1
El
escenario es la cubierta de un barco. Hay una cabina y dos palos, el mayor y otro
que tiene un canastillo, el carajo. Hay velas y amarras en esa gran cubierta
que se extiende hasta el borde del escenario, cerca de las imaginarias redes de
pesca, justo antes de la primera fila de butacas. El mar no existe. El mar somos
nosotros, los espectadores. Las luces se apagan y los gritos infantiles se
ahogan en los aplausos que marcan el inicio de la función. La primera escena
transcurre dentro de la cabina del timonel. Un hombre alto aparece en la
ventana de la cabina. Tiene un turbante que lo distingue como arabe y habla en
un idioma que no entendemos. A su lado hay otro hombre, es más bajo y habla en un
idioma que sí podemos reconocer: italiano. La escena es indescifrable desde el
lenguaje; como cadenas, las palabras solo se rozan sin dejar de ser monólogos.
La escena se termina de resolver desde la gestualidad: el capitán quiere callar
al marinero y no consigue silenciarlo. Entre gestos y palabras se distinguen
los nombres: el capitán se llama Abdul, y Marco es el marinero italiano. Marco
habla y habla y solo deja de hablar cuando el capitán, harto, lo zarandea.
Cansado de la perorata, Abdul empuja al marinero por la ventana. Marco cae
hacia adelante y golpea su frente contra una la chapa de la cabina. El golpe es
efectivo para la risa de la infancia. Abdul lo toma del pelo, lo levanta y lo
vuelve a soltar. Nuevo golpe, nuevas risas. La mitad del cuerpo de Marco cuelga
por fuera de la ventana mientras la frente choca por tercera vez contra la
chapa. El golpe es la forma de restaurar el orden que encuentra el capitán. Si
el capitán lo insultara en su lengua, el italiano no lo entendería. Por eso, el
golpe es la mejor manera que el capitán encuentra para insultar a su subordinado.
Ser insultado, etimológicamente, es ser arrojado al piso. Entre los romanos (casualmente
la tierra de origen del marinero) insultar quería decir golpear al otro. El
insulto es disminuir al otro, insulto es caer al piso, ser golpeado y reducido
a la ignominia física, ser un bulto que adopta la posición fetal para frenar el
castigo y las patadas. En castellano antiguo se decía que se iba a insultar una
puerta cuando alguien se preparaba para patear hasta derribarla. Pero insultar
también era brincar, saltar sobre el otro, es decir, también es bailar.
2
Cuatro
tripulantes tiene el barco: Abdul, el capitán; Marco, el marinero tan italiano
como charlatán y enamoradizo; Anik, una polizonte francesa escurridiza y
voluntariosa; y Krauft, un ruso que las redes de pesca confunden con un pescado
y que, luego de ser rescatado, aún conservará el uniforme militar y sus
botellas de vodka. El barco es la torre de Babel. Cada uno habla su idioma. El
barco es la plaza pública, el sitio donde todo sucede, el ágora. En la cubierta
bailan y juegan. En la cubierta enfrentan la tormenta y el hambre. En la
cubierta viven. Y nosotros, desde el mar, festejamos y reímos con sus proezas,
pero también miramos lo más importante del espectáculo: la danza. La danza se
desliza y ocupa toda la cubierta, más allá de los cuerpos que la ejecutan. La danza
nace de la música, de las piernas, de los brazos, de los ojos que se buscan. Para
los bailarines, cada paso es exacto, pero desde el mar, la danza no tiene
nombre. Es una danza etérea, sin arneses ni cables. Los cuerpos suben y bajan
por su propia fuerza. Los brazos y las piernas guían, acarician. Las cuerdas
sobre el escenario sostienen las velas y los mástiles, no los cuerpos. Los
bailarines son dos, Marco y Anik. El baile es un acto de amor. ¿Por qué se
atraen? ¿Acaso coinciden Marco y Anik porque el origen latino de sus idiomas
les permitió una comunicación más fluida que con los demás tripulantes? ¿Acaso en
la comprensión hay afinidad y en la afinidad anida el amor? O es que no hay
razones para el deseo. La música marca un ritmo que ayuda a sus cuerpos. El
éxtasis está en ellos. Marco y Anik bailan el uno para el otro (como si hubiera
otra posibilidad del baile que no sea para los demás), se aferran al mástil principal
del barco, suben y descienden, giran, se rozan y fusionan, y de pronto
caen hasta casi tocar la cubierta; se detienen a centímetros de las tablas, el
uno del otro. Ahí, únicos, los enamorados arquean el cuerpo alrededor del
mástil y se dejan estar, como si nacieran al amor. El mástil es el eje a partir
del cual el mundo existe, y como el mundo no puede existir sin la danza, la
danza es lo único que restablece, de manera cíclica, los signos, el lenguaje
universal en el que finalmente coincidimos.
3
Barlovento
es la dirección desde donde sopla o golpea el viento. Navegar a barlovento es
navegar contra el adversario, contra el enemigo. Y el enemigo no es solo el
mar, también lo es el viento. Claro que ninguno de los dos, ni viento ni mar,
son completamente enemigos. Ni amigos. Adoptan cada actitud según la
circunstancias. La naturaleza es ambigua, cosa que los seres humanos muchas
veces no pueden ser.
4
Ryszard
Kapuscisnki en Ébano cuenta esta historia: una mujer africana tiene en su poder
un gramófono y un disco con uno de los tantos discursos que Winston Churchill dio
durante la Segunda Guerra Mundial. En el discurso –en inglés, idioma que la
mujer desconoce– Churchill arenga a su pueblo a soportar otra noche de
bombardeos. La voz le llega a la mujer desde Europa, un continente inabarcable,
y desde una guerra que para ella no tiene ningún sentido. La mujer no entiende
nada del discurso, el idioma es incompresible, pero lo escucha una y otra vez.
Tampoco lo entienden sus vecinos que se acercan intrigados. ¿Quién es?, le
preguntan. La mujer no contesta. Repite la grabación cuando el discurso termina
y más y más vecinos se acercan. Nadie entiende el lenguaje que poco a poco se
convierte en gruñidos, ruidos y cambios de humor que cada quien interpreta como
quiere. ¿Quién habla?, insisten en preguntarle. La mujer no entiende la
pregunta. ¿Quién va a ser? Dios, contesta la mujer. Para ella Dios es el único dueño
posible de los lenguajes que no entendemos. Siguiendo esta historia, mirando la
obra de teatro Barlovento donde cada actor representa una lengua particular que
en nada se esfuerza en combinarse con las otras, se puede creer que, para
justificar tanta diversidad de idiomas, la humanidad inventó a un ser supremo:
era necesario alguien que pudiera unir cada lengua, cada dialecto, para
compartir un origen único. Pero también, se puede, y es necesario decir, que al
mismo tiempo, y casi sin darse cuenta, la humanidad inventó formas de comunicarse
que no necesitan de ningún dios: los gestos, la danza, la música, el amor.
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