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sábado, 28 de septiembre de 2013

la verdad sobre las moscas



Después de un año sin ver moscas, un hombre corre por la costa. Tiene calzas amarillas y se nota que no tiene calzoncillo porque el pito y los huevitos (sí, en diminutivo porque se achicaron por el esfuerzo físico, por el frío, por la contractura del cremaster que trata de arrastrarlos al canal inguinal y devolverlos a la panza para corregir el error de la naturaleza que los hizo bajar y ocupar las bolsas escrotales del otro sexo) están sueltos y rebotan. Lleva una camisa rosa desprendida salvo el último botón sobre el ombligo. El pelo del pecho es abundante, canoso y ensortijado, igual que las patillas y se ríe. Se cruza con adolescentes que caminan en distintos bandos y uno le hace un baile que el hombre imita, y sigue bailando cuando el adolescente ya pasó. Lleva más de un año sin ver moscas. Las echó de su casa. Las invitó a salir y nunca volver. Más adelante, otro día, otra ciudad hay un hombre que pasea a su perro. Tiene el pelo corto, el hombre. Un pantalón azul y una campera a tono. Su perro está parado junto a un árbol. Separa las piernas y arquea el lomo. El hombre con una mano tensa la correa y con la otra acerca sus dedos al culo del animal. Tiene una bolsa en esa mano como si fuera un guante. Espera paciente que el perro haga lo suyo en su mano, no sobre el piso. No quiere que la mierda toque las baldosas. Y no para evitar el enojo de los vecinos, es para evitar que vengan las moscas. Las moscas van a la mierda sólo cuando toca el suelo, cuando está en el aire no; no se animan o no la perciben. Las moscas que los hombres espantan viven en el aire, y en el lugar donde viven no hay suciedad ni malas palabras.



martes, 24 de septiembre de 2013

Mañana para uñas de Yasunari Kawabata



Una muchacha pobre vivía en una habitación alquilada en el segundo piso de una casa miserable. Esperaba casarse con su prometido, pero todas las noches un hombre distinto pasaba por su habitación. El sol matinal no entraba en esa casa. La joven lavaba la ropa cruzando la puerta de atrás, calzada con unos zuecos masculinos de madera ya muy gastados.


Todas las noches los hombres hacían la misma pregunta:

–¿Qué pasa? ¿No hay mosquitero aquí?

–Lo siento. Me quedaré despierta toda la noche para espantarlos. Le ruego me disculpe.

La muchacha, con cierto nerviosismo, encendía un espiral verde contra los mosquitos, y luego apagaba la lámpara. Fijando la vista en el tenue resplandor, intentaba recordar su infancia. Nunca dejaba de apantallar el cuerpo de los hombres. Soñaba con agitar alguna vez un abanico.

Ya se iniciaba el otoño.

Un viejo subió a la habitación del segundo piso. Era un caso infrecuente.

–¿No vas a colocar un mosquitero?

–Lo siento. Me quedaré despierta toda la noche y los espantaré. Por favor, disculpe.

–Aguárdame un momento –dijo el viejo y se puso de pie.

La muchacha intentó retenerlo tirando de su manga.

–Mantendré alejados a los mosquitos hasta el amanecer. No dormiré.

–Ya vuelvo.

El viejo descendió la escalera. Con la llama de la lámpara, la joven encendió la espiral. Sola en la habitación demasiado iluminada, le resultó imposible rememorar la infancia.

El viejo volvió al cabo de una hora. La muchacha se incorporó de un salto.

–Qué suerte que por lo menos han quedado en el techo esos ganchos de red.

El viejo colgó una pieza de tul inmaculada en la miserable habitación. La muchacha se metió dentro de ella. Y al quitarse la ropa y extenderla fuera del mosquitero, se corazón latió agitado por un sentimiento refrescante.

–Sabía que usted regresaría, por eso lo esperaba con la lámpara encendida. Me gustaría observar este mosquetero tan blanco durante unos instantes más con esta luz.

Pero la muchacha cayó en un sueño muy profundo, algo que había necesitado durante meses. Ni siquiera se dio cuenta de en qué momento el viejo dejó la habitación.

