De los múltiples ensayos ingeniosos que pueden surgir del tema composición: “Comprar
un libro usado” vamos a detenernos por un segundo en aquellos libros que tienen
dedicatoria. Si evitamos hablar del espanto de los renglones subrayados por
otros o las notas marginales en letra ajena, salvémonos también de repetir la
anécdota de Borges y el hallazgo de un libro que él había dedicado y regalado
exhibido en un anaquel de canje. Seamos precavidos principalmente porque no sabemos si
es cierta y con el boom de sus frases apócrifas y solemnes en el subterráneo, lo mejor es resguardar
la poca solemnidad que le queda. En este caso la anécdota es breve. Ni siquiera
califica como tal. No vamos a entrar en el debate si hay que arrancar la página con la dedicatoria, borrarla o dejarla tal y cómo llegó a nosotros. Vamos a contar una historia: En el Mercado de Pulgas de Plaza Rocha, en Mar del Plata, encontré un libro de crónicas. Tapa negra, editorial española, sangre joven y un precio
irrisorio a comparación de su gemelo sin uso en el mercado. Al revisar su interior certifiqué su calidad, salvo por un detalle:
la impronta de un extraño que estampó una dedicatoria. Pero, al leerla por
primera vez, esa letra manuscrita pasó a ser parte inseparable del libro. Para
no dar más vueltas la transcribo a continuación:
Querido Juan: Acá te mando un recuerdo de Federico, él hubiera querido que
lo tengas.
Tío Jorge
En el mismo lugar compré un libro de Alfonsina Storni. Lo compré por la dedicatoria: NOS FUIMOS A LO DE LA MARTA BESOS
ResponderEliminarSon microficciones envidiables
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