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miércoles, 28 de diciembre de 2011

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Escenario: El tipo, sonrisa perfecta, guardapolvo blanco inmaculado. Lugar de trabajo aséptico. Compañeras de trabajo impecables: rubias y morochas bronceadas con el pelo suelto sin arrugas.

Acción: El tipo mira la cámara y dice: “Llevo 15 años estudiando la sensibilidad de los dientes”

Y ahí nomás habría que matarlo. El Estado debería matar a un tipo que dice que estudió, que perdió 15 años de su vida para librar al mundo de la molestia en los dientes cuando alguien raspa el fondo de la olla con un tenedor. Mi mujer me dice que en todo caso mate al guionista, que el pobre tipo es un actor. Que mate a los publicistas. Al director de cámara. Y yo sin embargo le creo al tipo, le creo que lleva 15 años investigando esa pelotudez. El Estado debería librarse de esa clase de parásitos subsidiados. La publicidad termina. Ahora me tratan de vender un celular, y me siento más tranquilo. Y también triste. Mi celular no tiene bluetooh. No tiene GPS. Y debería tener todas esas cosas.

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