Se despertó con el llamado de su prometido:

–Eh, eh…

–Después de tanto tiempo, finalmente podremos casarnos mañana… Qué hermoso es este mosquitero. Con sólo mirarlo me siento más ligero.

Lo descolgó mientras decía eso y le pidió que saliera de allí. Lo extendió y la hizo sentar encima.

–Siéntate sobre el tul. Se lo ve como un loto gigante resplandeciente. Y la habitación se vuelve límpida como tú.

El roce de la tela nueva la hizo sentirse como una novia.

–Voy a cortarme las uñas de los pies.

Sentada sobre el nuevo mosquitero que llenaba la habitación, la muchacha empezó a cortarse candorosamente las uñas tanto tiempo descuidadas.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Clasificación de la memoria



La clasificación sobre la memoria que esbozó un señor de pelo rizado canoso y lentes redondos que parece tener problemas para caminar y usa los pantalones demasiado largos porque se pliegan en infinitas posibilidades desde los tobillos a la rodilla podría ser así:

1 - Memoria inesperada: surge sin motivo

2 - Memoria oculta: recuerdo algo que enmascara otra cosa

3 - Memoria absoluta: lo recuerda todo, pero eso le quita la capacidad de pensar (Funes el memorioso)

4 - Memoria ajena: lo que otros recuerdan de nosotros en situaciones que olvidamos

Aunque puede ser que la última no la haya manifestado el señor de pelo rizado canoso y de lentes redondos. 

Dijo más cosas. Muchas más. Intentó generar una necesidad insoportable de leer el cuento "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", aunque antes habría que leer "Tres versiones de Judas". Y entre tantas cosas que dijo, dio a entender que usar el buscador de google equivale a meterse en la cabeza de Borges. Como si el escritor fuera la inspiración de Spike Jonze y todos los cibernautas fueran el personaje de John Cusack metiéndose en la cabeza de John Malkovich cada vez que escriben una palabra, por inocente que sea, en cualquier buscador de Internet. Al apretar "acepto" "Voy a tener suerte" o cualquiera combinación infinita, el hombre de pelo rizado canoso y anteojos redondos, infiere que el doble click es el pasaje del ser humano a la cabeza infinita de Borges viva aún en ese artificio cibernético que en otros tiempos tuvo una precursora hermana menor llamada enciclopedia británica.






miércoles, 18 de septiembre de 2013

El derecho a la pereza





     "El Capital es el único Dios que todo el mundo conoce, ve,

     toca, siente y gusta; existe para todos nuestros sentidos;

     es el único Dios que no ha encontrado ateos."


                                           Paul Lafargue. El derecho a la pereza


sábado, 14 de septiembre de 2013

Harina, huevo y aceite



Normalmente no hago esto. Un amigo al que le llegan muchas novelas a sus manos y que debe tener mucho cuidado para no lastimar egos me dijo que él, con sutileza, no hace comentarios sobre las novelas que no le gustan. No debió decirlo. No hizo ningún comentario sobre mi última novela.

Pero a lo que voy es a otra cosa. Al impulso de cambiar, sin saber por qué, el libro que me acaban de regalar. Me pasó hace poco. Debí cambiar la novela ni bien me la regalaron para mi cumpleaños. Pero la buena intención de mi amigo, que buscó ese libro como quién busca la mujer de su vida en una fiesta de disfraces, me hizo darle una oportunidad.

La faja de promoción me dio la primera advertencia pero en vez  ir a la librería y cambiarlo leí el primer capítulo. La faja sugiere que el autor es una mezcla de Larsson, Roth y Nabokov. La faja es la luz apagada en la cancha de basquet enfrente de casa que la inutiliza cuando cae el sol. Seguí adelante con la lectura. No fui prejuicioso, que un suizo escriba en francés sobre un crimen en EEUU tampoco iba a detenerme. El tercer aviso también estaba a la vista cada vez que cerraba el libro un poco más desencantado con la lectura: el inocente dibujo de un pueblo en la tapa del libro con una estación de servicio (gasolinera) que dice "Esso" no podía ser casual ni arte contemporáneo en el best seller ladrillo de casi 700 páginas. Por eso me pregunto qué me llevó a leerlo. Sea lo que sea, ya harto, encontré una perla en la página 188. Un diálogo imperdible e injustificable entre un escritor y un policía:

"¿Sabe que Apple ha revolucionado el mercado y que ahora se puede guardar música de forma casi ilimitada sobre un disco duro portátil llamado iPod?"

