La humanidad y los fármacos. Primera parte.
Byung-Chul
Han escribe que la sociedad del cansancio se convierte paulatina e inevitablemente
en una sociedad del dopaje. Cita a profesionales que afirman que “Un cirujano
que opere con ayuda farmacológica cometerá menos errores y salvará más vidas.
El uso inteligente (aquí el traductor debió preferir el término médico
“racional”) de drogas no supone problemas. Solo hay que establecer cierta
equidad de modo que esté a disposición de todos”. El problema está en la justa
distribución de los fármacos, no en los efectos adversos. Más adelante el autor
concluye: “Si el dopaje estuviera permitido en el deporte, este se convertiría
en una competencia farmacéutica”. Dopaje (del inglés to dope: drogar) es una palabra que se ajusta exclusivamente al
ámbito deportivo. No se utiliza para el resto de la sociedad, para el resto se
reserva el término Mejoramiento cognitivo (del inglés Neuroenhacement) el que se podría traducir como “entrenamiento
farmacológico y por otras técnicas para mejorar la capacidad del pensamiento”. A
través de cierto fármaco y cierta dosis correcta seremos mejores. Ya existen
novelas y películas al respecto. Ya la vida real invade los ámbitos
universitarios y de posgrado donde se destaca, por ejemplo, el consumo del
fármaco llamado Modafilino.
La
medicina está cambiando. Cambian los pacientes, las nuevas generaciones están
instruidas, tienen la información a mano (aunque mayor información no quiere
decir necesariamente “verdad”) y tienen nuevos hábitos: cambia la alimentación,
la relación con el cuerpo, la experiencia individual frente a la vacunación en
rebaño. Pero no solo cambia la sociedad de pacientes, también cambian los
médicos. Su forma de pensar, su compromiso, su cansancio ya no coincide con el
de sus mayores: los médicos que hoy forman médicos serán obsoletos en un futuro
muy cercano. Así la medicina que antes se limitaba a curar las enfermedades y las
heridas y a restituir la salud ahora se enfrenta a una nueva concepción:
mejorar lo que se pueda mejorar en una persona sana. Ya lo hizo el sildenafil,
en el caso de la erección masculina, ya lo hace el estanazol y los batidos,
quemadores de grasa, las proteínas y creatina en el cuerpo que se expone en
fotos para redes sociales; ya lo hacen las vitaminas con su efecto placebo en
“la vitalidad” y no sentir el cansancio que exige nuestra “sociedad del
rendimiento”; ya lo hacen los ansiolíticos para evitar el duelo, la tristeza,
el aburrimiento y el insomnio que invita a pensar; y ahora a esa lista de
beneficios para personas sanas se agregan los nootrópicos (como el modafilino)
que mejoran la concentración y el razonamiento, que permiten mantener la
lucidez frente a maratónicos exámenes multiplechoice y una resistencia invaluable
frente a tan largas horas de guardia. Los
espejos son la metadona del fisicoculturismo escribe Chuck Palahniuk después de
enumerar lo que sus amigos se inyectaban para mantener el físico: dianabol,
arginina, ortina, inosina, DHEA, serenoa, selenio, cromo. En su escritura hay
una admiración por el físico que en un momento parece imperecedero, hasta que
un día un médico le prescribe Anadrol para mejorar su propio cuerpo y el
escritor se sintió mejor, increíblemente mejor para el mecanicismo. Su
percepción del cuerpo cambia y entonces escribe: “Tienes orgasmos en el
deltoides, en los cuádriceps, pequeños orgasmos parecidos a calambres calurosos
y torrenciales. Te olvidas de tu pene. En cierta forma es una paz, una escapatoria
del sexo.” Al poco tiempo deja todo porque los efectos adversos aparecen,
porque entiende la perversidad de quienes ya tomaban la medicación haciendo
referencia a los efectos buenos y obviando mencionar las complicaciones a
mediano y largo plazo. El hombre se engaña para estar bien en un momento: para
dormir, para rendir sexualmente, para evitar una tristeza que no debería
evitar. Y ahora, también, para rendir más allá de lo que su pensamiento puede
rendir.
El
origen de la palabra fármaco, o farmacología, es egipcio: ph-ar-maki “el que
protege”, ya los antiguos sabían que ese mismo remedio, aunque natural, aunque
proveniente de plantas podía ser un veneno: mal administrado, o en dosis altas,
podía matar. Andrzej Szczeklik escribe: “Durante milenios el hombre buscó la
piedra filosofal, la quinta esencia, el elixir de la vida. Fue buscada en todos
lados, hasta en China, antes de Cristo. Se suponía que limpiaría el cuerpo,
alargaría la vida y devolvería la salud a los ancianos. Todos los pueblos
indoeuropeos soñaban con una planta (un fármaco) milagroso: el secreto de una
vida conjurado en una piedra” conjurado en una píldora, podríamos traducir a
nuestro antojo.
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