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sábado, 29 de diciembre de 2012




El espejo




Él sabe que es suma de vacíos la soledad, y sabe que por usar su santo nombre en vano sufre las afonías, los abandonos y la postración que la soledad le trae en su eterno (loop 2.0) retorno.



Él no sabe que no hace falta decirlo, pero sí sabe que hace falta ser redundante: no es cruel el espejo por la imagen que devuelve, es cruel por su silencio estático. 


Él sabe que mirar su imagen en el espejo es suficiente para invitar a las viejas sombras a comer los desperdicios de la cena de fin de año. Y también sabe que las sombras querrán bailar la cumbia de los amores despreciados mientras los familiares se suben a sus autos entre las doce y media de la noche del nuevo año y los últimos cohetes que espantan las estrellas.

Pero, por no ser el primero en verse, Él sabe que tiene más miedo y en su certeza de sombras recorta medias de lana, arma títeres, compra flores en la noche, se detiene hipnotizado en los semáforos, junta perros y botellas vacías, lleva a casa los que salen de la guardia y, cuando se sabe ahogado por la inminencia del amanecer, deja todo y corre a su casa, abre la puerta, tropieza con los muebles y camina hacia el baño y enciende la luz esperando, entre fantasmas que se empujan, el turno de mirar y encontrarse en el espejo.





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