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viernes, 2 de julio de 2021

Casa de hojas de Mark Z. Danielewski

 



¿Por dónde empezar si el libro mismo es un laberinto? Quizás por la recomendación: No podés no haber leído este libro, me dijo el buen vendedor. La doble negación en la frase, los tiempos verbales, toda esa desprolijidad hermosa en boca de un librero, editor y lector avezado fue tan tentadora como sostener el libro en la palma de la mano. El objeto impresiona. Impresiona su peso, su tapa, sus innumerables citas al pasar las hojas y la irregularidad ¿caótica? del texto; de los textos, porque varias son las historias que se enlazan, se rozan, se recelan y huyen. Que ya en la tapa de este libro con una circulación atípica diga Novena edición en castellano impresiona. Que el libro sea tan voluminoso, con una letra por momentos pequeña -cuando no de color rojo y tachada- se presenta como un desafío. Y también como una duda. ¿Qué es esto? ¿Rayuela en el siglo XXI? Es raro: lo primero que pensé fue en Rayuela cuando Casa de hojas claramente menciona, retoma, corrige, admira y dimensiona una vez más a Borges. Como en un laberinto magnífico, como en un “La casa de Asterión engordado”, es Jorge Luis Borges una de las inspiraciones de este libro y no Cortázar. Y si  Cortázar también lo es, está claramente mejorado: este es un experimento donde la historia triunfa. Pero, aunque triunfa, voy a decir que en un momento pensé en abandonar la lectura: esa mezcla de la narrativa habitual de Chuck Palanhiuk y el proyecto Blair Witch, con homenaje a la vieja película de Poltergeist de 1982 (y de Terror en Amityville de 1979, y de Lovecraft, y de etc, etc) me invitaba a abandonar, a buscar un libro mejor, otra historia. Pero no, no pude dejarlo. ¿Por qué? No sé decirlo. O sí, me arriesgo: con Casa de hojas recuperé a uno de los lectores que fui. El que sentía miedo: miedo animal, irracional, miedo en estado puro. Miedo causado por un libro. Eso me hizo seguir, devorar. Entré en la historia y ya no quise salir, no quise dejar de dar vueltas las hojas, no paré de leer de costado, hacia abajo, yendo a los apéndices y volviendo. Le hice caso al autor, acepté su juego y quizá sea esta la condición principal para leer Casa de Hojas. Jugar. Entrar en la historia despojarse, librarse. Mi experiencia física de lectura fue sencilla: esperar que toda la familia se durmiera, acostarme con una mínima luz apuntando al libro en un silencio absoluto. No leí de día. Ni una línea. Todo fue en la oscuridad. Quizás eso me permitió recobrar el miedo de un lector adolescente: miedo a perderme, miedo a que un libro tenga la capacidad de meterse en el pensamiento, en la realidad y modificarlo todo. Hasta tuve miedo de una presencia que me pareció percibir en el pasillo de mi casa, mirándome, silenciosa, mientras leía. ¿Por qué leer esta novela de noche? Porque la noche tiene el mismo silencio que está presente en Casa de hojas. No hay música en esta historia, apenas algunas canciones infantiles que suenan casi como un eco y que se pierden en el laberinto. (Nota: la comparación entre la leyenda de Eco y Narciso dimensionado como eco de nostalgia y el eco del ultrasonido como algo material está entre mis partes favoritas) Ahora, hoy, en este momento que escribo, terminado el libro, no sé si volvería a leerlo. De hecho no encuentro motivos para volver a abrir Casa de Hojas. Quizás la experiencia de lectura se agota en la primera instancia, algo que está muy lejos de lo que sucede con Borges y su obra, a la que uno vuelve de modo constante y necesario. ¿Qué libro es Casa de hojas? ¿Un libro para recomendar? ¿Para regalar? ¿Uno de esos libros que uno desea escribir? Titubeo a la primera pregunta y junto tres negaciones a las siguientes. Llego tarde al libro. Su edición en inglés es del año 2000, en castellano del 2014. Querer compartir la lectura hoy es como haber hecho maratón de las siete temporadas de Lost y buscar en las redes si el bueno de Jack Shepard está vivo o no. Me arriesgo una vez más: es un libro para leer como un fenómeno de época, quizás debí llegar a él hace unos años para disfrutarlo plenamente, quizás con el tiempo se vuelva un libro de iniciación en el terror para adolescentes. Sé que lo viví como experiencia física, emocional, sé que es uno de esos libros que me gusta haber leído, pero siento que no volveré a abrirlo, ya no volveré a esa casa en Virginia, ni a esos pasillos, ni al pie de la escalera en espiral. Y si lo hago será como la última incursión de Will Navidson al corazón de la casa: volveré para mejorar las imágenes que otros nos pudieron tomar.





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