Diario Argentino – Witold Gombrowicz
El triunfo Polaco
Camino en la calle, salgo de trabajar
cansado. Tengo casi 40 años (¿la mitad de la vida?) Apurado, pensando en
cualquier cosa. Adelante va una pareja: deben tener unos años más que yo, no
muchos, pero lo suficiente para parecer irremediablemente viejos pero sobre
todo por intentar mantenerse indecorosamente jóvenes: él usa pantalón corto (de
jugador de fútbol) y musculosa (de jugador de básquet) está inflado, por
musculatura o anabólicos, las piernas son de correr los últimos 10 K, 0 20 los
brazos de proteínas, creatina, estano; su mujer es igual pero con otros
ayudantes, el mismo producto que cantaba Radiohead en Fake Plastic Tree, cirugía:
combo 3: nariz pequeña y dos tetas medianas ajenas a la gravedad, no sé cuánta
guita tiene en el pelo: se ven caras las calzas grises y las zapatillas al
tono. Van de la mano al gimnasio, doblan delante de mí y yo pienso en
Gombrowicz: en su triunfo. Un fervoroso defensor de la juventud, a ultranza,
aún cuando la juventud no lo entendiera, él la defendía, la anhelaba. La
juventud era todo, el resto la nada en la que se pierde la fuerza, el coraje,
la sexualidad. La juventud nos exime de equivocarnos, cantaba un viejo
grupo español en el que a veces me aburro de tanto citarlo. Este es el triunfo
de Gombrowicz, la lucha inútil, desesperada por no envejecer, por entender que
el impulso y la libertad de la juventud es algo único, que no en entiende
cuando se lo tiene.
Gombrowicz llegó a este país en un
barco, en agosto de 1939 con una novela publicada, Ferdydurke, y la guerra lo
dejó acá, en un país al que no pensaba conocer, y del que se hizo dolorosamente
ciudadano y se retiró en marzo de 1963, 24 años más tarde. De esa vida en nuestro país nos deja
un diario, su diario argentino, extracto de un diario mucho más grande, y por
tanto siniestro: El diario es cualquier cosa menos un
diario: apostillas, apuntes, comentarios, notas marginales, anécdotas, todo eso
menos una descripción diaria de una adolescente y sus amoríos, porque si hay
algo que se oculta en el diario es el amor: ¿para quién escribo? Se pregunta el
Witold. Escribo este diario sin ganas. Si lo hago para mí, ¿para qué lo
imprimo? Si lo es para el lector, ¿para qué finjo conversar conmigo mismo?
Dice Cesár Aira en un artículo del
2001 que publicó en el diario El País:
En Argentina, Gombrowicz escribió
lo mejor de su obra, cosa que tampoco es sorprendente pues pasó en el
país toda su madurez, entre los 35 y los 59 años: Pornografía,
Transatlántico, Cosmos, el teatro, el Diario; este
último en realidad no es un diario, sino artículos en formato de diario:
cuando Kultura, la revista de los emigrados polacos en París,
le ofreció una sección fija, Gombrowicz estuvo vacilando un tiempo sobre la
forma a emplear, artículos unitarios, cartas, crónicas... Se decidió por
el diario, que le daba la libertad para escribir sobre lo que
quisiera, y cambiar de tema donde quisiera, con el simple expediente de poner
punto aparte y encabezar el nuevo párrafo con la palabra 'miércoles' o 'sábado'.
El falso diario recorre algunas
ciudades. Necochea, Tandil (la aburrida Tandil) Santiago del Estero y
en casi todas repite una operación: primera pregunta por eminentes escritores
locales y lo acercan a algún hombre mayor (como él) consagrado o no, pero
respetado por la buena sociedad del lugar; inmediatamente Gombrowicz trata de huir
de esa gente (aunque en ocasiones se esfuerza por agradar) y terminar
conociendo lo que le interesa: los escritores jóvenes, arrogantes, capaces de
faltarle el respeto a él y a la palabra. El diario también recorre la música
(ante un concierto en el teatro colon en el que recuerda que antes de ir a ver
la función su alma fue traspasada de un extremo al otro por una melodía mal
tarareada en la calle y que ahora, en el colón, su alma rechaza la música
servida en bandeja de dorada con albondiguitas: “No siempre la comida se come
con más placer en los restaurantes de primera categoría” afirma.
El diario también recorre la
literatura argentina (Brevemente narra una cena (con desprecio o distancia,
como quieran) en casa de Ocampo con Borges, Bioy y todo el mundo dando vueltas
alrededor del dinero y las ansías de escribir como en Europa)
Pero Bioy se la devuelve. En el otro
famoso diario Borges, escrito por Bioy Casares escribe:
Domingo, 22 de julio. Borges: “En una
reunión el conde pederasta y escritorzuelo Witold Gombrowicz declara: Yo voy a
decir un poema. Si en cinco minutos nadie propone otro tendrán que reconocer
que soy el más gran poeta de Buenos Aires”. Recita:
Chip Chip llamo a la chiva
(Scherzo, no desprovisto de ironía, porque chip chip se usa
para llamar a las gallinas)
mientras copiaba yo al viejo rico
(parte descriptiva. No significa -aclara Borges- “remedaba yo
al viejo rico” sino “copiaba a máquina lo que el viejo rico dictaba”).
Oh rey de Inglaterra ¡viva!
(Castañeteos. Exaltación patriótica)
El nombre de tu esposo es Federico.
Córdova Iturburu trató de leer algo, pero no encontró las
papeletas. Gombrowicz se declaró rey de los poetas.
El diario sigue, se enreda. Habla de Polonia, de Hitler, los amigos, de Proust, y llega a Mar del Plata,
Playa Grande, Punta Mogotes: todos lugares a los que hace referencia y no nos deja bien parados: los describe ventosos y con un mar de estruendo. Del mar (no necesariamente Mar del Plata) Hay una escena memorable: cangrejos dados vueltas, patas para arriba, vientres asándose al sol.
Y hay una intento de definir Argentina: algo insulso, una masa débil que si llega a endurecerse puede llegar a molestar a Europa. Pasaron muchos años, la conclusión es la misma.
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