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domingo, 10 de abril de 2011

Hoy empezó una nueva publicación en el diariom La Capital de Mar del Plata. En el suplemento de Cultura. Tiene por título "Alegorías, o todo lo contrario" y será darle una definición a determinada palabra o utilizarla como disparador de un cuento breve. Hoy se publicaron dos: "Agua" y "Arte". La primera es nueva. "Arte" había sido publicada en la revista digital prometheus en el 2009. Anexo la primera-------------------------------------------------------------------------------------------------------------Agua: ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------La escasez de agua es una mentira. Que en verano nuestra invasión, la invasión de turistas colapsa el suministro de agua en la ciudad es una mentira. Se nota en las calles. En los bares. En el aliento de las promotoras. Y lo que revela esta mentira es el olor. El olor desenmascara la conspiración. La cosa, de tan sencilla, sorprende. Se nos distingue de los marplatenses sólo con olfatearnos un poco. También con mirarnos, o tocarnos la piel. Nosotros olemos mal. A sal. A tierra. A arena. Nuestro pelo está duro. Seco. Pajoso. La piel curtida. Con marcas de sal. En cambio, los marplatenses huelen bien. Sus cabellos son delicados y su piel sedosa. No falta agua en la ciudad. Insisto, es mentira. Tienen un sistema complejo de distribución que nos limita el consumo mientras a ellos les garantiza abastecimiento y felicidad. Hay, en esta confabulación, un necesario pacto de silencio. Yo lo descubrí por casualidad. Por amor, se podría decir, ya que el amor es una de las formas más torpes del azar. Conocí a dos promotoras en un boliche y me enamoré de las dos. La decisión de cuál quedarme fue difícil. Pero lo que inclinó la balanza fue el aliento. La promotora marplatense tuvo a favor el resultado. Cuando le conté el motivo principal de mi decisión, no aguantó la risa. Ahogada, llorando de alegría, me confesó que siempre le pasa lo mismo con los turistas. Se enamoran no de lo que ven, sino de aquello que huele bien. A la mañana, cuando despertó y me encontró disfrutando del agua de su baño, enloqueció. Me encerró con llave y escuché que llamaba a su hermano. Le gritaba que se había revelado el secreto. Que tenía que venir a solucionarlo. Por el bien de la ciudad. No esperé que llegara el hermano con la solución. Me escapé por la ventana del baño. En la calle corrí en calzoncillos y descalzo, como cualquier turista. El problema es que el olor confundía. Era un turista que olía bien. Para despistar, tuve que meterme al mar, en la playa Varese. Ahora tengo miedo de salir del agua. Es un error haberme metido en el mar. Los guardavidas me miran de modo extraño. Me miran como si supieran. Una mujer chilla a mi lado. Grita como si se ahogara. Pero no se está ahogando. Está fingiendo. Los guardavidas corren hacia nosotros. En realidad, sé, corren hacia mí. No puedo huir. No puedo nadar más que ellos. Este es su mar. Su territorio. Como quisiera ser uno de ellos. Como quisiera no saber lo que sé.

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