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sábado, 11 de enero de 2014


Las vaquitas de San Antonio están sobreestimadas. Creo que en otro país se llaman mariquitas, pero esa no es la razón de su valor tan alto como el dólar blue. Estos bichos, si se posan en alguna parte del cuerpo, dice la sabiduría popular, no hay que ahuyentarlas ni matarlas, hay que pedir tres deseos y ayudarlas a que sigan su camino. Si fueran moscas, las alejaríamos con asco o las aplastaríamos contra la pared. Pero no son moscas, no caminan entre la mierda (si lo hacen nadie lo publicita) y parecen simpáticas, al menos no hacen ruido. Pero, hay que decirlo, moscas y vaquitas son bichos desagradables, que uno esté pintado de rojo con lunares no lo hace más bello, al contrario, el maquillaje empeora su fisonomía. Con el calor y la playa -para el escritor- pasa lo mismo. Se sobreestima la inspiración que puede darle al escritor un lugar de veraneo paradisíaco. Se piensa que la tranquilidad, el ruido del mar y el calor serán influyentes en sus musas. Nada más alejado. El escritor necesita gente. Necesita ver, escuchar, entender. En la playa todo es igual. Es una pantalla gris. Salvo que no es gris, es color piel, con una variante que va del pálido al moreno pasando por la gama de los rojos. Los cueros, los cuerpos, en la playa sólo son interesantes en pocos aspectos: el tamaño, la proporción, las formas. Los seres humanos, arrojados al calor y la arena, sólo se miden por el tamaño de sus culos y los pelos en las piernas. Nada puede surgir de ese estéril desierto de cuerpos casi desnudos. La ropa, por una vez, da misterio a las personas. Y nadie va a hablar de moda o de trabajo esclavo. Es simplemente notar todo lo que uno puede saber por la ropa que las personas visten. Por sus adornos, por sus peinados, olores, zapatos, accesorios. En la playa se despojan de eso, se desnudan en más de un sentido y apenas podemos arriesgarnos a tratar de adivinar cómo son por los libros que leen. Por eso, si usted es escritor/escritora o aspira a serlo, cuando una vaquita de San Antonio se pare en su hombro, no dude en espantarla sin pedirle ningún deseo, pero si lo hace, por favor no le pida vacaciones en la playa creyendo que así podrá escribir más y mejor. Vayan estas palabras como ejemplo.


3 comentarios:

  1. Amigo Sebastián, comparto plenamente el comentario de que las vaquitas de San Antonio están sobrevaloradas, y debo reconocer que a mí personalmente no me desagradan ni me parecen asquerosas. Ahora bien, creo, firmemente que la simpatía que les tenemos a esos bichitos, se debe exclusivamente a la acción psicológica que han desarrollado las maestras jardineras en nuestro país desde hace años (quizás en otros también, pero no puedo aseverarlo). Como seguramente habrás observado, no hay jardín de infantes que no tenga uno o varios de estos bichos pintados en los carteles de su nombre, paredes exteriores o interiores, salones de actos y demás. Están pintadas en cartulina, cartón o en las paredes mismas. En las fiestitas siempre alguna maestra se disfraza con la pollerita colorada a lunares y bueno pues que toda esta tremenda acción psicológica llevada a cabo durante años ha dado sus frutos. Sn duda las vaquitas de San Antonio (¿Manu tendrá algo que ver?) son insectos con una capacidad de lobby digna de admirar. Después todo eso que pones de la playa y de los cuerpos desnudos, bueno, no lo entendí bien porque a la playa no voy y escritor tampoco soy. A cuando mucho un entomólogo frustado. Abrazos

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    1. Tenés razón, Oscar. Ya mismo salgo a relevar jardines de infantes (podríamos llamarlos jardines de niños para reafirmar nuestra independencia de España) y creo que no voy a encontrar ninguno sin las benditas vaquitas, ahora, la imagen de la señorita o maestra con pollerita colorada es una forma de reforzar el apego como los perros de pavlov a sus glándulas salivales. Abrazo amigo escritor Oscar y no se achica que usted seguro va a la playa

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    2. jajaa, abrazos grandes Sebastian y que sigan los éxitos con o sin vaquitas

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