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domingo, 30 de junio de 2013


Una forma de vida  

Novela de Amélie Nothomb



Si alguien me pidiera que hiciera una síntesis escribiría así:

Un soldado norteamericano en Bagdad lleva al extremo su adicción a la comida para dejar en su cuerpo la evidencia de su sufrimiento, pero la grasa que acumula lo seduce y enamora, al punto de llamarla como la heroína de las mil y una noche; la grasa de los ricos que Chuck Palanhiuk en su Club de la pelea usó para financiar los proyectos de sus protagonistas, en Una forma de vida Nothomb la usa para que su personaje sienta que tiene acostada, debajo de la piel, a la mismísima Sherezade y se niege a adelgazar para no matarla.

Si alguien, además, me pidiera que marque una párrafo, una oración o un silencio de la novela, marcaría este:

Detrás de toda obra se esconde una pretensión enorme, la de exponer tu visión del mundo. Si semejante arrogancia no se compensa con la angustia de la duda, el resultado es un monstruo que es al arte lo que el fanático es a la fe.




viernes, 28 de junio de 2013


No sabe bien cómo sobrellevar la muerte. Tampoco hay razón para que lo sepa. Sería más fácil creer en un dios. Cualquiera de ellos. Una reencarnación, un resurrección, un día del juicio final, cualquiera de las variantes de la vida eterna extraterrena le daría una esperanza que no tiene. Que no le importa tener. También sería fácil creer en la ciencia. En una ciencia aislada o en conjunto de ellas. Pero tampoco puede creer. Está seguro que el ser humano que escribió sobre la entropía y sentenció “que la energía no se pierde, se transforma” nunca vio morir a nadie. Nunca vio apagarse un cuerpo, nunca vio como esa energía que fluía se detiene y desaparece. Y aunque se pueda medir o cuantificar, prefiere no creer.
¿En qué cree entonces? Cree que se muere cuando se muere el envase que contiene la vida. Como una estufa eléctrica barata recién desenchufada, el cuerpo humano se enfría enseguida y cuando uno pone la mano sobre la piel muerta, o la chapa de la estufa, tiene la sensación de que nunca hubo vida o calor en esos recipientes.
Lo dijo antes, y ahora lo recuerda, le gustaría poder hablar de Tanatos, de la vida eterna, la inmortalidad o la transformación de la materia, pero no puede hacerlo. Alguien que conocía hace poco y con su muerte se apagó toda una parte de su vida. De su infancia. Y esa parte no está en ningún lugar, y está en él, o al menos lo estará hasta que él y todos los suyos mueran. 
Lo dijo antes, y ahora lo sostiene, todavía no sabe bien cómo sobrellevar la muerte.

domingo, 23 de junio de 2013



Los domingos de invierno con sol y cielo despejado aumentan el deseo de suicidio, no así la tasa de mortalidad en su estadística.

Entró al casino sin saber qué hacer. No quería jugar. No le gustaba. Había salido a caminar y la empujó al interior del casino el frío de la costa. Antes, la presión de las cuatro paredes de su casa la habían empujado a caminar. Caminar antes que seguir atrapada esperando que las paredes se le vinieran encima, pero eso nunca sucedería y ella sabía que la muerte inmediata no se produciría hasta dos semanas después, por hambre o por deseo.


Adentro del casino también tuvo ganas de escapar. Ahora no la presionaban sólo las paredes, también la atormentaban los jugadores y las maquinas tragamonedas se le tiraban encima. Ella sabían que estos nuevos tormentos tampoco le darían muerte, a lo sumo le quebrarían una pierna: los jugadores para cortar la mala suerte, las máquinas para dejar de alimentar esperanzas.

Quiso correr, y caminó hasta la terraza. Buscaba aire para respirar. El mismo aire que la hizo refugiar en el casino. De cara al mar tenía la estúpida esperanza de estar protegida del viento. Al salir, la recibió el humo. El humo de todos los que fumaban en la terraza del casino. Miró sus caras. Sus gestos. Casi ninguno estaba en ese lugar por el juego. Todos habían corrido a la terraza después de saberse atrapados en el casino igual que lo habían estado en sus casas. Encendió un cigarrillo y se acercó a ellos. Se sintió bien por primera vez en mucho tiempo. Había encontrado el refugio antes del suicidio masivo.

miércoles, 19 de junio de 2013



Criminis Causa. de Juan Carrá.
En esta novela todos traicionan. Hasta la cocaína con su ausencia, como el autor mismo escribe.



Criminis causa es una novela que habla de la traición, del sálvese quien pueda, del líbranos del mal. Pero Carrá sabe, y sus personajes, sobre todo Walter, el Cabe, también saben que nadie puede salvarse del mal que lo rodea. Que todos son parte del odio y que el destino elige sorprendernos según la cara que tenga cada mañana al mirarse al espejo. Carrá y sus personajes saben que nadie puede escapar de lo que es.

