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domingo, 13 de octubre de 2013

Crónica de ascensor



Me paré frente a la puerta del ascensor en la planta baja. Un flaco alto, con una gorra de un equipo de básket norteamericano, un aro redondo y enorme en el lóbulo de cada oreja y un lápiz en la mano se paró junto a mí. Parecía un repartidor de delivery. Era un mensajero. El ascensor subía desde el subsuelo. La puerta del ascensor se abrió y bajó una mujer mayor. Otra mujer, también mayor, se quedó adentro. Dejé entrar al flaco altísimo y después subí. El flaco buscó su piso en el tablero y apretó el número 5. Al ver que no había otro número marcado le preguntó a la mujer a dónde iba.
-Y a vos qué te importa.
La miré. Apreté el número 7. El último piso. Subimos en silencio. La mujer, tratando de disimular, se acercó al tablero y miró, guiñando los ojos, como hacen los miopes, los locos y los jugadores de truco.
El ascensor se detuvo en el quinto piso. El flaco altísimo avanzó hacia la puerta.
-Es el quinto piso, señora -le dijo.
-Ya sé, no soy ciega.
El flaco altísimo se bajó y yo seguí hasta el último piso con la vieja loca. Ahora, loca, ya, y más liberada, se dedicó a mirar el tablero con los números sin apretar ninguno. Llegamos al séptimo piso.
-¿A qué piso va? -le pregunté cuando el ascensor se detuvo.
-¿Se puede saber por qué mierda se interesan tanto en saber a dónde voy? ¿Por qué mierda no se meten en sus cosas?
Siguió puteando cuando me bajé. Siguió puteando cuando se cerró la puerta. Hice el trámite que tenía que hacer y a la hora de bajar, elegí la escalera.


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