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sábado, 6 de febrero de 2021

Juan Carrá y Los preparados



“…todos mentimos. Yo también. Escribir es mentir y curar también, entonces no hay nada más mentiroso que un médico escritor”. La frase le pertenece a Sebastián Chilano, médico… escritor. Autor de Los preparados que salió recientemente por Obloshka editorial y que según el catálogo se trata de una novela. Y quizás sea la frase citada la explicación (si hiciera falta) de por qué este texto intimista, con la prosa confesional propia de una crónica (o de la auto-ficción) y las reflexiones y análisis que suelen ser más del ensayo, podría pensarse como una novela. Pero, la verdad, poco importa esta disquisición sobre los géneros/etiquetas y en todo caso podría ser una muestra de que para sobrevivir los géneros deben hibridarse, trabajar en las fronteras hasta diluirse… Lo que no cabe duda es que Los preparados es un texto que solo puede escribir un escritor que haya sido o sea médico. No sé si un médico escritor podría hacerlo… porque si hay algo que se desprende de esta prosa es la presencia de uno sobre el otro, puja tan absurda como las ideas antedichas sobre si novela o ensayo o crónica… pero que me interesa remarcar, porque Chilano es un gran escritor que usa bata y cura (miente).

Muchas líneas de análisis tendríamos para entrarle al libro. Yo elijo una que me parece la más llamativa. Una novela es ante todo un andamiaje de recursos para narrar una historia. Ese andamiaje puede ser, incluso, a veces, la novela misma. En este caso el andamiaje es el soporte para que un puñado de páginas excelentemente ubicadas sobre el final explote en sentido todo lo acumulado. Esto sin pirotecnia, sin engaños, sin efectismo. Simplemente cada fragmento de relato colocado en su lugar para que la historia sea todo lo que tiene que ser. Entonces, hay una dinámica de lectura muy veloz, anclada en capítulos cortos, que pueden devorarse pero mejor no, porque en cada uno podría haber una gema que necesita tiempo para brillar y, por voraces podríamos perderla.

Ahora, es cierto que la velocidad de lectura no suele ser de por sí un valor positivo de un texto, pero sí puede serlo cuando además de dinamismo propone profundidad, acumulación de sentido, un mundo que se va desplegando a medida que el narrador intimitas cuenta/piensa/reflexiona.

¿Qué hacemos con nuestras propias historias? La pregunta para cualquier escritor es fácil de responder: las escribimos. Pero ahí está la trampa, no siempre nuestras historias personales son materia narrativa, no siempre lo autobiográfico excede la anécdota para volverse relato. Hay ejemplos de sobra de la literatura de historias mínimas que se vuelven algo más gracias al pulso narrativo de un autor o autora. Quizás pase eso con Los preparados: un conjunto de historias mínimas que de repente ya no son un simple regodeo del yo, sino que se amalgaman para componer algo más… ese plus que lo hace un gran libro más allá del género en el que quieran ubicarlo.




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