Por capricho, se puede dividir la novela en 3 partes:
1) los escenarios, 2) una disyuntiva y 3) las mujeres

1. Los escenarios donde transcurren los delitos de la novela parecen, en una primera mirada, ser distintos; pero no lo son. Del barrio lujoso a la villa, de la catedral al santuario en la precariedad, y de los códigos a la comisaría parece no haber solución de continuidad: todo es parte de una sociedad violenta y enferma, ofendida en su ignorancia de mirar y no entender. Y lo que en verdad une a toda la sociedad que Juan Carrá describe es el desprecio por la vida, la propia y la ajena.El delito es un acto inherente a cada personaje. Ninguno se detiene a analizar si lo que hace está bien o mal. Eso no importa. Importa el cómo, no el porqué. Carrá habla de este tema en una entrevista que leí hace poco, él dice “hay un gran problema con el tema del delito: la derecha lo reprime y la izquierda lo justifica. Nadie se para a analizarlo”

2. El punto de la novela está en la escena en la cual un viejo socio le propone a Walter salir a robar. Walter, el Cabe, ya tiene peso específico, tiene nombre, y su amigo sigue siendo un raterito menor, una rata que no puede manejar ninguna situación y se pone demasiado nervioso por cualquier pavada. Pero, la ley implícita manda, y esa figura menor que fue su primer socio, que fue su mano derecha cuando eran dos nadas, ahora le reclama deuda que no existe, pero que el honor debe saldar. Entonces se plantea la disyuntiva para Walter: se arriesga a salir con su viejo socio pase lo que pase, o no sale y queda marcado como el que se olvida de los amigos.

3. Las mujeres en la vida del personaje Walter intercambian sus roles. Una de ellas, la mujer de su maestro, lo odia. Es extranjera está entrada en años y castigada por la vida, pero cuando tiene que cumplir defiende aún a quien no lo merece.La otra, su novia, la que debería amarlo en realidad lo odia. Es joven y por juventud ofrece su cuerpo como una melodía atonal: desde el resentimiento escupe el orgullo de todos los hombres, aún el del hombre que ama, aunque finja y se trague la leche que Walter eyacula en cada repetición.

La novela también tiene otro lado, el lado de los “buenos”. Ahí están los abogados, los policías y los periodistas.Hay un abogado que en su rencor martiriza a su atormentado ex-defendido y le revela que el asesino de su hijo es un sicario a sueldo. Hay policías que se odian y juran matarse los unos a los otros, con un comisario al que lo encandilan los flashes y, se dice, sonríe por las dudas cuando abre la puerta de la heladera y la luz simboliza un flash. A ese le han puesto precio a su cabeza. A ese no le importa nada más que la fama, el ego y la plata. Mucha plata. Y, finalmente, hay un periodista, que lo sabe todo, que escribe sobre Walter, y que Walter, al leer la crónica de su vida tan lejana a la realidad como las palabras finas que usan para describirlo, se pregunta qué carajo saben los que escriben sobre la vida de los otros.



miércoles, 12 de junio de 2013



Paolo Giordano, en una entrevista para la Ñ:

Tengo todavía un poco la idea de ser amigable a la hora de contar historias. Un libro no debe ser algo que te aplaste. Siempre quiero que sea una historia accesible. Luego, debajo de esa accesibilidad, podés ir a buscar otros significados más profundos, menos visibles.

domingo, 9 de junio de 2013




"En sueños he llorado"
Cuentos de Alberto Laiseca

En todos los cuentos, o en casi todos, las tetas son imprescindibles. Son descomunales. gordas, pendulares, fornidas, a punto de alcanzar (y dar) la perfección. En un cuento hay tetas tan grandes que bastan dos pares para fundir a todas las fábricas de corpiños de Buenos Aires. Y hay más. Mucho más. Tanto más que el verdugo de María Antonieta se quiere quedar con una de ellas, conservarla, amarla. La teta es su objeto de deseo, su pulsión irrefrenable que lo lleva al borde del escarmiento, o la muerte misma. 
Pero aunque las tetas son imprescidibles, no siempre regalan abundancia y algunas veces los senos son puro pezón, a causa de los cuerpos esmirriados y del ascetismo religioso, y otras veces las tetas son tetitas, pero no dejan de ser magníficas. Al final no importa cómo sean mientras se escondan detrás de una remerita finita y se muevan ahí dentro nada más que para hacerte sufrir.
De los culos no hay tanta información (los culos son las tetas de abajo, me explicó un Muerde Muertos que Laiseca escribió en otro libro) son prominentes pero chatos y de las erecciones se puede decir que cuando no son urgentes son descomunales: a nadie se le para a media asta, todos están al palo y no se pueden contener. 
El mundo en estos cuentos de Laiseca es un mundo sin privaciones aparentes, lleno de restricciones de otra índole que a veces es difícil descubrir. Incluso hay un intento de explicar el origen de la constipación femenina: una mujer tiene encerrado el recuerdo que siendo muy chiquita se tocaba con un primo que estaba de visita y fue descubierta por su madre la cuál, además de interrumpirla en lo mejor, la cagó a chancletazos, y a partir de ese día la niña fue para siempre anal retentiva.

