Todos éramos hijos
María Rosa Lojo
Angustiados, temerosos
y olvidados, los personajes de esta novela, casi al final se preguntan: ¿Qué podemos significar nosotros? Somos
gente común. La respuesta es categórica: Ninguna sociedad cambiaría sin las personas comunes, del montón.
Esta novela no es del
montón. Todos éramos hijos se divide
en tres actos y tiene un cuarto acto o cuarta parte o acto final que se
transforma en una obra de teatro breve y reveladora, que se titula Casandra-Frik
habla con los muertos.
Frik es la protagonista
de esta historia, tanto como lo es el país en los años previos a 1976, en la
vida que va desde la aparición y asunción del Tío Cámpora hasta el regreso del
padre de todos los hijos, Perón. Esta novela es tanto la historia de familias
que crecieron en un clima extraño y violento como la historia del porqué de esa
época asfixiante donde se gestó todo el mal que después explotaría.
Frik está en el colegio
secundario. Colegio Católico. Frik no se llama Frik, se llama Rosa, pero ese
apodo puesto por una fugaz estudiante de intercambio norteamericana desplazará
su nombre a lo largo de la historia. Frik está parada, formada, escucha el
himno y no puede contener las ganas de ir al baño. Frik se moja la ropa, la
pierna, las medias y el zapato por permanecer estoica, indiferente y altiva. El
resumen de una parte de la sociedad que atravesó esa época. Los otros factores
de esa sociedad no están resumidos, están ampliados y explicados en la novela. Frik
va a ser Kate Keller en la obra de teatro que se interpretará en la escuela.
All my sons es la obra de teatro que Arthur Miller escribió como crítica al
Sueño Americano y que será interpretada por un grupo de alumnos de un colegio
católico a principio de los 70 en la Argentina y que los acercará a la parroquia
y la política, algo que en ese momento no se podía separar. Frik entiende, pero
no participa. Quizás el miedo, la inacción o la resistencia se la transmitieron
sus padres, Ana y Antonio, dos sobrevivientes y prófugos del régimen
Franquista. Régimen que albergó a Perón, el padre de la patria y la libertad
que vuelve a traer amor.
La novela habla de la
adolescencia, de amores no correspondidos, de la sexualidad, de la
homosexualidad, de la política, de la fe, de Dios, de la vida, todo rodeado de
un ambiente eufórico para aquellos que creen en el cambio y de infelicidad para
los que piensan que nada puede cambiar. Hay una escena en particular que marca
a los escépticos: el padre de uno de los compañeros de Frik coquetea con ella,
le da para leer el Señor de las Moscas, de Golding, escrito en inglés. Ella
nunca se lo devuelve, pero siempre quiere preguntarle por qué se lo dio. ¿Qué
esperaba que aprendiera? Cuando él pueda, le contestará: “El mundo humano es cruel. No hay buenos salvajes. Ni siquiera entre
los niños que creemos inocentes. Hay lucha de poder y engaño y sumisión.
Siempre. Y también a los que se interponen con la voz de la sensatez se los
ejecuta.”
Frik termina el
secundario y se anota en la carrera de Letras. Es entonces cuando la presencia
política toma mayor relevancia. Aunque ella se mantenga al margen. El regreso
de Perón no es una fiesta, es una masacre. Todos se autoproclaman responsables
de la victoria. Los jóvenes por jóvenes y montoneros, los viejos por
sindicalistas y curtidos. Los que resistieron desde el 55 se consideran
imprescindibles, igual los que leen a Marx y sueñan en el socialismo. No hay
lugar para los dos. Se enfrentarán en Ezeiza. Se tiraran muertos y serán
expulsados de la plaza cuando el brazo se tuerza a favor de los mismos de
siempre. Hay (quiero leer) en la novela, una sutil comparación con Perón como
si fuera Cronos, el Titán que derrotó a su padre Urano para gobernar el mundo y
que luego fue derrotado por sus propios hijos (sindicatos y montoneros,
enemigos entre sí, enemigos del propio padre dominado por un brujo y el
recuerdo de una mujer muerta) en lo que se conoció como al gran guerra, la
Titanomaquia.
En ese contexto sigue
la vida de Frik. En ese contexto se desvirtúa la vida de sus compañeros de la
obra de teatro, de sus padres y de un país que va camino hacia un solo lugar:
la infelicidad.
“¿A
qué huele la infelicidad? A puertas cerradas y opacas, a persianas bajas, a
polvo acumulado sobre los muebles, a zapatos que se tuercen sin que nadie
cambie los tacos, a ropa sin lavar, a
todo lo que amarillea y se deteriora sin terminar de desintegrarse dentro de
cajones ocultos, a los que solo el desdichado tiene acceso.”
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