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domingo, 26 de febrero de 2012


Sexo


Ella se dejó caer, cansada, y él la miró, inseguro de tenderse, también desnudo, junto a ella. El agotamiento era extremo, pero aún quedaba un hecho más, un acontecimiento tan necesario como todo lo que había pasado en la noche hasta ese momento, pero los dos estaban cansados, sin deseo. Ella llevó la mano hacia la entrepierna de él y tocó aquello blando y distante, casi indiferente; él cerró los ojos pensando en nada y en todo y trató de alborotar la sangre y lograr la tensión de sus músculos exhaustos pero no lo logró. O lo logró a medias y entonces se buscaron y se besaron, sin ganas; él borracho con mal aliento, ella asqueada; finalmente, acaso para apurarlo, ella le puso la mano en la espalda y lo llevó hasta colocarlo sobre su cuerpo mientras abría las piernas y se unían, los dos esperando que el otro acabara para poder dormir.

Esto podría ser parte de una noche de bodas, después de la larga fiesta que comienza en una iglesia y termina cuando los mozos sirven el desayuno y alguien hace salir el sol; o también podría estar hablando de un casamiento entre indios, que después de sus rituales bailan y cantan a todos los dioses y mezclan elixires de plantas mágicas y ruegos de fertilidad; o podría estar contando mil y un casamientos convenidos en un oriente lejano que luego de danzas de vientres, perfumes afrodisíacos y comidas picantes unen en cópula a los cansados de tantos placeres no sexuales, aunque en realidad está contando la noche de dos viejos amantes que cansados ya de forzar sus cuerpos, pero temerosos de ofender al otro, se siguen dando al penoso arte del sexo cuando en verdad se aman sin necesidad de tocarse.

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