No
recuerdo la edad exacta, ni siquiera puedo diferenciar si era el último año del
primario o los primeros del secundario. ¿Importa? No. La diferenciación es
arbitraria. La establece un límite educativo donde se pasa de ser dueño del
patio al debilucho entre los que ya se desarrollaron corporalmente: no tanto en
lo sexual, porque el colegio era religioso y si la masturbación era pecado, ni
que hablar del sexo fuera del matrimonio. También había un cambio en la
lectura, más paulatino, menos importante para el mundo pero fundamental para
uno. Y hubo una valoración distinta de la palabra amistad. Algo más difuso en
el primario, el término se convirtió en imprescindible, marca registrado,
pertenencia y refugio. Éramos seis amigos. Seis varones. Hablábamos de las
pavadas que había que hablar a esa edad. Perdíamos el tiempo como se debe
perder, o casi. Y en medio de ese despertar uno de esos seis amigos, Nahuel, me
hizo una pregunta que aún hoy, después de tanto tiempo, sigue siendo tan
importante como si existe Dios o hay vida después de esta. La pregunta de
Nahuel, en medio de los festejos, en medio del ufanarnos diarios de pertenecer
a un grupo de amigos que duraría toda la vida, fue un viaje hacia el futuro. Y
no el futuro feliz con las máquinas al servicio de hombre, sino un futuro
distópico y apocalíptico de esos que hoy se ven cuando levantás una baldosa o
mirás la vidriera de cualquier librería.
¿Dónde
están los amigos de nuestros viejos?
Esa
fue la pregunta de Nahuel. Nuestros padres eran tipos que trabajaban todo el
día, que se relacionaban (mi padre zapatero, el de Nahuel guardavidas) con
personas, con clientes, con compañeros de trabajo; que incluso podían organizar
un asado o juntarse a comer en casas de otras familias. Pero no conocíamos
ningún amigo de la infancia, de la adolescencia. ¿Dónde estaban? Cómo era
posible que se hubieran perdido si seguro habían sido como nosotros y nosotros
seríamos amigos para siempre. Los seis seríamos amigos para siempre. Estábamos
solos, creo, cuando Nahuel me hizo esa pregunta. Y la pregunta ahora es que
cambió. ¿Cambiamos nosotros o el significado de la palabra amistad? Después
vino la Universidad con nuevos amigos. Y el trabajo, y la literatura, y los
hijos. Y siempre nuevas personas por conocer, aunque claro, la palabra amigo,
tan fácil de usar en las redes sociales, se vuelve cada vez más lejana. Los
amigos cada vez son menos, o más espaciados. Se pierden, como se perderá este
posteo de Facebook en la infinidad del tiempo y las emociones. Estas líneas son
escuetas, y no quiero que sean tristes. Son injustas, incluso, para todos los
amigos que vinieron y se fueron, y los que vienen, todavía, y los que vendrán.
De
los seis, Mariano murió demasiado joven. Su cara es difusa y ya no me lo cruzo
dos o tres veces por semana. Con los otros nos seguimos viendo,
esporádicamente, una vez al mes, o más espaciado. Nos juntamos cuando Nahuel viaja
desde Rosario a visitar a sus padres. La amistad no es la misma que antes, pero
nos reúne. Y no nos engañamos. Eso es lo bueno.
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