Cómo vender un libro
Busque
lo que se busque con la escritura, fama, excelencia, una forma de vida, una
purga, una vía de escape, prosperidad, erudición, pertenencia, para lograr
cualquiera de estos objetivos hay que aceptar la premisa que dará sustento a la
idea: la venta. No importa la concepción
comercial o altruista del autor, los libros, una vez vencido el proceso de
edición, hay que venderlos.
Sí,
los libros también se pueden regalar. Un autor puede financiar de su bolsillo la edición y regalar
todos los ejemplares, pero daría la sensación que saltea un paso necesario en
la lectura: el deseo. Un libro regalado no siempre es un libro que se desea
leer. Muchas veces no lo es ni siquiera uno comprado con todas las reglas del
capitalismo. Por eso, para obtener lo que todo escritor busca, primera debe
vender. Y para vender necesita la publicidad.
Siguiendo
a John Berger podemos decir que la imagen publicitaria es una cosa del momento:
mensajes que duran un instante y que estimulan la imaginación por a) el
recuerdo o b) la expectativa.
La
publicidad nos bombardea, está tan presente en nuestras vidas como el nitrógeno
en el aire: ahí está, no lo necesitamos, no lo usamos, pero la naturaleza nos
hace creer que no podríamos vivir sin ese componente.
La
publicidad es competencia que parece noble: está destinada a mejorar nuestra
vida. Pero, aunque fuera cierto, ¿en qué
le puede mejorar la vida un libro a una persona? En nada. A no ser que
mienta desde la publicidad y que esa mentira sea tan hermosa que sea preferible
creerla. ¿Será ese uno de los principios básicos de los libros de autoayuda?
Pero, ¿cómo hacer que una mentira parezca hermosa? Un recurso es la
identificación. Funciona a la inversa en los libros donde se enumeran las
patologías. Una enfermedad cualquiera cuenta con una definición, una
epidemiología y un conjunto de síntomas que permiten el diagnóstico. Si la
definición es vaga, lo son aún más los primeros síntomas: “decaimiento, ansiedad,
pérdida de apetito, malestar abdominal”, cualquier lector se identifica de
inmediato con uno o todos esos síntomas y es la semilla que crea la posibilidad
de padecer esa enfermedad que está leyendo. Los buscadores de internet aumentan
esa posibilidad de enfermedad universal, la publicidad aumenta nuestra
necesidad de cosas que no necesitamos. Entre esas cosas, los libros.
Y
aunque cuando compramos un libro parezca que en realidad optamos entre varias
opciones, no la hay. La única opción verdadera somos nosotros: el lector se va
a modificar con el libro, no el objeto. Entonces, podríamos inferir que lo
primero que debemos ofrecer es que el libro a leer nos va a mejorar. Y lo
segundo, es que esa transformación sea real, y no una mentira. Pero esto es
prácticamente imposible, ¿cuántos libros pueden entrar en ese catálogo? Se
pueden contar diez, o veinte. Y no más. Y esa cantidad es un número
despreciable si pensamos en la industria del libro. Entonces, sin salirnos de
este camino, podemos decir que la transformación debe existir y debe ser real, pero
que el libro no nos dará el cambio desde su contenido, sino desde su fama. Es
decir, haber comprado (y leído) el libro objeto, nos hará envidiables. “La
fascinación radica en ser envidiado. Y la publicidad es el proceso de fabricar
fascinación”, escribe John Berger. ¿Cuántos libros que deberíamos haber
consumido, o tener en la biblioteca? ¿Cuántas veces sentimos envidia cuando un
amigo, colega, enemigo, dice que leyó tal libro que ni siquiera sacamos de su
envoltorio?
Otro
problema que nos enfrentamos es que la publicidad vende cosas “necesarias”. Nos
parece lógico cuidarnos la piel, comprar un auto para desplazarnos o ropa que
nos abrigue: el sol nos quemará, necesitamos viajar y no sentir frío.
Necesitamos comer, está muy bien que nos vendan comida. Necesitamos ser
aceptados, para eso existen las bebidas y las vacaciones en la playa.
Necesitamos reafirmar nuestra solvencia económica, ahí están las tarjetas de
crédito, y los bancos. La publicidad nace de una necesidad básica. Leer un
libro no lo es. Ese es otro problema a resolver. Cómo le hacemos creer a un
lector que necesita leer este libro. Cómo se convierte en una necesidad
equiparable a cambiar el auto o comprar una cafetera extranjera. Convenciendo
al lector de lo que llegará a ser si compra y lee este libro.
“La
publicidad es la cultura de la sociedad de consumo”, dice Berger. El libro debe
entonces ocupar su lugar en esa sociedad. La publicidad se aprovecha de lo que el
espectador sabe, lo que aprendió en la escuela, lo que le enseñaron los medios
de comunicación sobre la realidad en la que vive. La publicidad es el brazo
ejecutor del capitalismo, parece que acaricia a quien la ve, que hace sombras
chinas para provocar la risa, pero en la realidad nos oprime desde la nostalgia
y la imposibilidad de un futuro por fuera de la publicidad: si no compro esa
comida para gato, mi gato no será feliz, ni lindo, ni podrá reproducirse en el
techo.
Roland
Barthes habla de una publicidad que se funda en el prestigio, en la evidencia
de un resultado. Si se estimula la vanidad y la apariencia social mediante la
comparación de dos objetos, aquí podríamos decir que el libro a vender es mejor
que otro. O que otros. Esto se puede potenciar con la faja que refiere a los
libros ganadores de concursos literarios, esa faja nos da la sensación de
triunfo sobre un número inmenso de hojas, un número incalculable de horas de
trabajo y sobre todo, sobre otros humanos: esta es la historia que prevaleció,
al fuerte, la dominante: hágase el favor y cómprela. Distinta es la faja que
hace referencia a la cantidad de ejemplares vendidos y las reediciones:
vigésima edición, millones de ejemplares vendidos; nos da la posibilidad de
pertenencia, y la pertenencia a una mayoría, como se considera en la
democracia, no da lugar a los equívocos.
Otra
opción que se plantea es que quizás sea beneficioso reducir el nombre del libro
o del autor que se pretende vender. Esa reducción, sumada a unas pocas
palabras, dará sensación de epopeya, aún cuando el libro no pertenezca a una
saga (esa promesa de compañía extensa, de familiaridad que tan bien se
desarrolla en las series que consumimos como publicidad de las historias que
debemos consumir en estos tiempos) hablar con familiaridad del libro o su autor
puede acercar a los futuros compradores.
En
resumen, por lo expuesto hasta ahora queda en claro que en esta nota no se
tiene la menor idea de cómo vender un libro. Intento, sí, promocionar esta nota
a partir de la lectura azarosa de dos libros, Mitologías, de Barthes y Modos de
ver, de Berger. Y falló. Al menos, y para resarcirse, les voy a dejar esta
cita:
“La
publicidad es la vida del capitalismo –en la medida que sin publicidad el
capitalismo no podría sobrevivir– y es al mismo tiempo su sueño. El capitalismo
sobrevive obligando a la mayoría –a los que explota– a definir sus propios
intereses con la mayor mezquindad posible, mediante la imposición de lo que es
deseable y lo que no”
De casualidad tienes esos libros? Suenan apetitosos!!
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