Ezequiel Dellutri reprueba que mi Mar del Plata esté llena de neuróticos,
tullidos y violentos. Dice que nunca me lo va a perdonar. ¿Pero qué otra Mar
del Plata se podría mostrar? ¿Cuál es real? ¿La turística y feliz colapsada con
hotelería completa y mala cocina por mucha demanda o la no turística, apurada, recluida
en infinidad de edificios y cuartos vacíos con mala cocina por poca demanda?
Ni siquiera vale la pena hablar de las rivalidades: si un equipo de fútbol
arrasó la reserva ecológica para hacer su predio de entrenamiento, un grupo de
hinchas de su eterno rival hace poco desfilaron por todos los televisores del
país mientras entraban muy tranquilos a saquear el mini mercado de una estación
de servicio. Esto somos. Cientos de edificios que se quedaron en sus
estructuras de la década de la 80 y ahora se vacían para instalar el gas “como
Dios manda”. ¿Cuál es la otra Mar del Plata? Podría ser la ciudad en la que el
periodista Bernabé Tolosa encuentra librerías extrañas: la fotocopiadora de
Jara y Libertad llena de libros subrayados y a mitad de precio, o la librería
dentro del café en Independencia y Balcarce donde los libros en los estantes se
ocultan detrás de redes de pescadores y para que te digan el precio tenés que
esperar tres días hasta que te llega un mensaje al teléfono celular con el
valor a ojo. Pero nada de eso es Mar del Plata. Hace unos pocos días murió el
padre de uno de mis mejores amigos, sin palabras, tratando de evitar lugares ya
transitados en el consuelo, mi amigo me dijo que iba a hacer con su padre, ese
no era el problema, el problema era qué hacer con las cenizas. Dónde tirarlas.
Lo usual es tirarlas en el mar, pero mi amigo fue claro: no tenía ningún recuerdo
de su padre en el mar. Ni en la playa. No importa qué solución encontró, importa que eso también es vivir en la ciudad feliz de Mar del Plata
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