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miércoles, 21 de octubre de 2015


Un largo río

Pía Bouzas

Dos hombres escalan una montaña difícil. El tercer hombre los observa desde el campamento, intenta escribir un diario, quiere que el tiempo pase rápido. Él tenía otro plan, sacar fotos. Pero la cámara se arruinó, no sabe escalar y se quedó solo en el campamento. Para no enloquecer mira a los otros dos. Registra sus ascensos, sus noches colgados de la piedra. El registro lo ata a su propia experiencia, anula el tiempo pero le trae la fortaleza del recuerdo: es todos los pedazos de historia que fue para llegar a este solitario que mira la montaña y los dos hombres que cuelgan como manecitas del reloj. Sólo que el tiempo que marcan es arbitrario e irreal. Cuando finalmente se reúna con ellos, los dos le dirán: Te veíamos desde la montaña, parecía que estabas loco.

El resumen del último cuento de “Un largo río” de Pía Bouzas es una mirada –de las tantas posibles– al conjunto del libro. El lector piensa que la historia lo coloca en el rol de observador, pero muchas veces el lector entiende que los personajes lo miran a él. Como en la historia del colectivo y la incomodidad de “30 grados y sigue subiendo”, en “El bebé del Geraldine” o “Por primera vez en mucho tiempo nos sentimos a salvo”.
En medio del campo visual, entre los escaladores y el solitario que cuida el campamento, también podemos colocar al lenguaje. La oralidad que tanto se cuida en cada cuento, desde la selección de palabras y la omisión. Desde no hablar de ciertas cosas o decirlas desde miradas laterales, como en “Un globo, una nave espacial y un robot tirafuego”.

Párrafo aparte merece el cuento “Los juegos de Max” que sería, sin duda, el mejor logrado de los relatos elegidos si dejáramos de lado “Un largo río” el cuento que da título a todo el libro y que coincide en un tópico que Pía Bouzas maneja a la perfección: La muerte. Porque la autora no tiene miedo de manejar en sus relatos todas las posibilidades del dolor y sus consecuencias, todos los retratos de los deudos: elije jugar con nuestro temor más humano, ya sea cómo hijos, padre o hermanos todos sabemos cuál es el resultado final de nuestro cuerpo y deseos, al menos en este mundo.

Link para leer el cuento "Un largo río" 


domingo, 11 de octubre de 2015




Aconsejan corregir. Dicen que la corrección es una parte clave de la escritura. Que es un arte difícil de dominar: el exceso quita el alma, la falta demuestra pereza. Leopoldo Puente afirma que el Blog elimina toda posibilidad de corrección y también acorta la distancia: es visceral y cercano, es inmediato y casi no debería tener edición. Ahora parece en desuso y Leopoldo Puente debería suponer que es por dos vías de comunicación casi instantáneas: Twitter y Facebook, la ausencia de reflexión, la liberación del impulso hacen de la proliferación una abundancia que aleja de la lectura. Grandes escritores aconsejan corregir hasta el agotamiento, también hay otros que dicen no hacerlo jamás: no tocar el texto bruto y deforme, modificar el origen es robarle el sentido original. Es cierto que en un momento la corrección se termina, que la conexión con las palabras es tal que se las deja de leer, están, equívocas, ilustres, confundidas y ya no se leen. Se pasan de largo como una ensoñación en colectivo nos hace bajarnos dos cuadras después. ¿A qué viene todo esto? En la corrección apareció una frase que no estará en la versión final pero que merece algo más que el olvido, una frase hueca, vacía, imperfecta, pero que genera la imposibilidad de pensamiento, atora la imagen, obligo a repensarla desde la corrección pero siempre estuvo ahí, sosteniéndose en su diferencia y ahora debemos amputarla, quitarle uno de los dos “no” para que tenga sentido. La frase es ingenua, ni siquiera debería motivar esta disertación sin sentido ni corrección. Dice: “No parece no sorprenderse”. Por favor, tachar el “no” que corresponda.