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martes, 3 de julio de 2012


De Ricardo Zelarayán en su novela“La piel de caballo”:

Regresaba de la calle. La luz de un farol penetraba en ángulo  por la de mi pieza de la calle Reconquista. No encendí la luz. Tal vez para no ver mi desorden solitario. Me bastaba el haz de luz callejero. En mi cama dormía un personaje habitual que no me causó ninguna sorpresa. Era un pigmeo panzón y cabezón, dolicéfalo como yo, desnudito él. Lo saqué de allí sin despertarlo como si lo hubiera hecho otra vez. Lo puse de través en los pies de la cama. Enseguida me acosté, y mientras pensaba, antes de dormirme, lo sentía sobre mis pies. En determinado momento dejé de sentirlo. “¡Bah!”, me dije, “¡se habrá caído otra vez! Ya subirá.” Al despertarme, la mañana siguiente, era el pigmeíto panzón y cabezón, y recordaba vagamente que en algún momento de la noche, mientras dormía, un hombre grandote me había sacado y tirado de la cama. ¿Quién sería ese grandote?, me preguntaba yo.