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miércoles, 22 de mayo de 2019



Las nieves de antaño. L occupation américaine.

Esta novela es la historia de dos jóvenes desamparados que se necesitan el uno al otro desde chicos. La historia de él y ella se cuenta, pero no es solo una historia que se cuenta, es una historia que se enumera, se enumera desde los afectos de los padres, de mayor a menor se dice qué es lo que los padres quieren. El padre de él amaba, primero, a su mujer, segundo a su profesión de veterinario, tercero a su hijo. La madre de ella amaba primero a su libertad, después a todo lo que sirviera para defender esa libertad y por último a su hija, por eso la abandona. Patrick y Marie-José son huérfanos desde chicos, desamparados por y para toda la vida.

En la ciudad que transcurre la novela (Meung-sur-Loire) hay un ciclo de inundación anual. Como el Nilo, el Loira se apresuraba hacia Nantes antes de llegar al mar. Y en ese ciclo de inundación repetida, Quignard elige recordar la escena bíblica del diluvio: "aquella mortaja de las formas, aquel anhelo de la extensión, aquel anegamiento de las cosas familiares regresaba, año tras año: la destrucción acarrea una belleza impredecible".

La historia se enumera por un principio alrededor de la ocupación norteamericana. Los alemanes ya estuvieron, pero poco tiempo, en cambio los norteamericanos, con su cultura, su música, sus militares, su gueto propio, se mantienen pegados a la Francia, adheridos, en una simbiosis absurda. 

Son los principios de la década del 50, la libertad tras el nazismo se está transformando en otra forma de dominación: la ocupación no es territorial, la ocupación se hace de otra manera, quizás eso nos quiso decir el traductor que tituló la novela como “Las nieves de antaño” cuando su título original es más sencillo “La ocupación americana”.

La novela es una historia de amor y desamor. El destiempo de los grandes dramas, de los grandes sueños. El destiempo de creer en la igualdad y descreer de las religiones tradicionales, de repudiar a los gobiernos y de soñar que un occidental puede entender plenamente el budismo. “El nirvana es el sueño que sabe que nadie lo está soñando”. Quignard lo resume y resuelve todo: "La meta de los esfuerzos que hacemos no es llegar a ser felices, envejecer a cubierto, morir sin dolor. La meta de los esfuerzos que hacemos es llegar vivos a la noche".

Cuando muere ella, Quignard escribe: “Recordó su voz desaparecida. Se estremeció de dicha cuando la volvió a oír hablar dentro de él, repetir sus sueños dentro de él, dar órdenes dentro de él. Ella era su conciencia. Ella era la energía de sus aspiraciones, la fogosidad y la susceptibilidad de sus sentimientos. Ella era quien lo construía y lo dirigía, quien, dentro de él, seguía eligiéndole la ropa, quien desechaba las camisas de manga corta. Tenía los dientes pequeños. Tenía un sexo estrecho y suave. Ella lo agarraba del brazo. Los labios de ella quemaban. Aun le llegaba el olor. Hacía calor. Era verano, pero no era ya el mismo verano. No volvería a haber verano. No volvería a haber estaciones porque ya no las compartirían, porque ya no las descubrirían juntos, porque ya no se asustarían de las avispas en la fruta recalentada, porque ya no se desbordarían las crecidas, ya no se anegarían los campos, ya no se perdería la vista, porque ya no protestarían, sentados juntos en el banco, del agua que los privaba de sus mediocres abrazos cuando crecía y los cubría. Tenía unos huesos tan delgados, tan frágiles. Tenía la piel blanca y aterciopelada, extraordinariamente lisa. Se le desprendía de la piel un olor que para él emanaba. Tenía los pechos pequeños y duros. Había en ella una costumbre de estar sola tan tranquilizadora, tan afincada”.

La línea final es hermosa, es Quignard, es el amor que se ha perdido, que perdura en el amante que sobrevive solo para dar testimonio de quién ha muerto: “En Ara lo conocí. Allí fue donde me contó esta historia. Por Ara pasa el Ganges. Es la lágrima de Dios”.



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