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miércoles, 3 de julio de 2013

cuentos reunidos


Me declaro uno de esos seres oscuros que viviría en los subterráneos si hubiera de esos túneles en Mar del plata, pero no los  hay, por suerte, porque se inundarían con cada pleamar anegando las estaciones costeras. Entonces vivo en la superficie, y no en una cueva; vivo en una casa clara, y vivo caminando buscando libros en oferta donde sea que alguien venda libros. Y siempre que veo un libro de César Aira, me convierto en ese ser oscuro que juró no comprar más, no ensartarse más con novelas de finales abruptos ni maravillarse más con tramas perfectas, y entonces, entonces me convierto en un ser oscuro, pertenezco a una secta, a una logia, a un grupo de adolescentes pálidos jugando a ser vampiros y entonces, entonces me compro el preciado libro nuevo. Eso me pasó por vigésima vez hace unos días. El libro es de una editorial de esas grandes, de esas que comen de nosotros, y no es una novela, ni larga ni breve, es un conjunto ordenado de relatos reunidos. Ese es el título. Y vuelvo a ser el animal nocturno que viviría en el subterráneo, en la estación Asilo Unzué, porque, por primera vez me asombra encontrar la huella de alguien en la prosa de Aira. Juego a ser uno de esos personajes de Cortázar que anulan el conteo de personas que bajan a los subterráneos de París y después desaparecen. Leer a Aira escribiendo sobre gotas, gotas de una pintura, me hizo volver a Cortázar. Me pareció encontrar la punta del ovillo para entender algo, algo que nunca voy a entender, no creo poder acceder nunca a la madeja y mucho menos desenredarla, pero la punta del ovillo por ahora basta. Basta.

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