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domingo, 17 de julio de 2016

Los vecinos y la basura




El contenedor es un evento social. Decir que congrega al barrio es exagerado, parece un paso en falso para volver al realismo mágico, pero casi es así. No congrega, pero atrae. Y aunque al principio aparecen unos pocos vecinos y algún que otro automovilista alerta, el paso de las horas aumentará su atracción. Contenedor es, también, una palabra horrible. Parece que nombrara a un señor grande y afectuoso que va a darle un abrazo a quién lo necesite junto con un paquete de pañuelos descartables y una barra de chocolate con la marca del difunto zar heredero de la fábrica de chocolate; pero no es eso. El contenedor es un hermano menor de las grandes moles que trasladan los barcos de puerto en puerto y que en la ciudad sirve para acumular los cambios de estilo. Las cicatrices del paisaje de hormigón van a parar a los contenedores. Tendría que escribir containers, pero ¿no genera rechazo emplear palabras que leerlas deben pronunciarse de otra manera? Orsai se llamaba la mítica revista, y estaba muy bien. Tendría que escribir conteiners, pero no. Porque no hay que detenerse en la palabra, hay que hablar del sentido social del recipiente. El cambio que inicia su presencia es material sociológico, quimérico y, por supuesto, económico. En primera instancia se llena de los desechos de la obra de sus contratistas: cañerías, muebles, etcétera. (El etcétera funciona como pereza enumerativa, son tantas las cosas que se desechan que perdería el sentido hablar de armarios, hornos, termotanques, maderas y todo lo demás) En segunda instancia, la hipótesis: el desecho de unos es oportunidad de otros. No es un máxima nueva ni original, pero se repite y la repetición la legitima. Los vecinos buscan. Los cartoneros buscan. Las personas sin ninguna necesidad de acumular despojos se ven tentadas y buscan. Si este fuera el cielo, no quedarían estrellas. Pero no es así: no funciona así. El ciclo se completa, de lo contrario el recipiente se vaciaría en pocas horas: los obreros ni siquiera deberían tirar ahí los escombros: se formaría un cordón humano que entraría hasta la casa y se llevaría todo lo que considerara útil, incluso cosas que los dueños no desechan: la obra se convertiría en un saqueo. La demolición de lo privado. Pero como está tácitamente establecido, ese no es el ciclo. El recipiente nunca se vacía. Esos mismos vecinos que buscan, también esperan para tirar ellos sus sobras. Los desechos del barrio van a ocupar espacio que no deberían ocupar y lo que debe ser para una sola casa termina siendo el lugar donde todos los desperdicios confluyen. Como una cloaca, pero a plena vista y donde todos pueden buscar lo que no necesitan. El nivel de desperdicio sube y baja. Algunos dejan otros llevan. Y todo pasa por ese espacio que se creó en el barrio, más eficaz y atrayente que una sociedad de fomento. ¿A qué apunta todo esto? A la plataforma por la que se van a publicitar estas palabras. Y lo que se intenta hacer: publicitar. Sin hablar de ventas ni de noticias porque, es sabido, los medios tradicionales mienten. Operan. Favorecen y perjudican sin rubor ni remordimiento. Queda claro con la manifestación de esta semana: El canal que pasaba los cacerolazos hace un año no los pasa hoy y habla de un atentado lejano, el que no los pasaba hace un año hoy los pasa con pantalla dividida para mostrar distintas partes de la capital. La información en los medios tradicionales es probable, parcial, tendenciosa, se equilibra para el lado del poder. Facebook ocupa, entonces, el lugar donde se busca la verdad y, prematuramente, se vuelve el contenedor, container, conteiner, de los que quieren saber qué pasa. Pero la realidad de Facebook es la realidad del contenedor y tampoco es cierta. Peor aún, ni siquiera es propia: alguien puso ahí ese contendor/plataforma para que los dueños de casa la llenen. En Facebook se hace lo mismo que hacen los vecinos de una casa en reparación, y ya se sabe: nadie miente tanto como el propietario y sus colindantes. Cada vecino busca en la basura lo que le sirve, lo que le es útil y le permite magnificar su postura. No importa si es cierto o no, lo único que importa es que alguien entienda quién tiene razón. Facebook es el recipiente de verdades y mentiras, de bajezas y pedidos, es el recipiente que ve el desfile, ve el toma y trae, el lleva y devuelve de los desperdicios ajenos y propios. Y para peor, el recipiente etiqueta, comparte y hace todo lo que quiere con la basura: la recicla y la regenera. Cada día es más difícil saber qué es cierto y qué no. Los vecinos apagan la televisión y no abren el diario porque ya no creen, aprendieron a desconfiar de los titulares, a leer entre líneas. ¿Qué hacen, entonces? ¿Leen a los amigos virtuales de Facebook? Sí, claro. ¿Y qué buscan? Alguien que piense como ellos. Alguien que tenga la misma vergüenza en su casa y la saque para exponerla. Los vecinos hacen uso de la mugrosa palabra y la reciclan en sobras, con la esperanza de convencer a otros vecinos. Pero los vecinos de los vecinos, aunque dóciles, son vanidosos, espían detrás de las ventanas, se felicitan en el reflejo de cualquier pantalla de computadora o teléfono celular cuando tiran la basura en un contenedor ajeno pero se enojan si ven nos ven caminar hacia sus cómodas casas llenas de verdades con bolsas de basuras ajenas.Principio del formulario



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