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domingo, 6 de abril de 2014

El día que murió la MTV



Hace años que queremos escribir una novela donde aparezca Kurt Cobain. Pero no lo hacemos porque no queremos escribir sobre Kurt Cobain, y mucho menos escribir sobre nuestra vida en la época que escuchábamos Nirvana todo el tiempo. Por eso todavía es un borrador ilegible. Porque no queremos hablar de cuando volvíamos caminando de la secundaria con Heart Shaped box en los oídos ni de cuando nos sentábamos en la vereda de la pensión en La Plata escuchando desde una de las piezas el Unplugged que marcaba nuestro estado de ánimo los días de humedad. No queremos recordar que en esos días, para volver a escuchar el tema, teníamos que rebobinar el casete o grabar el tema dos veces seguidas para no tener que esperar.
Todavía nos resistimos a leer biografías, mirar documentales o buscar declaraciones de sus compañeros de banda sobrevivientes. Dave Grohl parece negar a Nirvana con su guitarra en Foo Fighters y Krist Novoselic quién sabe por dónde andará. Nada más importa. Nirvana no volverá por más declaraciones, revelaciones o covers que hagan sus amigos, enemigos y seguidores. 

También sabemos que se ha escrito mucho sobre Kurt, que las reflexiones de Fabián Casas invitan a no escribir nada más. Pero algo nuevo tenemos para decir: queremos dejar en claro que estamos hartos de escuchar a tanto improvisado que siente que descubre el Nuevo Mundo cuando establece el vínculo de Nirvana con los Pixies, y lo llama influencia, en el mejor de los casos, o plagio, cuando quiere diferenciarse; creemos que la mejor reivindicación que recibió Pixies, Nirvana no estuvo ni cerca de alcanzarla: ser la música de cierre de El club de la Pelea es un honor que ni la mismísima Smell like a teen spirit alcanzó.

Pero no podemos evitar escribir. Hace 20 años que Kurt se mató y desde entonces sabemos que nos debemos esa novela. Queremos escribirla, sí, pero sin hablar de nosotros. Sin recordar qué nos pasó el día que escuchamos la noticia de su muerte. Sin recordar la nota en la vieja revista Humor que leímos de su recital en Buenos Aires titulada algo así como "Tres que suenan como mil". Porque eso era escuchar a Nirvana. Pensar en tres tipos que hacían música donde nosotros solo podíamos hacer ruido.

Algo queremos decir, sí, Bleach, y no lo decimos para diferenciarnos del mundo, es su mejor albúm. Aunque haya sido Nevermind lo que nos partió la cabeza junto con ese video de Smell like a teen spirit que la MTV nos tatuó en el hemisferio dominante del cerebro donde el cantante tenía puesta la remera de Freddy Krueger y una porrista anónima arqueaba el cuello hacia atrás exponiendo la insinuación de una teta ¿turgente? tapada con una cruz de cinta roja mientras los adolescentes movían la cabeza en la tribuna antes de saltar alrededor de la banda. ¿Quién de nosotros no quiso estar ahí? Era el auge de la MTV. En ese mismo auge todavía recordamos el comunicado que dieron sobre la muerte (la verdadera, porque antes se murió en Roma pero resucitó entre los muertos para que Gus Van Sant hiciera esa película que nos gusta tanto sobre sus últimos días) y recordamos a la chica que leía el comunicado, aunque no nos viene a la lengua su nombre, y al escucharla entendimos que no sólo moría Nirvana, moría también la MTV tal cómo la conocíamos. Moría, como el menemismo, para ser desterrada y bastardeada salvo cuando queremos irnos de vacaciones y la diferencia de cambio con el extranjero nos hace añorar esa época del uno a uno. A veces pensamos que fue la venganza de Kurt Cobain. Su último contrato y el Unplugged (lo adoramos, lo veneramos como el mejor álbum de la historia) lo llevaron a hacer todo aquello que él detestaba. Eso creemos o nos hicieron creer. Y como el Unplugged le quitó algo, él devolvió el golpe y decretó la muerte de la MTV tal cómo la conocíamos cuando se voló los sesos.
Todo esto viene a que queremos escribir una novela donde aparezca Kurt Cobain, y no una novela de él o de nosotros.
A veces pensamos que podríamos usar alguno de sus videoclips, pero tampoco sabemos si respetaban su ideología o fueron el invento de una discográfica que quería vender discos. Por eso cuando miramos el documental "With the lighs out" y lo vemos tocando de espalda a la cámara, mirando un papel pegado en la pared, pensamos que esa es la historia que queremos contar. La historia de un hombre flaco, con una guitarra desafinada y una voz que se pierde en un alarido justo antes de lanzarse sobre la batería.