Esta generalidad sobre los cuentos de “En sueños he llorado” trata de decir que en el país de lectores recatados, donde el pudor nos pone muy cerca del pecado, un verdadero masoquista, un diablo del sexo y la humillación puede decir de nosotros, los extranjeros:
“alguien, dentro del invierno, nos odia
Y posa sobre nosotros su mirada blanca
A través de los cristales”

A continuación extracto de 3 cuentos: El cuarto tapiado, La isla de los cuatro juguetes y  La ejecución de María Antonieta.

El cuarto tapiado empieza con el arte de cremar ataúdes que explotan y muertos que levantan sus brazos de esqueleto al cielo y patalean y parecen vivos. En el cuento hay descubrimientos arquelógicos, ritos paganos, hipótesis científicas, jardineros que son héroes de películas yankis, pero lo importante, lo único importante es seguir la evolución de un cuerpo femenino, lo importante es leer como el cuerpo de la cocinera negra y haitiana cambia a lo largo del día: por las mañanas aún tiene prendidos los botones de su vestido. El protagonista la mira y piensa que está muy buena y ella sonríe, como si le leyera los pensamientos, después se pone a contraluz de una lámpara para que el amo pueda ver su cuerpo a través del vestido. Cruzado el mediodía el calor ya es agobiante la haitiana se desprende tres botones y pronto el cuarto seguirá ese camino. El protagonista piensa “ahora o nunca” ella entorna los ojos y entonces ocurre algo curiosísimo. El extiende la mano con intención de meterla a través del vestido y agarrar la teta izquierda, pero por alguna razón sus dedos suben hasta tocarle la mejilla. Empieza a acariciársela muy delicadamente, como si su rostro fuera una teta.
–¿Qué hace, señor? –preguntó ella por rutina, sin dar la sensación de estar sorprendida ni molesta–. ¿Qué me hace? –y torció su boca hasta besar la mano que la acariciaba.

En la ejecución de María Antonieta, el cuento del verdugo que esperaba conseguir una teta de su víctima, el autor da esta sentencia que alcanza para dejar el libro, salir de casa y preguntarse para qué carajo uno escribe si nunca alcanzará una frase como esta:  "...basta apenas una desviación virtual del correcto camino de esa pasión (del amor) para que uno se vuelva loco."

En La isla de los cuatro juguetes, una madre está obsesionada con la virginidad de sus cuatro hijas, cuando la mayor (Graciela) perdió la virginidad, la vieja sufrió un ataque de locura y la azotó con un cinturón, con la parte de la hebilla y sin fijarse dónde caían los golpes. La tercera (Julia) escapó con el novio, la segunda (Mirtha) se hizo coger por el culo para que su madre no la reconociera, hasta que se cansó y se fue dejándole esta carta:
“Querida mamá:
El cariño entrañable que siento por vos me mueve a escribirte esta carta. Quiero que sepas que, hasta esta noche, he cumplido fielmente con tus mandatos respecto de la virginidad. No me olvidé de lo que le hiciste a Graciela. Has sido hija de puta, represora y cruel, pero a mí no me importa e igual te quiero. ¡Sos mi mamita!
Con Eduardo al principio nos desahogábamos masturbándonos mutuamente, o yo lo chupaba y él a mí. Pero por fin y siempre pensando en vos, nos decidimos a hacerlo directamente por el culo. Hace meses que lo venimos haciendo. Esta noche mi novio se decidió a reventarme por delante de una buena vez por toda. Fue muy lindo, te lo reconozco, y a partir de ahora cada vez va a ser mejor. Pero ¿querés que te confiese una cosa? Se ha exagerado mucho con respecto al placer que una muchacha siente por el lado grande. El asunto es por el lado chico. Te explico: cuando tu novio te rompe el culo (y te lo escribo subrayado para que las palabras te entren más) una siente algo así como un trance. Es algo que sube y bajo. El orgasmo, cuando llega, pone la piel de gallina y sacude hasta los huesos.
Bien. Tal los sucesos. Tengo el falso dolor de decirte que tu hija mirtha te ha salido muy degenerada y puta. ¿Por qué será, entonces, que no me siento culpable para nada y sí muy libre, feliz y pura?
Te abraza y te besa tu hijita que te quiere tanto.
Andate a la puta que te parió.