La publicidad (PNT la apodan) la hemos visto de manera abrumadora en series y películas: hay escenas de varios segundos donde la cámara se posa sobre la marca de los autos, la comida rápida, las gaseosas y los celulares. Pero de forma tan evidente y alegre no lo había percibido en una novela. Que un personaje tome tal o cuál cerveza no es molestia, ahora que se detengan a describir un artículo de reciente lanzamiento es admirable. Dos conclusiones: o debo releer en busca de esta invasión comercial o nunca más leer un libro donde aseguren que el autor es una mezcla de tres ingredientes como si fuera un plato de tallarines.


domingo, 8 de septiembre de 2013

El enojo más hermoso del mundo


Cuando estoy cansado y enojado (como ahora) cierro la puerta, tiemblo (como ahora) y puteo. A Dios (¿dónde está tu apocalipsis prometido?) a los hombres (¿dónde quedó tu tercera guerra mundial que nos hará  desde tus armas químicas?) a la revolución de las máquinas (¿dónde quedó tu ira que nos borrará a todos como programas obsoletos de PC?) a los extraterrestres (¿no están hartos de vivir entre nosotros esperando el día exacto en que puedan enviar la señal de invasión a las naves nodrizas?) a los meteoros (¿por qué carajo siguen desviándose de la órbita terrestre y se niegan a caer para convertirnos primero en fósiles y más tarde en petróleo?) a Hollywood (¿cuánto tiempo más tengo que esperar para ir al mercado chino de la vuelta de casa y descubrir que llegaron los zombis?) a Kurt Cobain (¿por qué carajo te mataste? ¿Para no decepcionar con un nuevo álbum igual a los anteriores? ¿Por que descubriste que eras Cristo?)
En esos días (estos) pienso en mis superhéroes de carne y hueso: en mi viejo que puteaba en todas las esquinas cuando manejaba, en Lili que sabe entender mis silencios, y en los amigos y amigas presentes y ausentes: y sobre todo hoy pienso en tres amigas: la que me mandó una encomienda para mi cumpleaños llena de regalos para mi hijo, en la que me contestó con sonrisas, alegría y diligencia cuando le pedí un favor en el competitivo mundo de los escritores, y en la que siempre se enoja conmigo de por vida y por suerte termina perdonándome.
Ahora tengo que dejar de escribir, sigo cansado pero ya no estoy enojado. Enojado está Agustín porque tardé bastante en darle cuerda a las abejitas que cuelgan sobre su cuna y dan vueltas alrededor de su pequeño gran mundo. Pero su enojo, ya lo dije en el título, es el enojo más lindo del mundo.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Pamuk segunda entrega




Enumera Pamuk las acciones mas importantes que tienen en lugar en nuestra mente cuando leemos una novela. Tal lista nos recordará qué es, en realidad, la novela; algo que ya sabemos, pero que acaso hayamos olvidado:

1) En la atmósfera de la novela, sea paisajista o no, nunca dejamos de buscar un motivo, una idea, un objetivo, un centro secreto.

2) Transformamos las palabras en imágenes mentalmente. Cuando recreamos en nuestra imaginación lo que nos están diciendo en palabras, los lectores completamos la historia.

3) Uno trata de saber qué parte de la historia es real y que parte es imaginación del autor.

4) Nos preguntamos si lo que está escrito es así en realidad. (ej, si me dice que una mujer no puede leer por el ruido, ¿nos está describiendo el ruido del ambiente o nos está diciendo que la mujer es una lectora empedernida?)

5) Juzgamos la moral de los protagonistas, y la moral del escritor

6) Al realizar todas las acciones en simultaneo nos felicitamos a nosotros mismos por el grado de razonamiento alcanzado, eso crea un vínculo único.