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domingo, 9 de abril de 2017




Black Sails es una serie de piratas. Es volver a la infancia, de una forma refinada, sin ese prisma distorsionador que es la nostalgia, y consecuentes de vivir en un mundo que ha cambiado. Piratas para adultos, con un guiño para el niño que fuimos. Filmada con una calidad de alta resolución, se aleja desde ese punto de vista de lo que debió ser una verdadera historia de piratas, pero es, quizás, el único punto de contacto con la pochoclera saga de Jack Sparrow. Después de eso, sus personajes son sólidos, impredecibles, traicioneros, es decir: piratas. La trama se sitúa antes de la Isla del tesoro, y tiene como protagonistas a los piratas en su esplendor. Del lado de los ¿malos? ¿buenos? está el legendario capitán Flint, Charles Vane (un pirata real que se coló entre los personajes tomados prestados a Stevenson), Billy Boones, y el mismísimo Long John Silver. Es una precuela sí, para saber cómo el tesoro llegó a la isla y cómo se crearon sus personajes, pero también es mucho más. Es una serie de piratas, de esclavos, de comercio (Inglaterra crea y destruye a los piratas y en esa lucha estamos parados) de amor, de mujeres que manejan el mundo desde sus burdeles y tienen el poder real, de homosexuales (la homosexualidad es, al fin, un tema clave del que hablar cuando las series hablan de amor) y tiene todo lo que tiene que tener. Salvo, me parece, audiencia. Por eso me puse a escribir sobre la historia. Si hubiese sido filmada en baja calidad, sucia, grasienta, su realismo rondaría lo inaceptable y sería perfecta. Hay un detalle a criticar no menor: el nivel parlamentario de sus personajes. La mímesis de sus diálogos con pensamientos filosóficos por momentos es contraproducente, fascinante, sí, pero inverosímil. En un diario de hoy Guillermo Piro cuenta de los errores sobre el ajedrez en el cine que mucho molesta a los ajedecristas (cuando ven que uno de los rivales hace caer al rey sobre el tablero como símbolo de derrota, los ajedrecistas se agarran la cabeza y gritan, latinizados, "No, de nuevo no") y lo mismo puede pasar con esta serie, se puede encontrar de todo, desde errores históricos hasta personajes o diálogos inverosímiles, pero saben qué, no importa. Decididamente no importa (Cuesta aprenderlo, puedo ser víctima de mis detracciones a la serie House) pero no importa. Hay que aceptar la ficción y dejar de buscar que la imagen sea real: ya tenemos el HD, no pretendamos que también la palabra sea infalible. Si lo es, su pureza nos destruirá.

Para saciar la angustia de quedarnos sin una serie como Black Sails, se estrenó otra en la misma línea, o quizás mejor, Taboo. James Delaney (Tom Hardy) regresa a Inglaterra tras la muerte de su padre después de pasar muchos años en África y se encuentra que heredó un pedazo de tierra en la América independentista. Pero ese pedazo de tierra implica comercio, para ambos países y para la Compañía Británica de la India Oriental (las banderas de la compañía son las mismas de piratas del caribe) y James Delaney, el africano, está en medio de todos, y contra todos. Taboo terminó su primera temporada de la mejor manera y promete seguir revisitando la historia que, como en la de piratas, encuentra a un enemigo enorme: Inglaterra y su política imperial. Inglaterra, el imperio, se presenta como el verdadero enemigo del mundo, más rencoroso y duradero que cualquier otro, que quizás haya engendrado un hijo en América del norte que recibe todos sus golpes, incluso los de las series que inventa para entretenernos.