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domingo, 5 de mayo de 2019




La humanidad y los fármacos. Primera parte.



Byung-Chul Han escribe que la sociedad del cansancio se convierte paulatina e inevitablemente en una sociedad del dopaje. Cita a profesionales que afirman que “Un cirujano que opere con ayuda farmacológica cometerá menos errores y salvará más vidas. El uso inteligente (aquí el traductor debió preferir el término médico “racional”) de drogas no supone problemas. Solo hay que establecer cierta equidad de modo que esté a disposición de todos”. El problema está en la justa distribución de los fármacos, no en los efectos adversos. Más adelante el autor concluye: “Si el dopaje estuviera permitido en el deporte, este se convertiría en una competencia farmacéutica”. Dopaje (del inglés to dope: drogar) es una palabra que se ajusta exclusivamente al ámbito deportivo. No se utiliza para el resto de la sociedad, para el resto se reserva el término Mejoramiento cognitivo (del inglés Neuroenhacement) el que se podría traducir como “entrenamiento farmacológico y por otras técnicas para mejorar la capacidad del pensamiento”. A través de cierto fármaco y cierta dosis correcta seremos mejores. Ya existen novelas y películas al respecto. Ya la vida real invade los ámbitos universitarios y de posgrado donde se destaca, por ejemplo, el consumo del fármaco llamado Modafilino.

La medicina está cambiando. Cambian los pacientes, las nuevas generaciones están instruidas, tienen la información a mano (aunque mayor información no quiere decir necesariamente “verdad”) y tienen nuevos hábitos: cambia la alimentación, la relación con el cuerpo, la experiencia individual frente a la vacunación en rebaño. Pero no solo cambia la sociedad de pacientes, también cambian los médicos. Su forma de pensar, su compromiso, su cansancio ya no coincide con el de sus mayores: los médicos que hoy forman médicos serán obsoletos en un futuro muy cercano. Así la medicina que antes se limitaba a curar las enfermedades y las heridas y a restituir la salud ahora se enfrenta a una nueva concepción: mejorar lo que se pueda mejorar en una persona sana. Ya lo hizo el sildenafil, en el caso de la erección masculina, ya lo hace el estanazol y los batidos, quemadores de grasa, las proteínas y creatina en el cuerpo que se expone en fotos para redes sociales; ya lo hacen las vitaminas con su efecto placebo en “la vitalidad” y no sentir el cansancio que exige nuestra “sociedad del rendimiento”; ya lo hacen los ansiolíticos para evitar el duelo, la tristeza, el aburrimiento y el insomnio que invita a pensar; y ahora a esa lista de beneficios para personas sanas se agregan los nootrópicos (como el modafilino) que mejoran la concentración y el razonamiento, que permiten mantener la lucidez frente a maratónicos exámenes multiplechoice y una resistencia invaluable frente a tan largas horas de guardia.  Los espejos son la metadona del fisicoculturismo escribe Chuck Palahniuk después de enumerar lo que sus amigos se inyectaban para mantener el físico: dianabol, arginina, ortina, inosina, DHEA, serenoa, selenio, cromo. En su escritura hay una admiración por el físico que en un momento parece imperecedero, hasta que un día un médico le prescribe Anadrol para mejorar su propio cuerpo y el escritor se sintió mejor, increíblemente mejor para el mecanicismo. Su percepción del cuerpo cambia y entonces escribe: “Tienes orgasmos en el deltoides, en los cuádriceps, pequeños orgasmos parecidos a calambres calurosos y torrenciales. Te olvidas de tu pene. En cierta forma es una paz, una escapatoria del sexo.” Al poco tiempo deja todo porque los efectos adversos aparecen, porque entiende la perversidad de quienes ya tomaban la medicación haciendo referencia a los efectos buenos y obviando mencionar las complicaciones a mediano y largo plazo. El hombre se engaña para estar bien en un momento: para dormir, para rendir sexualmente, para evitar una tristeza que no debería evitar. Y ahora, también, para rendir más allá de lo que su pensamiento puede rendir.

El origen de la palabra fármaco, o farmacología, es egipcio: ph-ar-maki “el que protege”, ya los antiguos sabían que ese mismo remedio, aunque natural, aunque proveniente de plantas podía ser un veneno: mal administrado, o en dosis altas, podía matar. Andrzej Szczeklik escribe: “Durante milenios el hombre buscó la piedra filosofal, la quinta esencia, el elixir de la vida. Fue buscada en todos lados, hasta en China, antes de Cristo. Se suponía que limpiaría el cuerpo, alargaría la vida y devolvería la salud a los ancianos. Todos los pueblos indoeuropeos soñaban con una planta (un fármaco) milagroso: el secreto de una vida conjurado en una piedra” conjurado en una píldora, podríamos traducir a nuestro antojo.



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