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domingo, 17 de marzo de 2019

El libro


Borges dice: “Un libro tiene que ir más allá de la intención de su autor. La intención del autor es una pobre cosa humana, falible, pero en el libro tiene que haber más”. La cita es de Borges oral, de su conferencia sobre el objeto libro, que empieza con la acaso caduca comparación de las herramientas como extensiones del cuerpo humano. Suzy Lee abre su libro ilustrado Trilogía del límite contando que después de la publicación de otro de sus trabajos llamado, La ola, recibió el siguiente correo electrónico enviado por una librería en representación de otras: “Estamos un poco confundidos por las ilustraciones a doble página, parece como si faltaran parte  de la niña y de las gaviotas. ¿Es así?” La ilustración muestra en la página par a una niña que extiende el brazo hacia la página impar, pero en la impar no vemos ni los dedos ni vemos la mano. Le preguntan a la autora si es un fallo de imprenta. Y ella también se lo pregunta. A partir de esa duda, decide saber qué su sucedería si en lugar de ignorar el pliegue de la encuadernación decidiera aprovecharlo. Los libros son un todo que nos influye, en su cubierta, su textura, sus espacios. Como Borges, Whitman habla del libro, de todos los libros, también: “Camerado, this is no book / who touches this touches a man / (Is it night? are we here together alone? /It is I you hold and who holds you /I spring from the pages into your arms decease calls me forth”. Se puede pensar que los libros encierran el significado de las cosas. Aún de las cosas que sus autores desconocen. Su desaparición material no significa la pérdida de este significado. Una biblioteca vacía, si aún conserva un recuerdo de los libros que la habitaron (por ejemplo, una línea imperfecta que marca los espacios donde el polvo se acumuló entre los márgenes de los ejemplares heterogéneos) devuelve la memoria de esos libros y con suerte sus palabras; es decir, devuelve un significado que se consideraba perdido. Pero, ¿qué son esas palabras recuperadas o la proximidad a esas palabras? Borges se pregunta qué son las palabras acostadas en un libro. “¿Qué son esos símbolos muertos? ¿Qué es un libro si no lo abrimos?”. De inmediato se contesta: “Nada absolutamente”. Se puede afirmar, entonces, que los libros son el silencio. No la muerte, pero sí el silencio. Y son el silencio porque marcan el fracaso: los libros se callan porque nos hacen creer que encierran el significado de las cosas, pero eso no es cierto. El libro es la casa de un dios muerto, aún para los creyentes. César Aira marca que entre el museo y el libro hay una relación de mutua metáfora. “El libro puede ser museo imaginario tal como el museo puede ser el libro que cuenta, en sus testimonios tangibles, la historia de un pueblo o de una época o de un artista”. Para Borges, el libro es el río de Heráclito. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado. Las palabras son otras. Los libros están cargados de pasado. “Si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros”




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