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miércoles, 21 de mayo de 2014

Azabache cuarta edición



Cosa rara pasar las horas entre gente que escribe, edita y lee. No es cosa de todos los días. No es de casi ninguno de los días del año. Ni siquiera pasa en las ferias del libro. En el Azabache de Mar del Plata se escurren las horas demasiado rápido. Muchas presentaciones. Muchas charlas para escuchar. En ese ambiente, algunas veces uno se siente el dios del mundo subterráneo cuando alguien se acerca y te dice que le gusta lo que hacés. Pero también a veces te sentís un pelotudo, como cuando le das su novela a un escritor para que te ponga su firma y él, antes del autógrafo, te dice que ese es el libro que le cambió la vida. Y vos le preguntás ¿por qué? y él te mira, con lástima, con ternura, con irritación y te señala que con ese ganó el Emecé y te sentís tan pelotudo que dan ganas de comprarse un chocolate y encerrarse a mirar películas románticas y escuchar música de minitas. Pero también, para balancear la estupidez de los que escribimos por no ser espontáneos, te podés cruzar en la calle a un gran escritor escondido en algún lugar serrano y remoto y mientras caminás con él rumbo a la presentación de la esperada nueva novela de un amigo, el serrano te puede tirar un "estaba pensando que me gusta como manejás los diálogos" o algo así, y te hace sentir otra vez en la cumbre de la montaña rusa, y entonces te llenas de ganas de volver a casa para escribir, porque eso es lo que más nos gusta hacer, escribir y escribir para terminar esa novelita a cuatro manos que estás escribiendo con una cantante de la capital y que no se parece en nada a lo que escribí antes y entonces se termina el Azabache con fotos, champagne y los berrinches de un hijo que quiere volver a casa y ya lunes, vestido con la ropa de trabajo, recibir un mensaje en el facebook de alguien que compró Riña de gallos y que te dice que le encantó y otra vez esa sensación de montaña rusa, hasta que un amigo que compartió la pensión en La Plata y ahora vive en Praga te manda una foto de tu última novela, Tan lejos que es mentira, sobre la tumba de Kafka y entonces, por una vez, uno no puede sacar conclusiones ni pensar, y sólo se sienta a mirar la foto sin saber bien qué escribir de ahora en más.


2 comentarios:

  1. Y yo que todavía no descubrí cómo hacer para que me inviten a ese tipo de eventos... Lo que es no tener un solo contacto.

    Saludos

    J.

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