¿Por dónde empezar si el libro mismo
es un laberinto? Quizás por la recomendación: No podés no haber leído este
libro, me dijo el buen vendedor. La doble negación en la frase, los tiempos verbales, toda
esa desprolijidad hermosa en boca de un librero, editor y lector avezado fue
tan tentadora como sostener el libro en la palma de la mano. El objeto
impresiona. Impresiona su peso, su tapa, sus innumerables citas al pasar las
hojas y la irregularidad ¿caótica? del texto; de los textos, porque varias son
las historias que se enlazan, se rozan, se recelan y huyen. Que ya en la tapa
de este libro con una circulación atípica diga Novena edición en castellano impresiona.
Que el libro sea tan voluminoso, con una letra por momentos pequeña -cuando no
de color rojo y tachada- se presenta como
un desafío. Y también como una duda. ¿Qué es esto? ¿Rayuela en el siglo XXI? Es
raro: lo primero que pensé fue en Rayuela cuando Casa de hojas claramente
menciona, retoma, corrige, admira y dimensiona una vez más a Borges. Como en un
laberinto magnífico, como en un “La casa de Asterión engordado”, es Jorge Luis
Borges una de las inspiraciones de este libro y no Cortázar. Y si Cortázar también lo es, está claramente mejorado:
este es un experimento donde la historia triunfa. Pero, aunque triunfa, voy a
decir que en un momento pensé en abandonar la lectura: esa mezcla de la narrativa habitual de Chuck
Palanhiuk y el proyecto Blair Witch, con homenaje a la vieja película
de Poltergeist de 1982 (y de Terror en Amityville de 1979, y de Lovecraft, y de
etc, etc) me invitaba a abandonar, a buscar un libro mejor, otra historia. Pero
no, no pude dejarlo. ¿Por qué? No sé decirlo. O sí, me arriesgo: con Casa de
hojas recuperé a uno de los lectores que fui. El que sentía miedo: miedo animal,
irracional, miedo en estado puro. Miedo causado por un libro. Eso me hizo
seguir, devorar. Entré en la historia y ya no quise salir, no quise dejar de
dar vueltas las hojas, no paré de leer de costado, hacia abajo, yendo a los
apéndices y volviendo. Le hice caso al autor, acepté su juego y quizá sea esta
la condición principal para leer Casa de Hojas. Jugar. Entrar en la historia despojarse,
librarse. Mi experiencia física de lectura fue sencilla: esperar que toda la
familia se durmiera, acostarme con una mínima luz apuntando al libro en un
silencio absoluto. No leí de día. Ni una línea. Todo fue en la oscuridad.
Quizás eso me permitió recobrar el miedo de un lector adolescente: miedo a
perderme, miedo a que un libro tenga la capacidad de meterse en el pensamiento,
en la realidad y modificarlo todo. Hasta tuve miedo de una presencia que me
pareció percibir en el pasillo de mi casa, mirándome, silenciosa, mientras leía.
¿Por qué leer esta novela de noche? Porque la noche tiene el mismo silencio que
está presente en Casa de hojas. No hay música en esta historia, apenas algunas
canciones infantiles que suenan casi como un eco y que se pierden en el
laberinto. (Nota: la comparación entre la leyenda de Eco y Narciso dimensionado
como eco de nostalgia y el eco del ultrasonido como algo material está entre
mis partes favoritas) Ahora, hoy, en este momento que escribo, terminado el
libro, no sé si volvería a leerlo. De hecho no encuentro motivos para volver a
abrir Casa de Hojas. Quizás la experiencia de lectura se agota en la primera
instancia, algo que está muy lejos de lo que sucede con Borges y su obra, a la
que uno vuelve de modo constante y necesario. ¿Qué libro es Casa de hojas? ¿Un
libro para recomendar? ¿Para regalar? ¿Uno de esos libros que uno desea
escribir? Titubeo a la primera pregunta y junto tres negaciones a las siguientes.
Llego tarde al libro. Su edición en inglés es del año 2000, en castellano del
2014. Querer compartir la lectura hoy es como haber hecho maratón de las siete temporadas de Lost
y buscar en las redes si el bueno de Jack Shepard está vivo o no. Me arriesgo
una vez más: es un libro para leer como un fenómeno de época, quizás debí llegar
a él hace unos años para disfrutarlo plenamente, quizás con el tiempo se vuelva
un libro de iniciación en el terror para adolescentes. Sé que lo viví como experiencia
física, emocional, sé que es uno de esos libros que me gusta haber leído, pero siento que no volveré a abrirlo, ya no volveré a esa casa en Virginia, ni a esos
pasillos, ni al pie de la escalera en espiral. Y si lo hago será como la última
incursión de Will Navidson al corazón de la casa: volveré para mejorar las
imágenes que otros nos pudieron tomar.
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