioteca personal de emergencia en la valija. Termino
de leer “Además, el tiempo” una muy buena novela de Salvador Biedma. Empiezo
con “Dos” de Giselle Aronson y releo los apuntes para presentar la excelente “Los
Casquivanos” de Nicolás Hochman.
Agustín
cae de nariz corriendo entre la tierra y el pasto. Se marca la nariz y un poco
la trompa. Está grande. Ya estamos acostumbrados a sus golpes. Se va con otros
nenes y nenas. Una lo agarra del cuello, como muestra de afecto y lo ahorca.
Agustín llora. No entiende todavía que eso también es amor.
Las
sobras del casamiento las comemos en Luz y Fuerza, previa mateada en el Club
Independiente de Ayacucho. Novia contenta y ya esposa. Esposo de voz ronca y generoso
para la bebida y el morfi. Al costado del predio, autos, camiones, chatarra de
la que secuestra la policía y abandona. Otra vez True detective primera
temporada. Aunque no con el final redentor. Hay que volver a Mar del Plata y
escribir. La única manera de ganarle dos minutos al olvido.
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