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sábado, 6 de julio de 2013

Entrar por la puerta 4



Entrar por las otras tres puertas me resulta insulso. La puerta principal (llamémosla 1) es demasiado ostentosa; y además está llena de fantasmas, de otro modo no se explica cómo tanta gente se cae al entrar. Los fantasmas mantienen en perpetuo movimiento, como si de una ley de la física vejada se tratara, las puertas giratorias de la entrada principal. No es el viento arremolinado de la costa marítima, como algunos ateos afirman, que mantienen el giro del mundo: doy fe de haber visto las persianas metálicas bajas y las puertas girando cuando sólo queda la gente de limpieza y las cíclopes cámaras de seguridad. Las otras entradas no las distingo. Uno está lleno de empleados que salen a fumar. La puerta del humo (llamémosla 2) es la peor de todas. Los nervios se consumen a la par que los cigarrillos se queman y nadie que no huela a nicotina entra por ahí. Después está la entrada del garage, que, creo es la puerta 3. Pero no estoy seguro. Puede que todavía no haya descubierto cuál es la puerta 3. Lo que sí estoy seguro de conocer es la 4. La que no tiene razón. La que da al depósito. La que primero baja y después sube para bajar y volver a subir hasta una ascensor. La llamaría la entrada a la joroba del camello sino tuviera su nombre ya. Puerta 4. Por fuera parece herméticamente cerrada y no tiene picaporte. Hay que apoyar todo el cuerpo y hacer fuerza con el hombro, la cintura y la rodilla para que ceda. Entonces se abre y lo primero que uno ve es un pequeño cuarto donde entra una mesa de 1x1 en la cual hay un monitor y una notebook. A veces hay un policía sentado frente al monitor y la notebook. A veces hay dos, e incluso vi a tres, teniendo que estar el tercero parado, por cuestión de dimensiones. Y a veces, también, el cuarto está vacío. Después de esto el camino desciende y gira a la derecha. Hay un espejo en la esquina que permite ver si alguien viene. Y cuando uno termina de girar el camino empieza a ascender hasta una garita nueva de vigilancia, de igual dimensiones que la primera, pero con los vidrios polarizados. En esta siempre hay alguien detrás. No se puede ver quién está, pero la silueta siempre mueve la mano. Y es siempre una sola mano. No más. Después de saludar, se baja y se asciende de nuevo hasta llegar a un ascensor y su consecuente alternativa: una escalera. El trayecto no dura más de dos minutos. Lo sé porque lo filmé con el teléfono celular. Pero la filmación no es buena, no lo podía ser porque todo el tiempo tuve que disimular. Me dio miedo que alguien supiera mi afán por grabar lo que no se puede. Como también me da miedo lo más notorio de la puerta 4 y su posterior pasillo: que está lleno de otras puertas. Puertas sin razón, puertas en desnivel. Algunas con escaleras que llevan a ellas. Otras que debieron romper el piso para que se pueda entrar por la parte inferior. Las cuento cada vez que paso. Pero el conteo nunca coincide. O coincide en discordancia. Ayer fueron 26 (es la tercera vez en 3 meses que la cuenta me da 26) y hoy fueron 29 (es la décima vez que llegó a ese número) Qué hay detrás de cada una, no lo sé. No puedo saberlo si ni siquiera sé cuántas son en realidad. Supongo que hay depósitos. De comida. Bebidas. Máquinas. Repuestos. Sillas. Que hay un lavadero. Cocinas. Talleres. Pero no puedo confirmarlo. Nunca me cruzo con nadie cuando camino por el pasillo de la puerta 4. Nunca escucho un sonido detrás de las puertas, en parte porque no me animo a detenerme. A veces, muy pocas, cuando una de las puertas está abierta, siento la tentación de acercarme y entrar. Pero no lo hago. Nunca hay luz detrás de las puertas abiertas (en cambio cuando están cerradas, por debajo sí se ve luz) nunca hay nadie detrás de las puertas abiertas por descuido. La puerta 4 da lugar a todas las otras puertas. Una entrada para otras entradas. Una oportunidad para cometer muchos errores. Cuando me decida a entrar en una, debo estar seguro. O nunca entrar y seguir caminando por el pasillo detrás de la puerta 4


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